katharina.kutch
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El grito del corazón muchas veces es el sonido menos ensordecedor que pueda existir, pero en cambio tiene tal magnitud y fuerza que puede hacer temblar los cimientos mismos de la vida de ese ser humano que grita desde el silencio interior de su pecho, desde el epicentro de esa vida que respira. Ese sonido imperceptible para los oídos, solo entendido por el lenguaje misterioso de las pulsaciones, la respiración, la tensión arterial, la mente y el alma; es capaz de traspasar hasta las barreras del espacio y del tiempo. Es capaz de llegar de un lado al otro de la existencia humana en sus diferentes estados. Llegan días de gritos silenciados, de gritos llenos de alegría, de dolor, de rabia… De gritos que muchos… nunca será escuchados, pero gritos que salen del mismo epicentro, de lo hondo, de lo más profundo de la persona humana, del alma. El día 1 de noviembre, la Iglesia militante, la Iglesia de los cristianos que todavía siguen respirando, entonará el grito de alabanza y de gloria a Dios por los que llegaron al Cielo, por los que ya están con Dios, nuestros queridos santos. Qué desbordamiento de alegría y júbilo por los mejores hijos de la Iglesia, ¡Iglesia triunfante! Cuánta santidad, cuanta fortaleza, cuanto heroísmo, cuánta sencillez, cuánto amor a Dios y su bendita Madre desprende el Cielo, los que llegaron a la Patria Eterna. Ellos entonan un grito celestial, limpio, santo, dulce, armónico… El grito jubiloso de los que interceden por nosotros y nos fortalecen con sus oraciones ante el Trono de Dios.Y continúa noviembre con el día 2, difícil día para muchos. Día de recuerdos, día de nostalgia, día de miradas y oraciones hacia los nichos de los que duermen esperando. Es el día de los difuntos, pero de los difuntos que están en el Purgatorio, de los que van camino del cielo. Es el día de los que han recibido una gran misericordia de Dios, esos que murieron unidos a Dios, en amistad con Dios, pero que necesitan reparación, santificación, preparación para poder entrar en el Cielo tan querido y por fin estar con Dios. Esta vida no es un juego. Cada minuto que respiramos en un regalo para poder salvar nuestras almas, para poder amar, perdonar, ayudar y para poder unirnos más a la Santísima Trinidad, ese hogar divino en el que morar por toda la eternidad. Si un difunto del purgatorio pudiese hablarnos, nos diría dos cosas: «¡Estad preparados en todo momento, estad en Gracia, estad muy unidos a Dios y a su bendita Madre, haced muchas buenas obras! ¡No sabéis ni el día ni la hora!», y también: «¡Rezad por mí!» Este es el gran grito que resuena desde el más allá. Solo los que estamos en la tierra podemos ayudar a los que van camino del cielo. Solo nosotros podemos acortar el tiempo que les queda para llegar a patria eterna. Por eso, rezar por los difuntos es una gran obra de misericordia, con un gran valor a los ojos de Dios. Y entre gritos y gritos, están los más dolorosos, los más desgarradores… Esos que terminaron sus días en la tierra rechazando a Dios, rechazando su perdón, rechazando su mano tendida llena de misericordia. Dios no obliga a nadie a estar con Él. El ser humano es libre para elegir dónde estará tras la muerte. Los difuntos que están en el infierno lo decidieron libremente. ¡Qué pena tan grande! ¡Tan lejos de Dios y sin poder volver a Él! Una vez que el corazón deja de latir ya no se puede elegir. El último suspiro de vida marca para siempre el destino eterno de los que viven en la tierra. ¿Cuándo llegará? Nadie sabe el día ni la hora. Solo Dios. Después de estas líneas estoy seguro de que muchos gritos se alzarán desde lo más profundo de muchos corazones. A Dios pido que muchos, ojalá que todos, sean oraciones, esas obras de misericordia tan sencillas como es rezar un Padre nuestro que ayude a mis queridas y benditas almas del Purgatorio. Descansen en paz. Amén. SOBRE EL AUTOR Francisco Javier Domínguez Cura de Huévar
Francisco Javier Domínguez: El imponente grito desde el más allá
Una vez que el corazón deja de latir ya no se puede elegir. El último suspiro de vida marca para siempre el destino eterno de los que viven en la tierra. ¿Cuándo llegará? Nadie sabe el día ni la hora. Solo Dios
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