El sello Blumhouse lleva casi dos décadas intentando aterrorizar a los espectadores con múltiples vertientes del miedo: apariciones paranormales, espíritus demoníacos, mitos paganos, casas encantadas, invocaciones satánicas, mecánicas del subconsciente, espejos poseídos por espectros, ouijas, crímenes por Skype, trolls de redes sociales, ancianos en el ocaso de la existencia, resurrecciones de mitos del terror de los setenta, humillaciones públicas del débil por parte del fuerte, diablos hebreos y diversas apoteosis del mal rollo.
Sin embargo, con El club del odio, su última producción en llegar a España, se han superado: un grupo de mujeres estadounidenses de raza blanca que, alrededor de una merienda y de una tarta con una esvástica dibujada con mermelada, pretenden forjar una asociación en lucha contra la diversidad, la inclusión y cualquier persona que ose amenazar la pulcritud del país creado en su día por los padres fundadores; es decir, seres humanos de tez oscura, feministas, orientales, árabes, latinos y defensores del #BlackLivesmatter. Un Ku Klux Klan de sonrisas afables, interior dolorido y perversa agresividad.
Ese tipo de terror sociopolítico ya lo había practicado Blumhouse en otras películas —la libre criminalidad por un día de La purga: la noche de las bestias; la crueldad adolescente y la superficialidad de las amistades en la era de la distancia a través de internet, en Eliminado; la secta infernal de la América blanca de la era Trump, en Déjame salir—, pero nunca lo había hecho con tal explicitud y conciencia crítica hasta ahora: tímidos saludos nazis a la romana en el brazo de una aparentemente encantadora maestra de escuela; violencia desesperada en una treintañera superada por el trabajo y por sus compañeras de razas no blancas. Ha pasado el tiempo de los simbolismos, las ambigüedades y las exposiciones y críticas profundas, aunque de soslayo. Es la hora de la denuncia cinematográfica por medio del cine de género, el que se entiende a la primera. El miedo no viene de fuera, ni siquiera de nuestro interior; lo tenemos aquí al lado, a nuestro alrededor.
La responsable de El club del odio (Soft & Quiet, en el título original), que se estrena exclusivamente en la plataforma Filmin, es la joven debutante Beth de Araújo, que la ha dirigido y escrito en solitario. Estadounidense nacida en San Francisco, de tez oscura, hija de padre brasileño y de madre de origen chino, De Araújo, socióloga y con estudios en el American Film Institute, ha debido lidiar con algunas de las personalidades, resquemores, odios y violencias que pululan en su película. Y ha compuesto una miniatura singular y apabullante, narrada casi en tiempo real, con una energía espectacular en el trecho más violento: cámara en mano, montaje cortante, carente de ironía y con no pocas ideas de sonido y puesta en escena con los fuera de campo. Lo que empieza como “una broma” por parte de estas hijas de la unidad aria que cargan en la otredad sus propios dramas personales es expuesto por la directora con el sello de estilo de no pocas películas de Blumhouse: esa fotografía digital fea y desangelada de Paranormal Activity como paradigma, que aquí le otorga al relato el escalofrío de lo inmediato.
Película pequeña de enorme fuerza en algunos de sus pasajes, va de frente en todo momento, sin especulaciones posibles. Quizá por ello debajo de sus imágenes hay poco más que revelar y en ese sentido se antoja un tanto limitada en sus arquetipos. Pero, a la hora de descifrar el odio, ya no caben las medias tintas. Al menos para De Araújo.
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Sin embargo, con El club del odio, su última producción en llegar a España, se han superado: un grupo de mujeres estadounidenses de raza blanca que, alrededor de una merienda y de una tarta con una esvástica dibujada con mermelada, pretenden forjar una asociación en lucha contra la diversidad, la inclusión y cualquier persona que ose amenazar la pulcritud del país creado en su día por los padres fundadores; es decir, seres humanos de tez oscura, feministas, orientales, árabes, latinos y defensores del #BlackLivesmatter. Un Ku Klux Klan de sonrisas afables, interior dolorido y perversa agresividad.
Ese tipo de terror sociopolítico ya lo había practicado Blumhouse en otras películas —la libre criminalidad por un día de La purga: la noche de las bestias; la crueldad adolescente y la superficialidad de las amistades en la era de la distancia a través de internet, en Eliminado; la secta infernal de la América blanca de la era Trump, en Déjame salir—, pero nunca lo había hecho con tal explicitud y conciencia crítica hasta ahora: tímidos saludos nazis a la romana en el brazo de una aparentemente encantadora maestra de escuela; violencia desesperada en una treintañera superada por el trabajo y por sus compañeras de razas no blancas. Ha pasado el tiempo de los simbolismos, las ambigüedades y las exposiciones y críticas profundas, aunque de soslayo. Es la hora de la denuncia cinematográfica por medio del cine de género, el que se entiende a la primera. El miedo no viene de fuera, ni siquiera de nuestro interior; lo tenemos aquí al lado, a nuestro alrededor.
La responsable de El club del odio (Soft & Quiet, en el título original), que se estrena exclusivamente en la plataforma Filmin, es la joven debutante Beth de Araújo, que la ha dirigido y escrito en solitario. Estadounidense nacida en San Francisco, de tez oscura, hija de padre brasileño y de madre de origen chino, De Araújo, socióloga y con estudios en el American Film Institute, ha debido lidiar con algunas de las personalidades, resquemores, odios y violencias que pululan en su película. Y ha compuesto una miniatura singular y apabullante, narrada casi en tiempo real, con una energía espectacular en el trecho más violento: cámara en mano, montaje cortante, carente de ironía y con no pocas ideas de sonido y puesta en escena con los fuera de campo. Lo que empieza como “una broma” por parte de estas hijas de la unidad aria que cargan en la otredad sus propios dramas personales es expuesto por la directora con el sello de estilo de no pocas películas de Blumhouse: esa fotografía digital fea y desangelada de Paranormal Activity como paradigma, que aquí le otorga al relato el escalofrío de lo inmediato.
Película pequeña de enorme fuerza en algunos de sus pasajes, va de frente en todo momento, sin especulaciones posibles. Quizá por ello debajo de sus imágenes hay poco más que revelar y en ese sentido se antoja un tanto limitada en sus arquetipos. Pero, a la hora de descifrar el odio, ya no caben las medias tintas. Al menos para De Araújo.
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‘El club del odio’: una apuesta diferente por el terror social con un Ku Klux Klan de mujeres
El sello Blumhouse lleva casi dos décadas intentando aterrorizar a los espectadores con múltiples vertientes del miedo, y ahora se suma a la conciencia crítica con un filme sobre un grupo femenino racista
elpais.com