El Premio Cervantes: un acierto y dos deudas

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27 Sep 2024
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La historia de la literatura universal, y desde luego también la literatura en lengua española, está jalonada de premios. Sobre su significado escribe Cervantes en la segunda parte de El Quijote. Enterado el genial hidalgo de que el hijo del caballero del Verde Gabán escribe versos, le pregunta si tiene la intención de presentarlos a una justa literaria. Si lo hace, le recomienda que procure llevarse “el segundo premio, que el primero siempre se le lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las universidades; pero, con todo esto, gran personaje es el nombre de primero”. En este consejo de un lúcido y pragmático don Quijote se presentan las circunstancias que tienen que concurrir para que sea otorgado un galardón literario.

Si como escribió Balzac, en la novela se representa la historia privada de las naciones, la concesión de un premio literario y su ceremonia de entrega pueden considerarse una fiesta pública, quizá un baile de máscaras, en donde, según la greguería de Gómez de la Serna, al escritor se le da un “calamar de oro”.

Ojalá se prolongue mucho tiempo la celebración del Premio Cervantes recientemente concedido a Álvaro Pombo, motivo de regocijo para los que somos sus lectores, a los que, tras este galardón, se sumarán muchos más atraídos por una narrativa de profundidad humanista en la que brilla la ironía. Mientras llega el prometido discurso sobre El licenciado Vidriera, que pronunciará el próximo mes de abril en el paraninfo de la Universidad de Alcalá, vale la pena hacer una reflexión sobre el Premio Cervantes.

Desde su creación, en las postrimerías del franquismo, el Premio Cervantes ha pasado por numerosas vicisitudes. En torno a su concesión se han desatado encendidas polémicas; algunos que luego fueron galardonados han dicho frases gruesas —desde el exabrupto que le dedicó Cela al “nunca aceptaré el Cervantes” de Goytisolo—. A pesar de todo, en sus ceremonias de entrega se han pronunciado conmovedores discursos que le han convertido en el premio literario de mayor prestigio de la lengua española.

Sin embargo, en torno al Cervantes van aumentando dos deudas alarmantes que ameritan una respuesta adecuada. La primera es que se debe paliar la escandalosa ausencia de escritoras. Para el jurado del Cervantes (que de acuerdo con su actual convocatoria es de “presencia equilibrada entre hombres y mujeres”) la alternancia de género no puede ser una opción, debe ser una obligación. Si en 1979, tras la concesión del Cervantes a Gerardo Diego y Jorge Luis Borges, se prohibió que, en lo sucesivo, pudiera otorgarse ex aequo, ahora se podría introducir una cláusula que establezca, como mínimo, la alternancia de género. Cuando socialmente vivimos un clamor favorable a la paridad, no es presentable que en los últimos 10 años el Cervantes lo hayan recibido 8 hombres y 2 mujeres. Si uno repasa la relación completa de galardonados, entre los 50 solo hay 6 escritoras. Valga como ejemplo lo que ha sucedido en el Premio Nobel de Literatura, concedido en esta década a 5 escritores y a 5 escritoras. Incluso una institución tradicionalmente misógina como la Real Academia Española, desde 2014, ha incorporado a su pleno el mismo número de hombres y de mujeres.

Ningún escritor o escritora de 10 países (Bolivia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Guinea Ecuatorial, Honduras, Panamá, Puerto Rico y República Dominicana) de los 21 que componen la comunidad hispanohablante ha sido galardonado con el Premio Cervantes

Si la alternancia de género es necesaria para pagar la primera y mayor deuda, para la segunda va a ser necesario superar esa absurda división del premio entre escritores de España e Hispanoamérica. No parece muy correcto que los dos últimos galardonados hayan nacido a menos de 300 kilómetros de distancia, residan en la misma ciudad y pertenezcan a la misma institución académica. Eso sucede sin que ningún escritor o escritora de 10 países (Bolivia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Guinea Ecuatorial, Honduras, Panamá, Puerto Rico y República Dominicana) de los 21 que componen la comunidad hispanohablante haya sido galardonado con el Premio Cervantes.

Parece que por la vía de los hechos se va haciendo realidad aquella ocurrencia vanguardista, ya casi centenaria, que pretendía convertir a Madrid en el “meridiano intelectual de Hispanoamérica”. Si el jurado del Premio Cervantes no es más sensible a la diversidad de la literatura española que se escribe en los países hispanoamericanos, que no nos extrañe que volvamos a oír lo que en aquel momento dijo Borges: “Madrid no nos entiende”.

El Premio Cervantes debe ser más generoso con la presencia femenina y esforzarse por hacer visible en toda su dimensión ese amplio “territorio de la Mancha”, afortunada imagen acuñada por Carlos Fuentes. Los próximos jurados tienen la palabra.

Jesús Cañete Ochoa es exdirector del Festival de la Palabra de la Universidad de Alcalá.



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