El poder de los lectores

[nfahey]

De las ideas que escuchamos a Javier Cercas en su discurso de ingreso en la RAE, un homenaje a los lectores (destacó que don Quijote y Emma Bovary son eso: lectores) hubo una que, aunque repetida, nos cuesta asimilar. El protagonista de la literatura no es el autor, dijo, y citó a Paul Valéry : «La obra maestra se debe a los lectores». La verdad que encierran estas palabras es resbaladiza, tal vez por otro de los malentendidos a los que sacudía Cercas: el ego autoral que tanto engordó durante el romanticismo y del que no nos hemos liberado en esta época tan fragmentaria y canceladora como mitómana. Pensé al oír a Cercas que nos cuesta aceptar hasta qué punto sin lectores no habrá literatura, y entonces vinieron en mi auxilio un par de episodios de la historia, extraliterarios. Uno, la piedra Rossetta. Champollión nos permitió leer el gran libro de los templos, en realidad toda la civilización egipcia la que resurgió de entre las ruinas y papiros. Y hay otro ejemplo más extremo que relataba Jean-Yves Jouannais en ‘ El uso de las ruinas’ : la próspera ciudad de Ebla, que el rey Naram Sin mandó borrar del mapa hace más de cuatro mil años. Ardió durante dos días y dos noches. Quedó arrasada. Pero el fuego que la devastó coció veinte mil tablillas de barro que guardaban los archivos en su palacio. Gracias al afán mortífero de los reyes de Acad pudimos leerlas a mediados del siglo XX y se redescubrieron sus leyes, sus historias y su lengua. Tal es el poder de la lectura y de los lectores. Desde entonces el autor importa relativamente poco.

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