Antonette_Klocko
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El vocabulario taurino se introdujo durante siglos pasados en el lenguaje común, con felices metáforas para la vida cotidiana. La crónica agustina, del vallisoletano Bernardo de Torres Paredes, publicada en Perú en 1657, ya mostraba con sentido figurado la oración “avía de ver los toros desde la barrera”.
Esas fórmulas siguen muy vivas: un amigo nos echa un capote porque está al quite para paliar el bajonazo que nos han propinado, y nos dirá que no es valiente refugiarse en tablas, que debemos cambiar de tercio porque si no vamos a quedar para el arrastre. Y eso sí que no tiene un pase. Más vale, en efecto, coger el toro por los cuernos, sin entrar al trapo de la provocación. Alguien nos pone en suerte a una persona que nos interesa conocer. No hay que dejarse torear por nadie, por mucha mano izquierda que tenga. Ahora bien, todo nos parece más fácil a toro pasado. Dejar la política puede equivaler a cortarse la coleta, como demostró Pablo Iglesias, pero siempre se puede salir por la puerta grande aun dejando de ser un primer espada. Empezaremos el trabajo pronto para que no nos pille el toro, y lo afrontaremos mejor si nos hemos apretado los machos (la parte inferior de la taleguilla o pantalón).
Usted mismo puede añadir aquí otras muchas expresiones, como las que recogieron Carlos Abella (¡Derecho al toro! 1996) y Andrés Amorós (Lenguaje taurino y sociedad, 1990), entre otros.
Pero hoy en día el léxico deportivo —especialmente el del fútbol y el del boxeo— va ganando terreno. El del balompié, por su fuerza popular; y el pugilístico, por sus fáciles analogías con nuestra golpeada existencia. Los autores Castañón, Tomás y Loza lo estudian en su obra Términos deportivos en el habla cotidiana (2005).
A mediados del siglo XX se hablaba de casarse de penalti, expresión hoy tal vez residual; o de echar balones fuera. Años más tarde ya se podía perder una votación por goleada, o marcarle un gol a alguien por la escuadra. Ahora llegan la idea de calentar el banquillo, el desmarcarse del propio partido o el cuidado para que un político no sea pillado en fuera de juego. En nuestros días se extienden metáforas como “le di en el poste”, cuando casi se acierta en una predicción; o aquella que anima a quien va a desempeñar pronto un papel importante: “Calienta, que sales”. También mostramos tarjetas amarillas —los avisos taurinos— incluyendo el gesto de juntar los dedos índice y anular. O decimos “me la dejaste botando”, porque alguien nos pone algo en bandeja; o “sudar la camiseta” para un esfuerzo figurado; o “defender los colores de la empresa”. También se “ficha” a nuevos ejecutivos y siempre hay quien “se mete un gol” en propia meta.
Por su parte, el boxeo nos sirve metáforas como “besar la lona”, “no durará tres asaltos” o “quedó noqueado”, a menudo por “un golpe bajo” (el bajonazo de antes). A veces tiramos la toalla cuando alguien nos ha puesto contra las cuerdas. Y en otras ocasiones nos salva la campana.
Quizás los hablantes de hoy sean más conscientes de usar una metáfora cuando acuden al vocabulario de los deportes, mientras que muchas expresiones taurinas vienen a la conciencia sin que medie voluntad de estilo.
El léxico deportivo va ganando terreno, sí, pero dudo que decaiga el de la lidia, que probablemente sobrevivirá a una eventual desaparición de las corridas porque durante decenios reflejó con tino los triunfos, los trucos o los riesgos de las personas. Aún es imbatible en el imaginario colectivo la ancestral metáfora de las cornadas de la vida que a cada rato nos acechan y que a veces nos alcanzan.
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Esas fórmulas siguen muy vivas: un amigo nos echa un capote porque está al quite para paliar el bajonazo que nos han propinado, y nos dirá que no es valiente refugiarse en tablas, que debemos cambiar de tercio porque si no vamos a quedar para el arrastre. Y eso sí que no tiene un pase. Más vale, en efecto, coger el toro por los cuernos, sin entrar al trapo de la provocación. Alguien nos pone en suerte a una persona que nos interesa conocer. No hay que dejarse torear por nadie, por mucha mano izquierda que tenga. Ahora bien, todo nos parece más fácil a toro pasado. Dejar la política puede equivaler a cortarse la coleta, como demostró Pablo Iglesias, pero siempre se puede salir por la puerta grande aun dejando de ser un primer espada. Empezaremos el trabajo pronto para que no nos pille el toro, y lo afrontaremos mejor si nos hemos apretado los machos (la parte inferior de la taleguilla o pantalón).
Usted mismo puede añadir aquí otras muchas expresiones, como las que recogieron Carlos Abella (¡Derecho al toro! 1996) y Andrés Amorós (Lenguaje taurino y sociedad, 1990), entre otros.
Pero hoy en día el léxico deportivo —especialmente el del fútbol y el del boxeo— va ganando terreno. El del balompié, por su fuerza popular; y el pugilístico, por sus fáciles analogías con nuestra golpeada existencia. Los autores Castañón, Tomás y Loza lo estudian en su obra Términos deportivos en el habla cotidiana (2005).
A mediados del siglo XX se hablaba de casarse de penalti, expresión hoy tal vez residual; o de echar balones fuera. Años más tarde ya se podía perder una votación por goleada, o marcarle un gol a alguien por la escuadra. Ahora llegan la idea de calentar el banquillo, el desmarcarse del propio partido o el cuidado para que un político no sea pillado en fuera de juego. En nuestros días se extienden metáforas como “le di en el poste”, cuando casi se acierta en una predicción; o aquella que anima a quien va a desempeñar pronto un papel importante: “Calienta, que sales”. También mostramos tarjetas amarillas —los avisos taurinos— incluyendo el gesto de juntar los dedos índice y anular. O decimos “me la dejaste botando”, porque alguien nos pone algo en bandeja; o “sudar la camiseta” para un esfuerzo figurado; o “defender los colores de la empresa”. También se “ficha” a nuevos ejecutivos y siempre hay quien “se mete un gol” en propia meta.
Por su parte, el boxeo nos sirve metáforas como “besar la lona”, “no durará tres asaltos” o “quedó noqueado”, a menudo por “un golpe bajo” (el bajonazo de antes). A veces tiramos la toalla cuando alguien nos ha puesto contra las cuerdas. Y en otras ocasiones nos salva la campana.
Quizás los hablantes de hoy sean más conscientes de usar una metáfora cuando acuden al vocabulario de los deportes, mientras que muchas expresiones taurinas vienen a la conciencia sin que medie voluntad de estilo.
El léxico deportivo va ganando terreno, sí, pero dudo que decaiga el de la lidia, que probablemente sobrevivirá a una eventual desaparición de las corridas porque durante decenios reflejó con tino los triunfos, los trucos o los riesgos de las personas. Aún es imbatible en el imaginario colectivo la ancestral metáfora de las cornadas de la vida que a cada rato nos acechan y que a veces nos alcanzan.
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El léxico deportivo salta al ruedo
Las metáforas del fútbol ganan terreno por su fuerza popular, y las del boxeo por nuestra golpeada existencia
elpais.com