El caso de Íñigo Errejón ha vuelto a poner sobre la mesa una realidad incómoda: la instrumentalización del feminismo según la conveniencia. El silencio de ciertos sectores ante determinadas denuncias contrasta con la vehemencia mostrada en otros casos. Esta selectividad en la defensa de las víctimas erosiona la credibilidad del movimiento feminista. Cada vez que se calla ante una denuncia porque el denunciado pertenece a determinado sector, se traicionan principios. El feminismo no puede ser un escudo que se levante o se baje según el señalado. Las víctimas merecen ser escuchadas y apoyadas independientemente de quién sea su presunto agresor. El movimiento feminista nació para dar voz a quienes no la tenían, no para silenciarlas cuando su testimonio resulta incómodo. Es hora de recuperar la esencia del feminismo como movimiento de justicia social. Necesitamos un compromiso real con la igualdad que no distinga entre víctimas. Solo así podremos construir un feminismo creíble y verdaderamente transformador.
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