Alison_Raynor
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Es absolutamente necesario que se afronten en los países de origen las causas que provocan la emigración. Necesitamos que los programas que se apliquen para este fin garanticen que, en las zonas afectadas por la inestabilidad y por las más graves injusticias, haya lugar para un desarrollo auténtico que promueva el bien de todas las poblaciones, en particular de los niños y niñas, esperanza de la humanidad.
Si queremos resolver un problema que nos afecta a todos, debemos hacerlo con una integración de los países expulsores, de tránsito, destino y retorno de migrantes. Ante este reto, ningún país puede quedarse solo y ninguno puede pensar en abordar la cuestión de forma aislada mediante legislaciones más restrictivas y represivas, aprobadas a veces bajo la presión del miedo o en busca de un rédito electoral. Por el contrario, así como vemos que hay una globalización de la indiferencia, hay que responder con la globalización de la caridad y de la cooperación, para que se humanicen las condiciones de los emigrantes.
Pensemos en recientes ejemplos que vimos en Europa. La herida aún abierta que es la guerra en Ucrania provocó que miles de personas debieran abandonar sus casas, especialmente durante los primeros meses del conflicto. Pero también hemos sido testigos de la acogida irrestricta de muchos países de frontera, como ha sido el caso de Polonia. Algo similar ha ocurrido en Oriente Próximo, en donde las puertas abiertas de países como Jordania o Líbano continúan siendo la salvación para millones que huyen de los conflictos en el área: pienso especialmente en quienes abandonan Gaza en medio de la carestía que ha azotado a los hermanos palestinos ante la dificultad para que ingresen alimentos y ayuda a su territorio. Lo que está ocurriendo en Gaza, que según algunos expertos parecería tener las características de un genocidio, debería ser investigado con atención para determinar si encuadra en la definición técnica que sostienen juristas y organismos internacionales.
Debemos involucrar a los países de origen de los mayores flujos migratorios en un nuevo ciclo virtuoso de crecimiento económico y de paz que incluya a todo el planeta. Para que la migración sea una decisión realmente libre es necesario esforzarse por garantizar a todos una participación equitativa en el bien común, el respeto de los derechos fundamentales y el acceso al desarrollo humano integral. Solo si este piso mínimo está garantizado en todas las naciones del mundo podremos decir que quien migra lo hace de forma libre y podremos pensar en una solución realmente integral al tema. Pienso en especial en los jóvenes, que al emigrar muchas veces provocan en sus comunidades de origen una doble fractura: una porque pierden a los elementos más prósperos y emprendedores y otra porque se disgregan las familias.
Para que podamos llegar a este escenario, sin embargo, debemos tener como paso previo fundamental que se terminen los términos desiguales de intercambios entre los distintos países del mundo. Se ha instalado en los vínculos entre muchos países una cierta ficción que parecería dar cuenta de un supuesto intercambio comercial, pero es solo una transacción entre filiales que saquean los territorios de los países pobres y mandan sus productos y regalías a las casas matrices en los países desarrollados. Me vienen a la mente, por ejemplo, sectores ligados a la explotación de recursos naturales del subsuelo. Son las venas abiertas de estos territorios.
Cuando escuchamos a tal o cual dirigente quejarse de los flujos de migración que llegan desde África a Europa, ¿cuántos de esos mismos líderes se preguntan sobre el neocolonialismo que aún hoy subsiste en muchas naciones africanas? Recuerdo que en mi viaje a República Democrática del Congo en 2023 abordé el problema del saqueo de hoy sobre algunas naciones: “Hay una consigna que brota del inconsciente de tantas culturas y de mucha gente: ‘África va explotada’, y esto es terrible. Tras el colonialismo político, se ha desatado un ‘colonialismo económico’ igualmente esclavizador. Así, este país, abundantemente depredado, no es capaz de beneficiarse suficientemente de sus inmensos recursos: se ha llegado a la paradoja de que los frutos de su propia tierra lo conviertan en ‘extranjero’ para sus habitantes. El veneno de la avaricia ha ensangrentado sus diamantes”.
Sabemos ya que la “teoría del derrame” no funciona ni dentro de la economía de un propio país ni dentro del concierto de naciones. Hay que apoyar a los países de las periferias, en muchos casos aquellos de origen de las migraciones, para neutralizar las prácticas neocolonizadoras que buscan perpetuar las asimetrías.
Una vez que el mundo pueda avanzar en acuerdos para promover el desarrollo local de quienes de otro modo terminarían migrando, es importante que sus gobernantes, llamados a ejercitar la buena política, actúen de forma transparente, honesta, con amplitud de miras y al servicio de todos, especialmente de los más vulnerables.
Primero acogidos y luego protegidos, a los migrantes luego hay que promoverlos. Al pedir que se les abran las puertas, pido también que se anime su desarrollo integral, que se les dé la posibilidad de realizarse como personas en todas las dimensiones que componen la humanidad querida por el Creador.
Pienso en particular en que se logren mayores avances en la promoción de la inserción sociolaboral de los emigrantes y refugiados, que se garantice incluso a aquellos solicitantes de los distintos tipos de asilo la posibilidad de trabajar y que, en paralelo, se ofrezcan cursos formativos lingüísticos y de ciudadanía activa, como también una información adecuada en sus propias lenguas. En Italia tenemos el ejemplo de un joven sacerdote, don Mattia Ferrari, que se involucra no solo en las acciones de rescate en el mar, sino que con su grupo velan por una integración sostenible y sustentable en el destino.
Por otro lado, la migración bien gestionada podría ayudar a hacer frente a la grave crisis que provoca la desnatalidad en muchos países, especialmente europeos. Es un problema muy grave al que las personas que llegan desde otras naciones pueden contribuir a resolver si se los integra plenamente y dejan de ser considerados ciudadanos “de segunda”. Es clave la importancia de la integración del migrante que llega. Corremos el riesgo de que lo que algunos ven como una salvación en el presente sea una condena para el futuro. Serán las generaciones futuras las que nos lo agradecerán si somos capaces de crear las condiciones para una imprescindible integración, mientras que nos culparán si solo fomentamos una asimilación infecunda. Estamos hablando de una integración con el estilo del poliedro, en la que cada uno conserve sus características, un modelo totalmente alejado de la asimilación, que no tiene en cuenta las diferencias y permanece rígida en sus propios paradigmas.
Los jóvenes que hoy se movilizan por todo el mundo marcándonos el camino se sentarán en un mañana a transmitir ese amor por la Tierra a la generación siguiente. Nosotros, los que hoy ya tenemos mucho más que un par de canas, hemos fallado en la custodia de la creación y por eso apreciamos el liderazgo de las nuevas generaciones, que no quieren repetir nuestros errores y se están esforzando para dejar la casa común mejor que cuando la recibieron.
He seguido con atención las movilizaciones masivas de estudiantes en varias ciudades y sé de algunas de las acciones en las que se esfuerzan por un mundo más justo y atento a la salvaguarda del ambiente. Lo hacen con preocupación, entusiasmo y, sobre todo, con sentido de responsabilidad ante el urgente cambio de rumbo que nos imponen las dificultades derivadas de la crisis ética y socioambiental actual. El tiempo está a punto de agotarse, no nos queda demasiado para salvar el planeta y ellos van, salen y ponen el cuerpo. Y no lo hacen solo por ellos, lo hacen por nosotros y por los que vendrán después.
Hay varios ejemplos de cómo este diálogo intergeneracional puede desembocar en una alianza aplicada al cuidado de la casa común. Pienso en algunos proyectos que se preocupan por transmitir los conocimientos y valores de la producción local de alimentos que tenían nuestros abuelos para que, aplicados con los medios actuales, se avance en una mayor defensa y promoción de la biodiversidad alimentaria, con el deseo de volver a la tierra y cultivarla sin explotarla, con técnicas y métodos completamente ecológicos.
En un mundo cada vez más acelerado y de “usar y tirar”, estas iniciativas ayudan a que la gente no pierda su conexión con la comida y las tradiciones locales asociadas, una tendencia cuyo contraste no requiere necesariamente una regresión, sino una recuperación de la relación entre la nutrición y los vínculos sociales. En Italia, Carlo Petrini y su movimiento por una slow food han dado grandes pasos en esta dirección.
Además del provecho que el mundo puede sacar de esta nueva alianza en lo que se refiere al cuidado del planeta, sin duda un mayor encuentro entre jóvenes y ancianos redundará en que haya menos chances de que se repitan las tragedias bélicas y humanitarias que marcaron el siglo pasado.
Quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Y nadie mejor que nuestros adultos mayores para darnos el testimonio vivo de los sucesos que no queremos que vuelvan a darse en el planeta. Pensemos en lo que estamos viviendo en estos momentos en Europa, que hace casi tres años es el epicentro de esta tercera guerra mundial de a partes. Es el continente que el siglo pasado vivió 30 años sumido en guerras fratricidas y luego experimentó dolorosas separaciones de pueblos hermanos con el muro de Berlín. No puede ser casualidad que estos nuevos vientos de guerra resoplen en el Viejo Mundo cuando quedan cada vez menos testigos directos de la barbarie de los totalitarismos o, peor aún, cuando se los tiene marginados, como piezas de museos que no pueden aportar sus valiosos testimonios —que muchos llevan incluso marcado en la piel— a algunos de los debates que hoy vuelven a marcar la agenda política como hace poco más de 100 años.
La esperanza siempre tiene rostro humano. Este será el primer jubileo marcado por la irrupción de nuevas tecnologías, en medio de una emergencia climática como la que estamos atravesando. A diario vemos cómo la casa común nos pide una pausa de nuestro estilo de vida, que empuja al planeta más allá de sus límites y que provoca la erosión de los suelos, la desaparición de los campos, el avance de los desiertos, la acidificación de los mares y la intensificación de tormentas y otros fenómenos climáticos intensos. Es el grito de la Tierra que nos interpela.
En las escrituras, durante el jubileo, el pueblo de Dios fue invitado a descansar de su trabajo habitual, para permitir que la tierra se regenerara y el mundo se reorganizara, gracias al declive del consumo habitual. Recordemos las palabras de Dios a Moisés en el monte Sinaí: “Será para ustedes un año de jubileo, y cada uno de ustedes volverá a su familia y a su patrimonio familiar. El año cincuenta será para ustedes de jubileo. No sembrarán, ni cosecharán lo que la tierra produzca de manera natural, ni vendimiarán sus viñedos. Es un año de jubileo, y será para ustedes un año sagrado. Solo podrán comer lo que la tierra produzca” (Levítico 25).
Estamos llamados a encontrar estilos de vida equitativos y sostenibles, que restituyan a la tierra el descanso que se merece, así como medios de subsistencia suficientes para todos que no destruyan los ecosistemas que nos mantienen.
Ya antes de la pandemia considerábamos que era necesario “reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre cómo nuestra elección diaria en términos de alimentos, consumo, desplazamientos, uso del agua, de la energía y de tantos bienes materiales a menudo son imprudentes y perjudiciales”. Ahora sumamos la necesidad de una reflexión que involucre el futuro de las nuevas tecnologías y qué decisiones tomaremos como humanidad para que no sean incompatibles con un mundo de fraternidad y esperanza.
Estamos llamados a salir de nuestra comodidad y proponer soluciones y alternativas creativas para que el planeta siga siendo habitable y que nuestra existencia sobre la Tierra no corra peligro. Problemas nuevos exigen soluciones nuevas. Debemos reflexionar sobre los dilemas éticos que plantea el uso omnipresente de la tecnología, apelando al saber integrado para evitar que siga reinando el paradigma tecnocrático.
La dignidad de todo hombre y toda mujer debe ser nuestra preocupación central mientras buscamos construir un futuro en el que nadie quede afuera. No se trata ya solo de asegurar la continuidad de la especie humana en un planeta cada vez más amenazado, sino que debemos procurar que esa vida sea respetada en todo momento. Y así como con el tema ambiental no supimos reaccionar a tiempo, sí podemos hacerlo frente a la que se percibe como una de las transformaciones más profundas de la historia reciente de la humanidad, la penetración de la IA en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.
Por eso el llamado a ser peregrinos de esperanza. Me gusta la imagen del peregrino, “aquel que se descentra y así puede trascender. Sale de sí mismo, se abre a un nuevo horizonte y, cuando vuelve a casa, ya no es el mismo, por lo tanto, su casa ya no será la misma”. Además, el camino del peregrino no es un hecho individual, sino comunitario, con la impronta de un dinamismo en crecimiento que tiende cada vez más hacia la cruz, que siempre nos ofrece la certeza de la presencia y la seguridad de la esperanza. (…)
Acuérdense lo que les comenté al principio: la esperanza es nuestra ancla y nuestra vela. Con ella salgamos a peregrinar hacia la construcción de ese mundo más fraterno con el que soñamos, en el que la dignidad del ser humano prevalezca sobre cualquier división y en armonía con la Madre Tierra.
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Si queremos resolver un problema que nos afecta a todos, debemos hacerlo con una integración de los países expulsores, de tránsito, destino y retorno de migrantes. Ante este reto, ningún país puede quedarse solo y ninguno puede pensar en abordar la cuestión de forma aislada mediante legislaciones más restrictivas y represivas, aprobadas a veces bajo la presión del miedo o en busca de un rédito electoral. Por el contrario, así como vemos que hay una globalización de la indiferencia, hay que responder con la globalización de la caridad y de la cooperación, para que se humanicen las condiciones de los emigrantes.
Pensemos en recientes ejemplos que vimos en Europa. La herida aún abierta que es la guerra en Ucrania provocó que miles de personas debieran abandonar sus casas, especialmente durante los primeros meses del conflicto. Pero también hemos sido testigos de la acogida irrestricta de muchos países de frontera, como ha sido el caso de Polonia. Algo similar ha ocurrido en Oriente Próximo, en donde las puertas abiertas de países como Jordania o Líbano continúan siendo la salvación para millones que huyen de los conflictos en el área: pienso especialmente en quienes abandonan Gaza en medio de la carestía que ha azotado a los hermanos palestinos ante la dificultad para que ingresen alimentos y ayuda a su territorio. Lo que está ocurriendo en Gaza, que según algunos expertos parecería tener las características de un genocidio, debería ser investigado con atención para determinar si encuadra en la definición técnica que sostienen juristas y organismos internacionales.
Debemos involucrar a los países de origen de los mayores flujos migratorios en un nuevo ciclo virtuoso de crecimiento económico y de paz que incluya a todo el planeta. Para que la migración sea una decisión realmente libre es necesario esforzarse por garantizar a todos una participación equitativa en el bien común, el respeto de los derechos fundamentales y el acceso al desarrollo humano integral. Solo si este piso mínimo está garantizado en todas las naciones del mundo podremos decir que quien migra lo hace de forma libre y podremos pensar en una solución realmente integral al tema. Pienso en especial en los jóvenes, que al emigrar muchas veces provocan en sus comunidades de origen una doble fractura: una porque pierden a los elementos más prósperos y emprendedores y otra porque se disgregan las familias.
Para que podamos llegar a este escenario, sin embargo, debemos tener como paso previo fundamental que se terminen los términos desiguales de intercambios entre los distintos países del mundo. Se ha instalado en los vínculos entre muchos países una cierta ficción que parecería dar cuenta de un supuesto intercambio comercial, pero es solo una transacción entre filiales que saquean los territorios de los países pobres y mandan sus productos y regalías a las casas matrices en los países desarrollados. Me vienen a la mente, por ejemplo, sectores ligados a la explotación de recursos naturales del subsuelo. Son las venas abiertas de estos territorios.
Cuando escuchamos a tal o cual dirigente quejarse de los flujos de migración que llegan desde África a Europa, ¿cuántos de esos mismos líderes se preguntan sobre el neocolonialismo que aún hoy subsiste en muchas naciones africanas? Recuerdo que en mi viaje a República Democrática del Congo en 2023 abordé el problema del saqueo de hoy sobre algunas naciones: “Hay una consigna que brota del inconsciente de tantas culturas y de mucha gente: ‘África va explotada’, y esto es terrible. Tras el colonialismo político, se ha desatado un ‘colonialismo económico’ igualmente esclavizador. Así, este país, abundantemente depredado, no es capaz de beneficiarse suficientemente de sus inmensos recursos: se ha llegado a la paradoja de que los frutos de su propia tierra lo conviertan en ‘extranjero’ para sus habitantes. El veneno de la avaricia ha ensangrentado sus diamantes”.
Sabemos ya que la “teoría del derrame” no funciona ni dentro de la economía de un propio país ni dentro del concierto de naciones. Hay que apoyar a los países de las periferias, en muchos casos aquellos de origen de las migraciones, para neutralizar las prácticas neocolonizadoras que buscan perpetuar las asimetrías.
Una vez que el mundo pueda avanzar en acuerdos para promover el desarrollo local de quienes de otro modo terminarían migrando, es importante que sus gobernantes, llamados a ejercitar la buena política, actúen de forma transparente, honesta, con amplitud de miras y al servicio de todos, especialmente de los más vulnerables.
Primero acogidos y luego protegidos, a los migrantes luego hay que promoverlos. Al pedir que se les abran las puertas, pido también que se anime su desarrollo integral, que se les dé la posibilidad de realizarse como personas en todas las dimensiones que componen la humanidad querida por el Creador.
Al pedir que se les abran as puertas a los migrantes, pido también que se apoye su desarrollo integral
Pienso en particular en que se logren mayores avances en la promoción de la inserción sociolaboral de los emigrantes y refugiados, que se garantice incluso a aquellos solicitantes de los distintos tipos de asilo la posibilidad de trabajar y que, en paralelo, se ofrezcan cursos formativos lingüísticos y de ciudadanía activa, como también una información adecuada en sus propias lenguas. En Italia tenemos el ejemplo de un joven sacerdote, don Mattia Ferrari, que se involucra no solo en las acciones de rescate en el mar, sino que con su grupo velan por una integración sostenible y sustentable en el destino.
Por otro lado, la migración bien gestionada podría ayudar a hacer frente a la grave crisis que provoca la desnatalidad en muchos países, especialmente europeos. Es un problema muy grave al que las personas que llegan desde otras naciones pueden contribuir a resolver si se los integra plenamente y dejan de ser considerados ciudadanos “de segunda”. Es clave la importancia de la integración del migrante que llega. Corremos el riesgo de que lo que algunos ven como una salvación en el presente sea una condena para el futuro. Serán las generaciones futuras las que nos lo agradecerán si somos capaces de crear las condiciones para una imprescindible integración, mientras que nos culparán si solo fomentamos una asimilación infecunda. Estamos hablando de una integración con el estilo del poliedro, en la que cada uno conserve sus características, un modelo totalmente alejado de la asimilación, que no tiene en cuenta las diferencias y permanece rígida en sus propios paradigmas.
Los jóvenes que hoy se movilizan por todo el mundo marcándonos el camino se sentarán en un mañana a transmitir ese amor por la Tierra a la generación siguiente. Nosotros, los que hoy ya tenemos mucho más que un par de canas, hemos fallado en la custodia de la creación y por eso apreciamos el liderazgo de las nuevas generaciones, que no quieren repetir nuestros errores y se están esforzando para dejar la casa común mejor que cuando la recibieron.
He seguido con atención las movilizaciones masivas de estudiantes en varias ciudades y sé de algunas de las acciones en las que se esfuerzan por un mundo más justo y atento a la salvaguarda del ambiente. Lo hacen con preocupación, entusiasmo y, sobre todo, con sentido de responsabilidad ante el urgente cambio de rumbo que nos imponen las dificultades derivadas de la crisis ética y socioambiental actual. El tiempo está a punto de agotarse, no nos queda demasiado para salvar el planeta y ellos van, salen y ponen el cuerpo. Y no lo hacen solo por ellos, lo hacen por nosotros y por los que vendrán después.
Hay varios ejemplos de cómo este diálogo intergeneracional puede desembocar en una alianza aplicada al cuidado de la casa común. Pienso en algunos proyectos que se preocupan por transmitir los conocimientos y valores de la producción local de alimentos que tenían nuestros abuelos para que, aplicados con los medios actuales, se avance en una mayor defensa y promoción de la biodiversidad alimentaria, con el deseo de volver a la tierra y cultivarla sin explotarla, con técnicas y métodos completamente ecológicos.
En un mundo cada vez más acelerado y de “usar y tirar”, estas iniciativas ayudan a que la gente no pierda su conexión con la comida y las tradiciones locales asociadas, una tendencia cuyo contraste no requiere necesariamente una regresión, sino una recuperación de la relación entre la nutrición y los vínculos sociales. En Italia, Carlo Petrini y su movimiento por una slow food han dado grandes pasos en esta dirección.
El tiempo para salvar el planeta está a punto de agotarse, y los jóvenes van, salen y ponen el cuerpo
Además del provecho que el mundo puede sacar de esta nueva alianza en lo que se refiere al cuidado del planeta, sin duda un mayor encuentro entre jóvenes y ancianos redundará en que haya menos chances de que se repitan las tragedias bélicas y humanitarias que marcaron el siglo pasado.
Quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Y nadie mejor que nuestros adultos mayores para darnos el testimonio vivo de los sucesos que no queremos que vuelvan a darse en el planeta. Pensemos en lo que estamos viviendo en estos momentos en Europa, que hace casi tres años es el epicentro de esta tercera guerra mundial de a partes. Es el continente que el siglo pasado vivió 30 años sumido en guerras fratricidas y luego experimentó dolorosas separaciones de pueblos hermanos con el muro de Berlín. No puede ser casualidad que estos nuevos vientos de guerra resoplen en el Viejo Mundo cuando quedan cada vez menos testigos directos de la barbarie de los totalitarismos o, peor aún, cuando se los tiene marginados, como piezas de museos que no pueden aportar sus valiosos testimonios —que muchos llevan incluso marcado en la piel— a algunos de los debates que hoy vuelven a marcar la agenda política como hace poco más de 100 años.
La esperanza siempre tiene rostro humano. Este será el primer jubileo marcado por la irrupción de nuevas tecnologías, en medio de una emergencia climática como la que estamos atravesando. A diario vemos cómo la casa común nos pide una pausa de nuestro estilo de vida, que empuja al planeta más allá de sus límites y que provoca la erosión de los suelos, la desaparición de los campos, el avance de los desiertos, la acidificación de los mares y la intensificación de tormentas y otros fenómenos climáticos intensos. Es el grito de la Tierra que nos interpela.
En las escrituras, durante el jubileo, el pueblo de Dios fue invitado a descansar de su trabajo habitual, para permitir que la tierra se regenerara y el mundo se reorganizara, gracias al declive del consumo habitual. Recordemos las palabras de Dios a Moisés en el monte Sinaí: “Será para ustedes un año de jubileo, y cada uno de ustedes volverá a su familia y a su patrimonio familiar. El año cincuenta será para ustedes de jubileo. No sembrarán, ni cosecharán lo que la tierra produzca de manera natural, ni vendimiarán sus viñedos. Es un año de jubileo, y será para ustedes un año sagrado. Solo podrán comer lo que la tierra produzca” (Levítico 25).
Estamos llamados a encontrar estilos de vida equitativos y sostenibles, que restituyan a la tierra el descanso que se merece, así como medios de subsistencia suficientes para todos que no destruyan los ecosistemas que nos mantienen.
Ya antes de la pandemia considerábamos que era necesario “reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre cómo nuestra elección diaria en términos de alimentos, consumo, desplazamientos, uso del agua, de la energía y de tantos bienes materiales a menudo son imprudentes y perjudiciales”. Ahora sumamos la necesidad de una reflexión que involucre el futuro de las nuevas tecnologías y qué decisiones tomaremos como humanidad para que no sean incompatibles con un mundo de fraternidad y esperanza.
Estamos llamados a salir de nuestra comodidad y proponer soluciones y alternativas creativas para que el planeta siga siendo habitable y que nuestra existencia sobre la Tierra no corra peligro. Problemas nuevos exigen soluciones nuevas. Debemos reflexionar sobre los dilemas éticos que plantea el uso omnipresente de la tecnología, apelando al saber integrado para evitar que siga reinando el paradigma tecnocrático.
La dignidad de todo hombre y toda mujer debe ser nuestra preocupación central mientras buscamos construir un futuro en el que nadie quede afuera. No se trata ya solo de asegurar la continuidad de la especie humana en un planeta cada vez más amenazado, sino que debemos procurar que esa vida sea respetada en todo momento. Y así como con el tema ambiental no supimos reaccionar a tiempo, sí podemos hacerlo frente a la que se percibe como una de las transformaciones más profundas de la historia reciente de la humanidad, la penetración de la IA en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.
Por eso el llamado a ser peregrinos de esperanza. Me gusta la imagen del peregrino, “aquel que se descentra y así puede trascender. Sale de sí mismo, se abre a un nuevo horizonte y, cuando vuelve a casa, ya no es el mismo, por lo tanto, su casa ya no será la misma”. Además, el camino del peregrino no es un hecho individual, sino comunitario, con la impronta de un dinamismo en crecimiento que tiende cada vez más hacia la cruz, que siempre nos ofrece la certeza de la presencia y la seguridad de la esperanza. (…)
Acuérdense lo que les comenté al principio: la esperanza es nuestra ancla y nuestra vela. Con ella salgamos a peregrinar hacia la construcción de ese mundo más fraterno con el que soñamos, en el que la dignidad del ser humano prevalezca sobre cualquier división y en armonía con la Madre Tierra.
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