Diamond_Toy
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Conocida por su canal de TikTok en el que repite "Hoy Pablo me ha pedido" con una vocecilla susurrante (y ella, rauda, se lo hace a su novio, y luego ya él, si eso, se lo come -si es comida-), la influencer Roro ha sido invitada estelar a los Premios Forqué. Podría haber acudido por una nominación a mejor guion autopromocional del año. Pero solo ha ido como celebritie para posar en el photocall como una estrella del cine más y, de paso, hacer algún que otro vídeo viral.
Objetivo conseguido. En redes sociales se ha hablado más de ella que de cualquier momento de la gala, que solo vieron 273.000 personas por la tele (2,5 por ciento de share). El debate que ha surgido está en si Roro debía tener pase vip para estos premios en los que se queda sin butaca guionistas y otros autores de la ficción española. Porque no hay sitio. Pero Roro tiene muchos seguidores. Y muchos detractores, también. El marketing es así, amigos. A veces, los publicistas se magnetizan de fenómenos instantáneos en vez de abrazar a aquellos creadores que llevan años sembrando.
Y estarán felices, ya que da la sensación de que la jugada ha salido bien. Porque Roro está siendo noticia. Sin embargo, noticia a causa de una polémica que opaca la gala en sí. Es el problema de cuando se tira de influencers como reclamo para otros ámbitos. Está bien que la cultura esté interconectada y exista trasvase. Los autollamados creadores de contenido también son industria audiovisual. Pero invitar a un tiktoker a un estreno cinematográfico no asegura que su público acuda después a la sala. De hecho, no sucede. Sobre todo si el grueso de audiencia sigue a esa persona por la curiosidad que despierta su vida, no por su arte a la hora de comunicar un conocimiento divulgativo. Roro hasta cuando hace las recetas no explica cómo hacerlas. Lo importante es el golpe de efecto de lo bonito que queda su reto. Lo importante es lucirse ella, no la pedagogía que intenta Arguiñano. He aquí el quid de la cuestión.
Lo mismo pasa en otros ámbitos. Con los programas de televisión tradicionales, sin ir más lejos. Se contratan tiktokers como colaboradores por sus millones de seguidores y no terminan de cuajar. Porque se da por hecho que con su presencia basta. Error, no es lo mismo comunicar frente a tu propio móvil grabándote por partes y, después, editando con gracia tus mejores momentos que salir a un plató y controlar la puesta en escena del tirón. Y encima teniendo que estar despierto para coger al vuelo inpunts ajenos. Solo aquellos que cuentan con cultura televisiva suelen comprender la diferencia entre un vídeo viral y el trabajo en equipo de la tele clásica, en el que hay que escuchar mucho a los demás y no es suficiente con escucharte a ti mismo.
No es nada nuevo. Influencers siempre ha existido. O rescaten de los archivos cuando la televisión tradicional intentó convertir a presentadora a Isabel Preysler. La ensoñación de la fotogenia de una foto de revista no fue suficiente para conquistar la empatía del objetivo de una cámara de tele, que te hace una radiografía emocional al momento.
Roro fue a los premios Forqué, sí. Y bien que esté allí. Aunque que nadie piense que ayudará a potenciar esta gala y la cultura que promueve. Para eso es mejor acudir a ceremonias menos encorsetadas, más impregnadas del riesgo de los autores que entienden la modernidad de la perspectiva cinematografía, teatral y televisiva clásica.
Roro quizá haga su video sobre los premios. Pero como pasó en el festival de música Mad Cool donde no hubo música, aquí no habrá premios: hablará de ella misma. Y no servirá de demasiado, a los premios Forqué. A su rentable ego, sí.
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