Hoy no es Domingo de Ramos, pero estrenamos manos, y también abrigos. No es Jueves Santo en esta víspera del gozo, ni Viernes por la mañana por Pureza ni Parras. No es plenilunio de Nissan y primavera marcando la hora de la muerte en el reloj de San Lorenzo, ni esta luz que ha dorado temprano los cielos del Puente anuncia con el vuelo del Cachorro la Pascua de la vida. Hoy madrugamos por las gradas de la Catedral, pero no es estío sino preludio de invierno. En este almanaque de Adviento improvisado, la mujer del Apocalipsis es Sevilla vestida de Inmaculada la que asoma como el alba, hermosa como la luna y refulgente como el sol. La ciudad se despereza al alborear su día más grande, el de todos los tiempos, cumpliendo los ritos del calendario que no existe pero que lleva escribiéndose en cantigas ocho siglos. Todo está puesto, estamos listos. Vienen peregrinos a dar fe de nuestro milagro porque este pueblo majareta revuelve la liturgia a su gusto y manera. Aquí se marca el canon, la medida sin medida y el dogma. Sevilla es hoy la del cuadro de Matías de Arteaga. La que soñó San Fernando en su campamento del Cortijo de Cuarto, donde hoy no está Valme con sus tropas listas para el asedio, porque ya han conquistado Ishbiliya. Hoy el mármol de la planta de la Catedral es el tablero que perdió Alxataf. Todo está colocado como piezas de un ajedrez donde sólo juegan Reyes y Reinas. Ahí está, junto a la urna de plata y oro que guarda su santa incorrupción, la Virgen que pintó el discípulo de Valdés Leal, la que el hijo de Berenguela retrató para que Raimundo de Losana lo dejara por escrito en el pergamino de nuestra historia. La que esculpieron hasta lograr el ideal de un delirio. Y hoy, por ella reinan los Reyes. Como en Lora reina la Serranita y en Utrera van todos montados en el barquito de Consolación, que es el nombre de todas nuestras madres y abuelas. En esta revolución cristiana que implantó Fernando III ha venido de Triana un gitano al que le han clavado el puñal del tiempo, trayendo la muerte más barroca, porque viene a resucitar a Sevilla al compás de una saeta de Gámez Laserna. Desde allí ha entrado la Esperanza, autorreafirmación sin imposturas de la propia identidad del arrabal, la mujer castiza de ojos negros que modeló el barrio regionalista a imagen y semejanza de su costumbrismo. Que no es ni mejor ni peor, sino diferente. Y estará frente a la otra Esperanza, la que soñaron los hortelanos, a la que rezó el romano Macario, la legendaria hija de Hércules. Como en 1995, como hace más de cuatro siglos. Dualidad sin rivalidad, porque la ciudad vive siempre de orilla a orilla. La Macarena es la ciudad universal, la Virgen de Sevilla.Lo que soñó San Fernando será la Epifanía, la magna manifestación del Gran Poder de la fe de todo un pueblo que hoy representamos. Hoy caminará firme el Señor entre azules y blancos. Y verdes. Vestido de majestad. Porque él es nuestro alfa y omega, nuestro principio y fin. El que era y habrá de venir. El Hijo de la ciudad. Nuestra Navidad y nuestra Madrugada.
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