kane27
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La caída de Íñigo Errejón ilustra perfectamente aquello que decía Churchill de que alimentar al cocodrilo sólo sirve para aspirar a ser devorado el último, no para evitar que nos muerda la mano. Y a Errejón se lo acaba de merendar un cocodrilo amamantado a sus pechos. No me alegro en absoluto: creo que estos juicios sumarísimos en plaza pública, que tanto celebran las Cristinas Falláras de la vida, son rémoras a evitar en una democracia sana. Precisamente las garantías procesales y la presunción de inocencia son conquistas sociales que apuntalan con firmeza un Estado de derecho. Pero lo que me preocupa ahora, más que esa presunción de inocencia de Errejón y el deseo de que pueda defenderse con toda garantía en sede judicial, que también y por el bien de todos, es que lo que han conseguido, a la vista de las declaraciones leídas, es instaurar un marco de pensamiento que, en contra de lo que dicen que pretendían conseguir, no nos empodera a las mujeres sino que nos infantiliza . Su verdadero triunfo no ha sido acabar con las violencias machistas (las reales). A la vista está que no lo han hecho. Su triunfo ha sido imponernos una moral, la suya particular, y convencernos de que ser mujer es nacer víctima. Por defecto. Y que así debemos sentirnos si al relacionarnos con un hombre nos sentimos frustradas o algo que hace o dice nos desagrada, nos incomoda, nos ofende o nos repugna. Independientemente de la intencionalidad del otro, de si es consciente o de que así se lo hayamos hecho saber en algún momento (dándole la oportunidad de rectificar, parar o disculparse) o de si han pasado cuatro meses, tres años o treinta (y cómo hemos cambiado). Al convertirnos en víctimas constantes nos despojan de nuestra capacidad para dejarnos seducir o seducir nosotras. De, en esas relaciones, poder ser también nosotras (de querer o de no poder evitarlo) las depravadas, las indiferentes, las desconsideradas, las interesadas, las castigadoras o las insufribles. Incluso nos han rapiñado la posibilidad de arrepentirnos sin que eso suponga una agresión, tan sólo una frustración. Creo que esas mujeres están convencidas, sinceramente, de que han sufrido abusos. Y ahí radica el triunfo del cocodrilo de Errejón: las han convencido de que, como víctimas predeterminadas, seres pueriles incapacitados para lidiar con lo impredecible de las relaciones interpersonales, alguien (el otro, el hombre) debe ser siempre culpable de sus sensaciones negativas y pagar por ello. Han convertido toda cita que sale mal en un abuso. Y eso es muy grave porque banaliza los verdaderos abusos, que los hay y son delictivos, y deben ser denunciados y perseguidos. Pero la torpeza en el acercamiento, la ineptitud para el coqueteo, la insistencia (incluso la desesperante), la rudeza en las formas, la ausencia de un deseado y proyectado romanticismo o la indiferencia posterior, no lo son. Pueden ser circunstancias incómodas, repugnantes, frustrantes, indeseables y fastidiosas. En ocasiones mucho, de hecho. Pero lo que no son es un crimen. Y, ya lo decía Escohotado, no conviene mezclar desordenadamente moral y derecho, a riesgo de fomentar hábitos hipócritas y desprecio a las leyes.
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