El gran salto adelante del turismo

Otis_Berge

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Durante décadas, el edificio de la Pedrera, junto a la Sagrada Familia uno de los iconos turísticos de la ciudad de Barcelona , apenas se intuía bajo una capa de suciedad en su fachada. La escasa valoración que se tenía del modernismo –lo que hizo que la piqueta, la voracidad constructiva y el desinterés general se llevase por delante algunas de las joyas de este movimiento– llevó a que durante algún tiempo un bingo ocupase el piso principal de la Pedrera, también conocida por Casa Milà, el nombre de la familia que encargó a Gaudí la magnífica construcción en Paseo de Gracia ante la que ahora miles de turistas se fotografían. Lo del bingo en el principal de la Pedrera es solo un ejemplo de lo que era Barcelona antes de la revalorización de su arquitectura y su urbanismo, un proceso paralelo al despegue turístico de la ciudad, asociado de manera indiscutible a ese grandísimo e impagable 'spot' publicitario que fueron los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992.Casi sin darse cuenta, la ciudad se convirtió en destino mundial, y ante los mismos edificios donde antes el barcelonés paseaba con indiferencia y sin estrecheces, ahora se arremolinan cientos de visitantes, convirtiendo la ciudad en una de las más « instagrameadas » del mundo. El barcelonés, algunas veces con incomodidad, pasó a menudo a sentirse parte de un decorado, una inquietud que de unos años a esta parte alimenta el debate sobre el impacto, en positivo, pero también en negativo, del turismo en la ciudad y su relación con el auge de precios del alquiler y la gentrificación en determinados barrios.El cambio, ciertamente, ha sido vertiginoso. Algunas cifras explican este cambio de escala colosal. En 1993, año posolímpico y en plena crisis económica mundial, los viajeros que durmieron en los hoteles de la ciudad –entonces apenas 155 establecimientos pese al esfuerzo de puesto al día que se hizo con los Juegos Olímpicos– fueron 2,45 millones. Casi tres décadas después, y tomando como referencia el prepandémico y año de récord de 2019 –se estima que en 2024 se rebasará ya esa cifra–, los alojados en hoteles fueron 9,47 millones. En esta cifra no se incluye el fenómeno relativamente reciente de los apartamentos turísticos, que ahora son unos 10.000 (legalizados) en la capital catalana, representando hasta el 40% del total de las camas turísticas.Las tres décadas que explican este salto coinciden con la existencia de la entidad Turisme de Barcelona, un consorcio público-privado dedicado a la promoción de la ciudad, en su fase inicial centrada más en la captación de volumen de visitantes y, en la última, coincidiendo con la madurez del éxito barcelonés, focalizada en la atracción de lo que ya se conoce genéricamente como « turista de calidad », esto es, el visitante con capacidad económica, respetuoso con el entorno que visita y con un impacto positivo. De alguna forma, y en un movimiento que no es ajeno al que se produce en otras ciudades con gran atractivo turístico, hasta el propio sector asume que hay que establecer algún tipo de regulación si no se quiere que la ciudad muera de éxito, una posición pensando en el bien de la ciudad en su conjunto, pero también en el atractivo del propio destino, focalizado en atraer a un visitante que busca precisamente autenticidad, sabor local y una experiencia urbana de calidad pero que, paradójicamente, su    presencia masiva puede acabar arruinando.Turisme de Barcelona ofrece otros datos para entender esta transformación. Si en 1993 seis de cada diez turistas eran extranjeros, esta proporción se ha incrementado hasta ocho    de cada diez ahora. Las posiciones más altas del ranking de procedencia de visitantes internacionales han sido ocupadas históricamente por mercados de proximidad como Francia, Italia, el Reino Unido y Alemania, pero en los últimos años Estados Unidos ha ido escalando posiciones hasta ocupar el primer lugar en múltiples ocasiones.«La diversificación y la segmentación del destino han conseguido, por lo tanto, atraer visitantes de todas partes, a la vez que aumentaba la estancia media, la ocupación de los alojamientos y el gasto medio . De hecho, a lo largo de los años, el gasto no solo ha aumentado, sino que además, conceptos como el ocio, la cultura y el entretenimiento o las compras han ganado peso sobre la partida que se destinaba a la gastronomía», se apunta.En cuanto a infraestructuras, añaden, una de las características que más se valora de Barcelona es la calidad de la oferta de su alojamiento, considerada muy competitiva respeto otros destinos por calidad y precio. «Desde 1993, la oferta hotelera se ha triplicado, siendo los hoteles de categorías superiores los que han experimentado un crecimiento más acentuado. Actualmente un 80% de la planta hotelera tiene 4 y 5 estrellas, hecho que ha influido de manera destacada en la atracción de visitantes con una mayor capacidad adquisitiva y en el proceso de captación de congresos», apunta el consorcio.En los últimos años, caudales de turismo de nueva tipología, como el que aportan los cruceros, o caladeros renovados, como el de las ferias, con megacongresos como el Mobile o el nuevo ISE, han vigorizado Barcelona como destino. En el caso de los cruceros , el salto ha sido espectacular: de los anecdóticos 152.000 cruceristas en 1993 a los 3,14 millones de 2019 (a esta última cifra hay que descontar los que embarcan y desembarcan en el mismo Puerto de Barcelona). El auge ha sido tan grande que el Consistorio estudia cómo poner freno a un alud de cruceristas con poco impacto económico en la ciudad pero que hacen un uso intensivo de la misma.Noticia Relacionada estandar No Airbnb presiona a Madrid y Barcelona y niega que su negocio influya en el precio del alquiler Xavier Vilaltella La plataforma envía sendas cartas en las que asegura que no existe relación entre los alquileres de corta duración y la crisis de la viviendaCon respecto a los congresos –con Fira de Barcelona como huésped u organizadora en primer lugar–, el impacto es enorme, una actualización del ya viejo y gastado lema de Barcelona como «ciudad de ferias y congresos». «En el ámbito del turismo congresual, hay que destacar que la diversificación de la tipología de acontecimientos celebrados en la ciudad ha sido una constante en las últimas décadas: en los congresos de ciencia y medicina, que continúan formando el grueso de los congresos que se celebran hoy en Barcelona, hay que sumar aquellos relacionados con la tecnología y la innovación, que se han incorporado con fuerza los últimos años», como los citados MWC e ISE. Actualmente, el turismo de congresos «tiene un efecto multiplicador, dado que las personas delegadas en los congresos alargan su estancia unos o dos días después del acontecimiento y a menudo van acompañadas otras personas no asistentes en los congresos. Dos de cada tres asistentes se alojan en hoteles de 4 y 5 estrellas y, sin contar el viaje y la inscripción, registran un gasto medio de 1.205 euros durante su estancia».Esta espectacular transformación experimentada en las últimas décadas tiene también un reverso negativo, tal y como denuncian quienes cuestionan un modelo de ciudad que, volcado en el turismo, expulsa a sus ciudadanos. Junto con estallidos puntuales de turismofobia, se han tomado medidas, en un intento, en palabras del alcalde Jaume Collboni , de «socializar los beneficios del turismo». Medidas como el incremento de la tasa turística o la más ambiciosa, el anuncio de cerrar todos los pisos turísticos en 2028, van en esa dirección. Con orgullo, pero a veces también con incomodidad, Barcelona asiste asombrada a su propia transformación. De la ciudad que escondía la Pedrera bajo una capa de suciedad y con un bingo en el principal a la que lidera todos los rankings de destinos urbanos.

 

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