ethan35
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No hace mucho leí en el dominical de este diario un interesante artículo de Isabel Coixet que comenzaba con una sincera declaración de ignorancia: «No sé muy bien qué soy ni quién», y terminaba manifestando lo que sí podía saber: «Sé que todos, tanto los billonarios como los pobres de solemnidad nos iremos de aquí sin saber muy bien por qué llegamos ni a qué»; admitiendo, a pesar de todo, el carácter trascendente del ser humano. Tampoco yo sé por qué, esta lectura me recordó la letra de una canción de Kiko Veneno: Si tú no te das cuenta / de lo que vales / el mundo es una tontería / estás dejando que se escape / lo que más querías.El día que descubramos lo que realmente valemos es para celebrarlo a lo grande, porque tiene mucho que ver con el descubrimiento de lo que más queríamos sin saberlo; en mi opinión, nada menos que lo que soy y quién soy. El científico y jesuita francés Theillard de Chardin nos da una pista. Dice acerca de la persona humana: «No somos seres humanos con una dimensión espiritual, somos seres espirituales con una dimensión temporal humana». Precisamente, la consciencia de nuestro ser espiritual nos ayuda a conocer qué somos y cómo podemos saciar nuestra ansia de felicidad, por tratarse de algo cuya vocación de trascendencia se nutre de lo eterno. Santa Teresa decía que a quien ha probado una gota de agua de allá, le sobran todos los ríos de acá. Pero esa consciencia es algo más que un mero conocimiento racional; es una profunda convicción, algo que se logra entrando en lo más hondo de nuestro ser a través del silencio de la mente. Y, cuando se consigue, se convierte en una fuerza trasformadora de la vida. Todo lo contrario de lo que, normalmente, nos ofrece el mundo en que habitamos.En todo caso, conviene tener en cuenta en este proceso que nuestros miedos inconscientes condicionan el modo de pensar y de ver la vida. Nuestra mente nos confunde con facilidad, y caemos en el narcisismo que lleva a adoptar posturas hostiles hacia los demás, como nos recuerda el psicoterapeuta Enrique Martínez Lozano, que también nos pone en la pista sobre lo que puede ocurrir mientras no acabemos de conocer el valor y la belleza de nuestra alma. Que la proyectemos en otras personas, o incluso cosas, confundiendo aquella con quienes soportan nuestras proyecciones y, como consecuencia, nuestra atracción. Después vendrá la decepción, al constatar que aquellas cosas o personas no satisfacen nuestro insaciable anhelo de felicidad. Corremos compulsivamente detrás de fantasmas, pero luego descubrimos que son rayos de luna becquerianos. La luna, en este caso, sería nuestra alma que lo tiene todo, aunque no lo hayamos percibido. Ese es nuestro verdadero ser, el que se irá de aquí algún día, en palabras de Coixet. El día que descubramos qué y quiénes somos nos daremos cuenta de que no nos falta nada; lo tenemos todo. Ya no necesitaremos que nuestro ego encumbre nuestra apariencia ante los demás. Veremos nuestro cuerpo como nuestra casa; la casa, con sus carencias y deterioros progresivos, de aquel que algún día «se irá de aquí». ¿Qué podemos hacer mientras tanto? Disfrutar de la vida que se nos ha regalado, evitando el narcisismo, con la consciencia de que somos eternos por el hecho de haber nacido con nuestra alma inmortal en la que Dios –que es amor–habita, sea cual sea nuestra condición, raza o religión. ¿Y respecto a los demás? Aceptar la realidad de que todos somos Uno y actuar en consecuencia.SOBRE EL AUTOR IGNACIO GALLEGO CUBILES Doctor en Ciencias de la Educación
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