antone64
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Cuando acabaron los primeros 45 minutos los ojos de Anfield siguieron a Kylian Mbappé, escrutándolo con verdadera curiosidad, por si antes de meterse en el túnel se sacaba una máscara y aparecía debajo Christophe Dugarry. No tiene sentido el último mes de Mbappé en el fútbol de élite: ninguno; tiene tan poco sentido que, cuando le tocó tirar el penalti en la segunda parte (después de la mejor jugada suya en el partido, destruyendo el dique de Liverpool en la izquierda), no había alegría en el madridismo sino pavor. Justificado, porque ni siquiera fue un paradón. Pases al rival, disparos al cuerpo del contrario, dejar de presionar cuando todavía hay margen para apretar, lío en los controles en carrera, fueras de juego inexplicables. Que un jugador descomunal, portentoso, absolutamente fuera de serie, el heredero natural del socavón dejado por Messi y Ronaldo, haya hecho los últimos partidos es inexplicable.
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