Maximillia_Watsica
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No es Sevilla una ciudad ajena a las inundaciones. En la memoria colectiva de varias generaciones sigue guardada a fuego la riada que hace 62 años arrasó un tercio del núcleo urbano de la capital tras romperse el muro de defensa del arroyo Tamarguillo. Atrás quedaron las continuas crecidas del Guadalquivir, que convertían a Sevilla en una marisma donde el agua florecía del subsuelo cada vez que sacudía un temporal. Ahora, décadas después de las grandes obras hidráulicas que se llevaron a cabo para frenar los desbordamientos soterrando afluentes como el Tagarete, observamos tragedias como la del Levante de estos días con el mismo prisma con el que solemos mirar las grandes catástrofes naturales que suelen ocurrir en el otro lado del mundo, como los huracanes de Florida, los tsunamis en Indonesia o los terremotos en Japón. Todo queda como algo ajeno a nosotros, desde este microcosmos del que hablábamos el otro día, una realidad paralela. Díganme si no es así, cómo en pleno caos de búsqueda de desaparecidos, de un recuento de muertos que se cuentan por decenas y que nos corta la respiración por una borrasca que llamó a nuestras puertas con graves incidencias en Málaga y Cádiz, en Sevilla debatíamos sobre nuestros asuntos mundanos. Estamos pendientes (el que firma, el primero) sobre lo que debe hacer Estrella hoy cuando, en lugar de tomar una determinación tan valiente como su propio apelativo, mantiene hasta el último momento su intención de ir a la Catedral en procesión para poder salir de allí el domingo. Uno se pregunta si no es más fácil, ante tal avalancha de agua y de desgracias que no nos deben ser lejanas, haber anunciado que lo recomendable era suspender la procesión de ida, celebrar la misa en San Jacinto y esperar al sábado a que escampe. Salvo si el interés de apurar al máximo la llegada a la Catedral es para garantizarse la procesión extraordinaria contra viento y marea. Hubo quien miró el pronóstico de Aemet en el móvil en las franjas horarias de la tarde y espetó el «yo creo que salimos», que diría el Palermasso. Los mismos que creyeron que porque no llovió en un tramo horario de ayer, San Roque debía haber llevado al Cristo de San Agustín a la Catedral. Desde la más humilde reflexión, y distanciándonos de la demagogia barata que pudiera presuponerse, quizá con la que está cayendo deberíamos evitar estos debates y dar una imagen de mayor seriedad en nuestra Sevilla, que es la ciudad más bonita del mundo, con un ombligo muy grande, pero que no por ello debemos dejar de pisar la tierra, que anda estos días demasiado mojada. Porque luego nos ofendemos cuando viene una cadena nacional con todo el amarillismo del mundo a rescatar el estereotipo clásico: «Y mientras, Sevilla llora porque no ha salido la Virgen». Dicho esto, que el sol alumbre a la Estrella el sábado, porque también nos hace falta.
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