Antonetta_Ryan
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Una divertida película de aventuras que no pretende ir dando lecciones morales, sociales, culturales y vitales a cada paso y que, sin embargo, las acaba ofreciendo: la de la necesidad del entretenimiento efervescente, la de la importancia del arte en la composición visual, y una moraleja sutil y sencilla, pero profunda. El gato con botas: el último deseo llega sin las ambiciones éticas de otras recientes producciones animadas, unas mejores que otras, pero cumple a la perfección con algo que se olvida demasiadas veces: el sentido dionisiaco de la existencia y su terrible espejo deformante, que las vidas, incluso las de los gatos, que tienen siete o nueve, según sean latinos o anglosajones, se acaban. Y además Antonio Banderas ofrece un recital.
Nacido en la división animada de la productora DreamWorks como personaje secundario de Shrek 2 (2004), e inspirado naturalmente en el cuento clásico de Jacques Perrault, el Gato con Botas logró tener proyecto propio con la película homónima del año 2011, un spin off irresistible, aunque algo corto de vuelo, que destacaba sobre todo por el espectáculo vocal de Banderas, por los ecos de aventura clásica reelaborados para chavales de nuevas generaciones, y por el evidente ramalazo chulesco procedente de La máscara del Zorro, de Martin Campbell, que también había tenido al actor malagueño como estrella.
Pero el hecho de que se haya tardado más de una década en recuperar al personaje, y en un tiempo en el que las secuelas se multiplican como los virus, demuestra que la insolencia del personaje había quedado un tanto olvidada. Quizá por todo ello sean tan sorprendentes los frutos creativos de Joel Crawford —con codirección de Januel Mercado—, hasta ahora en productos menores pero festivos como Los Croods: una nueva era, en una película de corte crepuscular, como en ciertas películas del Oeste, aunque solo en la trama y no en las formas, mucho más luminosas que esos westerns en los que el tiempo de los personajes se agota, y que van acompañados de una luz expresionista o incluso tenebrista.
El engolado, soberbio y jocoso gato está obligado a tomar conciencia de que su tiempo se acaba. Hace cuentas y resulta que lo han matado ya ocho veces y únicamente le queda una vida, lo que le lleva no solo a una crisis existencial sino a algo mucho más relevante en su caso: al miedo. Ya no está para heroísmos, engreimientos ni audacias. Está para la calma y, si vienen mal dadas con sus enemigos, para la huida. Y no es tanto una cuestión de evitar riesgos como de falta de sentido vital. En dos palabras, está hundido.
Sin embargo, pese a la dramática situación, la película de Crawford es divertidísima y jocosa. El humor es constante; el ritmo, trepidante; hay puntuales canciones que poco aportan, pero en nada molestan, y la cadencia de los planos en algunas secuencias, imitando el ritmo de las viñetas de los cómics en imágenes de inspiración pictórica, una gozada. Así, hasta un desenlace con un cristalino mensaje del que podrían aprender otras historias para críos: está bien pedir deseos, pero su cumplimiento nunca va a venir dado por la magia, sino por lo que nosotros mismos hagamos para conseguirlo.
Capítulo aparte merece el trabajo de Antonio Banderas como protagonista, tanto en la versión en inglés como en la doblada al español. Un espectáculo cargado de gracia, encanto, articulaciones con el acento, jugosos matices en su vanidad herida, y maravillosas inflexiones de su única herramienta interpretativa en este caso: la voz.
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Nacido en la división animada de la productora DreamWorks como personaje secundario de Shrek 2 (2004), e inspirado naturalmente en el cuento clásico de Jacques Perrault, el Gato con Botas logró tener proyecto propio con la película homónima del año 2011, un spin off irresistible, aunque algo corto de vuelo, que destacaba sobre todo por el espectáculo vocal de Banderas, por los ecos de aventura clásica reelaborados para chavales de nuevas generaciones, y por el evidente ramalazo chulesco procedente de La máscara del Zorro, de Martin Campbell, que también había tenido al actor malagueño como estrella.
Pero el hecho de que se haya tardado más de una década en recuperar al personaje, y en un tiempo en el que las secuelas se multiplican como los virus, demuestra que la insolencia del personaje había quedado un tanto olvidada. Quizá por todo ello sean tan sorprendentes los frutos creativos de Joel Crawford —con codirección de Januel Mercado—, hasta ahora en productos menores pero festivos como Los Croods: una nueva era, en una película de corte crepuscular, como en ciertas películas del Oeste, aunque solo en la trama y no en las formas, mucho más luminosas que esos westerns en los que el tiempo de los personajes se agota, y que van acompañados de una luz expresionista o incluso tenebrista.
El engolado, soberbio y jocoso gato está obligado a tomar conciencia de que su tiempo se acaba. Hace cuentas y resulta que lo han matado ya ocho veces y únicamente le queda una vida, lo que le lleva no solo a una crisis existencial sino a algo mucho más relevante en su caso: al miedo. Ya no está para heroísmos, engreimientos ni audacias. Está para la calma y, si vienen mal dadas con sus enemigos, para la huida. Y no es tanto una cuestión de evitar riesgos como de falta de sentido vital. En dos palabras, está hundido.
Sin embargo, pese a la dramática situación, la película de Crawford es divertidísima y jocosa. El humor es constante; el ritmo, trepidante; hay puntuales canciones que poco aportan, pero en nada molestan, y la cadencia de los planos en algunas secuencias, imitando el ritmo de las viñetas de los cómics en imágenes de inspiración pictórica, una gozada. Así, hasta un desenlace con un cristalino mensaje del que podrían aprender otras historias para críos: está bien pedir deseos, pero su cumplimiento nunca va a venir dado por la magia, sino por lo que nosotros mismos hagamos para conseguirlo.
Capítulo aparte merece el trabajo de Antonio Banderas como protagonista, tanto en la versión en inglés como en la doblada al español. Un espectáculo cargado de gracia, encanto, articulaciones con el acento, jugosos matices en su vanidad herida, y maravillosas inflexiones de su única herramienta interpretativa en este caso: la voz.
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‘El Gato con botas: el último deseo’: otro divertido recital de Antonio Banderas
Una estupenda película de aventuras que no pretende ir dando lecciones morales, sociales, culturales y vitales a cada paso y que apuesta por el entretenimiento efervescente
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