Cuando la tromba de agua que había arrasado con media provincia llegó hasta Castellar, uno de los últimos pueblos inundados por la dana a un paseo de la orilla del mar y de la Albufera, algunos niños ya estaban durmiendo y se ahorraron el susto. Pero otros más mayores pasaron la noche asomados al balcón con sus padres temiendo que el agua les alcanzase y con sus hermanos dando gritos. Ese recuerdo se ha quedado anclado en la cabeza de algunos. Sandra, vecina de esa localidad, tiene tres hijos, dos de ellos son adolescentes. El mayor, de 17 años, se ha lanzado a la calle para ayudar a retirar el lodo, como casi todos los de su generación, pero la pequeña, de 13, lo está pasando mal. “Le cuesta mucho dormir y cuando consigue conciliar el sueño tiene pesadillas con el agua. Por el día no quiere salir y está todo el rato en casa, que es donde se siente segura. Algún día ha bajado al taller a echar una mano y a limpiar, pero en cuanto acaba, me pregunta si ya se puede volver a casa. Para nosotros es fundamental que vuelvan al colegio”, cuenta la madre.
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