‘El inocente’: la poética de la extrañeza de Louis Garrel y el dulce sabor de lo inesperado

graham.kolby

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27 Sep 2024
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Qué hermosas son las películas inesperadas. Inesperadas porque no sabes lo que vas a ver. E inesperadas porque cuando terminan tampoco sabes muy bien lo que has visto. El inocente, de Louis Garrel, como también lo era Un pequeño plan… como salvar el planeta (2021), su anterior trabajo, es una de ellas.

En las últimas películas de Garrel nunca pasa lo que pasa en otras películas: ni en general ni en el interior de cada secuencia ni en los diálogos. Sus criaturas nunca dicen lo que suelen decir los personajes de las historias de los demás. Y eso es no solo fascinante, sino también muy difícil de resolver porque no se trata simplemente de ser original. Se trata de ser genuino, complejo, trascendente, procaz, insensato (en el mejor sentido de la palabra, que lo tiene para el arte y para el cine) e inteligente. Y pocos títulos recientes tan inteligentes en su estructura y tan singulares en sus cambios de tono como El inocente. Una historia sobre la pérdida y la (des)esperanza, excéntrica para bien, constituida a partir de cuatro personajes encantadores: un expresidiario; la profesora de teatro con la que ha cogido aire y amor durante los cinco años de cárcel; el hijo de esta, viudo a una edad en la que no es justo serlo; y la mejor amiga de este, enamorada en secreto del hombre que no sale de sus recuerdos y de su dolor. Una película con fondo dramático que se mueve fundamentalmente por la comedia, que a veces linda de un modo muy valiente con la parodia, y que posee poderosos ramalazos de polar, el cine negro francés de atracos, tabaco, whisky y tinieblas físicas y personales.

La poética de la extrañeza que practica Garrel, que deja sumido al espectador en un desconcierto constante maravilloso, se desarrolla también con las formas y la puesta en escena: zooms que arruinarían al momento las películas de los demás; particiones de la pantalla en otras dos o tres minipantallas; textura fotográfica áspera. En determinados planos, El inocente parece una obra de Jean-Pierre Melville, para virar inmediatamente hacia el cine de François Truffaut, pero siendo siempre Garrel: el osado, el peculiar. Un atrevimiento que además encaja a la perfección con el que, de un modo u otro, practican también los cuatro personajes a lo largo del relato, siempre desplegado en torno al amor, conformando así una historia de un exacerbado romanticismo que al mismo tiempo te duele y te divierte. Y cuatro magníficos intérpretes, cada uno en un registro exacto para su papel: Roschdy Zem, duro, noble e inquietante; Anouk Grinberg, despendolada, encantadora y sincera; el propio Garrel, huidizo, inseguro y despistado; y la gran revelación cómica, Noémie Merlant, graciosa como nunca.

Los recientes premios César de Francia se los acabó llevando otra obra excelente, La noche del 12, de Dominik Moll, en presencia de la soberbia Pacifiction, de Albert Serra, pero El inocente, candidata a 11 galardones, obtuvo dos de los principales: el de mejor guion y el de actriz de reparto para Merlant. Juéguensela, vayan al cine con el mismo arrojo del director; a no esperar nada, o a buscar algo nuevo y especial. La lírica de lo insospechado de Garrel lo merece.

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