El Museo Cecilia Giménez y el Ecce Homo de Borja, doce años después

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por Jessica Gómez
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Recorriendo la AP68 entre Bilbao y Barcelona todavía puede una dedicarse al pequeño placer que conoce bien quien viaja mucho por carretera: curiosear los nombres de los municipios que pasas de largo. Así, después de pasar Casalarreina y Cenicero, pero antes de Fuentes de Ebro o Alagón, se cruza en el camino Borja, el pueblo que desde hace doce años tiene su nombre inexorablemente unido al de su obra más representativa: el Ecce Homo. Y esto es así desde que, en 2012, una de las feligresas de la capilla de Misericordia, Cecilia Giménez, quisiera restaurar uno de los frescos más deteriorados: el Ecce Homo, obra original de Elías García en 1923.

Si existe algo mejor que darse a la frugal diversión de leer carteles en carretera es viajar sin prisa para decidir las paradas por el camino, y de este modo un giro de volante te saca, en un impulso, de la autopista para (peaje mediante) adentrarte en la N-122, donde poco a poco el paisaje de acero de molinos y naves industriales va mutando en uno de viñedos y construcciones de adobe.

Los más intrépidos podrían atravesar el pueblo por su centro, cuyas calles pueden poner a prueba tanto a los vehículos grandes como a los conductores temerosos, pero se puede rodear el núcleo y, cinco kilómetros más arriba por la ladera, damos al fin con el Santuario de Misericordia, donde un complejo histórico enclavado en este trocito de sierra cercano al Moncayo, con sus espectaculares vistas al valle, puede sorprender a quien espera encontrar “solo” una pequeña capilla.

Situado en el Camino de Santiago y construido alrededor de una hospedería del siglo XVI, el Santuario divide su extensión en varios espacios, entre ellos un parque, una fuente, un bar, varias sendas en los alrededores y el edificio principal, “el caserón”, que incluye la propia hospedería (donde se alojan inquilinos de larga duración y cerrada al público) con su cocina original del siglo XVI típica aragonesa, el centro de interpretación, la capilla de la Virgen de Misericordia y, desde hace unos años, también el Museo Cecilia Giménez Zarco, en honor a la mujer que, como suele decirse, puso a Borja y al propio Santuario en el mapa.

De esto último da buena cuenta, precisamente, la colección de mapas que rodean la taquilla, donde visitantes de todo el mundo han dejado clavadas pequeñas notas con sus nombres, que se cuentan por millares. Por el módico precio de 3€ podemos comprar la entrada para acceder a la capilla y ver uno de los eccehomos más famosos del mundo, con guía incluida y, probablemente, con afluencia de turistas. Una tarde cualquiera de noviembre, por ejemplo, es fácil que se formen cada poco tiempo grupos de cuatro o seis personas. La Fundación que lo gestiona, presidida por Eduardo Arilla (alcalde de Borja), destina el dinero a su propio geriátrico y al mantenimiento y mejoras de las instalaciones.

¿Quién es Cecilia Giménez y por qué intentó restaurar el Ecce Homo de la capilla de Misericordia?​


Hablamos de una capilla pequeña, en una pedanía alejada por una hora a pie de un pueblo de alrededor de cinco mil habitantes. Alrededor del Santuario se congregan un buen puñado de casas adonde, en los meses de temperaturas más amables (entre marzo y septiembre) suele trasladarse población de más edad, ya que el entorno, de pinares y senderos, invita al paseo y “da la salud”, que dicen las vecinas. Mientras el párroco da misas y se dedica a las labores propias de su cargo, como en tantos otros lugares pequeños, son las feligresas (especialmente las más mayores) quienes se encargan de los menesteres de la limpieza y el mantenimiento diario: desde barrer los suelos a quitar el polvo, pasando (muy probablemente) por lavar manteles y casullas. Cecilia era una de estas feligresas devotas y comprometidas con su capilla y, además, tenía conocimientos de arte y restauración.

Cecilia, antes de que su caso se hiciera famoso, ya había restaurado más pinturas en Misericordia: separado del Ecce Homo por una mesa, luce otro fresco de San Francisco de Borja, obra de Julio García (hijo de Elías, autor del Ecce Homo), que ella misma había restaurado con resultado magnífico.

El verano de 2012 se decidió a atreverse con el Ecce Homo, un fresco sobre yeso que el tiempo había destrozado por completo a causa de los materiales utilizados en su pintura, no preparados para sobrevivir en yeso con la humedad que aqueja la capilla. Cuando Cecilia comenzó a restaurar la obra, esta se encontraba ya muy deteriorada y, según dicen en la propia visita, todo el yeso estaba desprendido y a punto de caer. "Si Cecilia no hubiera empezado a restaurarlo, tal vez ahora no tendríamos nada. Quizá se habría caído en un mes", cuentan.

Llegado septiembre, como cada año, Cecilia regresó a su otra residencia, dejando la restauración a medias (apenas había dado luz y sombra y sobremarcardo el lugar donde irían ojos y nariz), con intención de retomar la labor a su vuelta, en primavera. Pero quiso la casualidad que, ese septiembre, unos estudiantes pasaran por allí y subieran una foto a Twitter, al tiempo que a una compañera de El Heraldo de Aragón le encargaban buscar alguna noticia “fresca y divertida”. Se hizo eco del tuit y el resto es historia, del arte y de internet.

Obviamente, no dejaron que Cecilia terminara su restauración: el Ecce Homo se quedaría a medio hacer, conservando la imagen con que el mundo entero lo conoció.

El Museo Cecilia Giménez Zarco.​


En julio 2016, y después de hacer una convocatoria pública para artistas de todas las edades y procedencias, el Caserón abrió un nuevo espacio: el Museo Cecilia Giménez Zarco, en el que se reunieron un total de treinta y ocho obras con diferentes visiones y representaciones tanto de Cecilia como del Ecce Homo y de todo lo que había sucedido en la capilla de Misericordia con la “fallida” restauración. Un retrato de la propia Cecilia con las dos versiones de la obra (el que abre este artículo) recibe al visitante nada más entrar.

Residente desde hace algunos años en un centro del INSS para la tercera edad, Cecilia no ha dejado de ir al Santuario como venía haciendo siempre, hasta ahora. A sus noventa y tres años, este 2024 ha sido el primero en que la salud le ha impedido acudir a su cita estival con la Virgen de la Misericordia.

“Bueno, son muchos años y este verano no estaba para viajes —nos cuenta una vecina—, pero a ver si el año que viene tenemos suerte y la volvemos a ver por aquí”. “Nos encanta tenerla —añade otra—. Esto no es lo mismo sin ella”.

 

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