Aurelie_Kunde
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Los españoles que celebran la victoria de Trump sólo porque cabrea a la izquierda tal vez deberían reflexionar sobre si la alta expectativa de voto de Sánchez no responde a la misma estrategia de polarización política, social y moral elevada a la enésima potencia, sólo que en dirección inversa. Y, por supuesto, a la ausencia de un adversario capaz de presentar una alternativa con la suficiente credibilidad e inteligencia para desmontar los trucos de un populismo acostumbrado a saltarse las reglas. El fenómeno es esencialmente similar aquí y en América. Poco puede extrañar que nuestro presidente resista la imputación de todo su entorno inmediato si un candidato condenado ha podido imponerse en una democracia bastante más sólida. Los muros emocionales funcionan, vaya si funcionan, incluso con la mayoría de los medios informativos en contra; cuánto más si se levantan desde la plataforma de una hegemonía comunicativa arrolladora. No hay en Europa líderes más parecidos a Trump que Orbán y Sánchez. Cada uno de ellos desde su flanco ideológico se ha aplicado a desarticular a conciencia los contrapesos institucionales, a agitar espantajos agrandados –la ultraderecha, los inmigrantes–, a fabricar bulos y a alzar barreras que separen a los ciudadanos en bandos irreconciliables. La diferencia es que el americano lo hace desde fuera del poder y los otros desde dentro, pero todos exhiben idéntica falta de respeto a los mecanismos sistémicos y se benefician de la misma impunidad cuando mienten para excitar los instintos del pueblo. No sólo han logrado abolir los consensos sobre los que se fundamentan los regímenes liberales modernos, sino que han instalado un estado de desacuerdo donde las facciones ni siquiera comparten la realidad de los hechos, sustituida por el sesgo de autoconfirmación y la percepción subjetiva de los sentimientos. La tragedia, porque de eso se trata aunque muchos no alcancen a verlo, es que tienen éxito y el éxito siempre genera un efecto mimético.El fracaso del pensamiento 'woke' en USA puede ser positivo y desde luego merecido. El legado de las políticas identitarias de Obama y Biden, pese a tratarse de gobernantes sensatos, ha sido en ambos casos el triunfo por partida doble del trumpismo ante un Partido Demócrata transformado en confuso mosaico de minorías y grupos reivindicativos. Cuidado, sin embargo, con los paralelismos equivocados: Sánchez se parece objetivamente mucho más al vencedor que a los derrotados, en el sentido de que el cisma civil, la manipulación propagandística y los rasgos autoritarios constituyen la base de su liderazgo. Ésa es la clave para descifrarlo. El sanchismo, como todos los modelos populistas, sobrevive en la crispación aunque buena parte de la derecha no se haya enterado y le siga facilitando el trabajo, encantada de verse a sí misma en los reflejos falsos del espejo americano.
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