katharina.kutch
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El cine es en gran parte responsable de que en el imaginario occidental se relacione a los pueblos nativos con salvajismo y primitivismo. Desde los wéstern de la década de 1930, donde el indio era representado como el enemigo de la “civilización blanca”, hasta el exotismo de las producciones latinoamericanas. El anticolonialismo del movimiento Nuevo Cine Latinoamericano en los sesenta ofreció historias más empáticas, pero seguían siendo contadas por creadores de la metrópoli, como Glauber Rocha o Jorge Sanjinés. La democratización del cine y la apropiación de las nuevas tecnologías han permitido una nueva tendencia en la que las comunidades originarias reclaman su voz, apoyadas por estímulos específicos como el del Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE) y rutas de festivales propias, en las que el IndiFest (Festival de Cine Indígena de Barcelona) se erige como la más importante en Europa.
“El cine es un arma poderosísima para otras formas de representación, más aún si se toma en cuenta que a día de hoy existen en México muchos personajes que se mofan de las comunidades”, dice la antropóloga y activista de la lengua mixe (139.760 hablantes) Tajëëw Díaz. Ella es una de las invitadas de esta decimoséptima edición del Festival de Cine Indígena de Barcelona, que hasta el 20 de octubre congrega 45 películas de una veintena de pueblos de América y Asia. El evento, organizado por la asociación catalana Alternativa y la Coordinadora Latinoamericana de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas (Clacpi), nació como una pequeña muestra de películas que se proyectaban en sedes cívicas y ahora, para esta edición, ha recibido 1.200 películas y tiene sedes en salas como la de los Cines Girona o la Filmoteca de Catalunya.
“Hemos visto mil documentales del antropólogo de turno que venía a decir cómo era este pueblo y el otro, pero ellos también tienen derecho a explicarse. No hay una definición absoluta para el cine indígena, pero crean de una forma distinta, más comunitaria, y cada vez hay un mayor interés de la gente por saber cómo interpretan el mundo”, dice Ferrán Ventura de Alternativa. Los temas que atraviesan la selección de películas del IndiFest son los mismos que preocupan al cine indígena en general: la reivindicación por una autogestión de sus tierras, los relatos milenarios de tradición oral, la crítica a los proyectos extractivistas que invaden sus hogares o el aprovechamiento de la era digital para reafirmar su identidad. De este último grupo es, por ejemplo, Lima Pare (Cinco granos), en la que dos adolescentes del pueblo Baduy (Indonesia) suben a redes su cotidianidad, lo que provoca el desagrado de su aldea.
La brecha tecnológica sigue siendo amplia en cuanto al acceso y uso en comunidades alejadas, pero también difunde la lucha por sus demandas. “Hay un proceso muy fuerte de apropiación de las nuevas tecnologías. Estamos viendo mucha presencia de lenguas indígenas en redes digitales, aunque sigue siendo mínima si la comparamos con la cantidad de hablantes que tenemos. Puede ser una herramienta muy útil para la comunicación, pero también para fortalecer identidades locales”, afirma Díaz, quien, junto al colectivo Colmix, tradujo al mixe 1.100 libros digitales en cinco años, a través de la plataforma de código abierto StoryWeaver. El proyecto es uno de los más de 100 que están conectados en la Red de Activismo Digital de Lenguas Indígenas, donde se puede encontrar desde blogueros en aimara hasta dobladores en náhuatl.
El problema es que son iniciativas ciudadanas, hechas como hobby, que, sin el apoyo institucional público, se pueden desmoronar. “Es una pena porque hay un desplazamiento de las lenguas indígenas muy acelerado. En la mayor parte de América, los Estados operan solo en español y ya te ponen una condición de que no puedes hablar tu idioma o tienes que ser bilingüe. El sistema y la vida institucional te van enseñando de manera violenta que tu idioma no es útil”, asegura Díaz. La amenaza más grande sigue siendo, sin embargo, la falta de autodeterminación sobre el territorio en el que viven. Un tema que aborda la película Algún día las raíces, que, frente a 250 personas, inauguró el IndiFest.
En Algún día las raíces se recrea la historia de Matías Catrileo, estudiante mapuche que tenía 23 años cuando fue asesinado en 2008 por el ejército chileno mientras ocupaba un exfundo, como protesta para la devolución de tierras. “El asesinato de activistas mapuches es algo sistemático en Chile; ahí están Camilo Catrillanca, Macarena Valdés o Pablo Marchant. De por medio hay complicidad de la industria forestal y proyectos extractivistas que son cofinanciados por el Estado chileno en los diferentes gobiernos de turno. Boric ha reforzado la militarización en la zona”, explica el director Alejandro Valdeavellano. El conflicto entre el Gobierno y los pueblos nativos por las tierras es un tema frecuente en el programa del festival, con ejemplos como Relatos de una guerra, sobre los ataques violentos de terratenientes y policías contra los kaiowá y guaraní de Mato Grosso do Sul (Brasil), o Huexca en resistencia, sobre el enfrentamiento entre la etnia nahua (México) y el plan energético hidroextractivista Plan Integral Morelos.
Países como Bolivia o Ecuador han añadido en sus nuevas constituciones del siglo XXI la autodeterminación y el autogobierno de las comunidades originarias. Mientras tanto, en México, López Obrador firmó el 30 de septiembre una reforma constitucional sobre los derechos de los pueblos indígenas y afromexicanos. Sin embargo, el mayor obstáculo han sido las implementaciones y que todavía una jerarquía mayor tenga que reconocer su independencia. Un caso simbólico fue el de la aldea Cherán, en el occidente mexicano; en 2011 establecieron su propio sistema de gobierno para defenderse del crimen organizado y la tala de árboles. Desde entonces, han sido regidos por un consejo de ancianos.
Independencia en la gestión de su entorno y en la construcción de sus relatos. Esa fue una de las principales conclusiones a las que llegó un taller organizado por IndiFest, en el que estaban representados cineastas mapuches, tupi guaraníes, induit, quechuas y los yanaconas, entre otros. Se debatieron las nuevas formas de producción, exhibición y financiación, y concluyeron que esta última es la piedra que no deja dar el siguiente paso de crecimiento al cine indígena. Catorce países de la región firmaron en 2019 un acuerdo sobre la promoción y valoración de las lenguas indígenas, en el que se comprometían a fomentar y fortalecer a realizadores originarios. No obstante, a pesar de algunos intentos iniciales, solo México (a través de la convocatoria de IMCINE) y Colombia (con la Comisión Nacional de Comunicación de los Pueblos Indígenas) han dispuesto líneas de financiamiento público.
Antes de caer en las cuestiones prácticas, los realizadores intentaron llegar a una definición de cine indígena. ¿Es un tipo de filmes producidos por comunidades nativas, o son más bien una serie de temáticas? “La voz de otros hablando de nosotros no nos gusta nada. Nos hemos perdido un montón de narrativas a causa de ello. El canon, la industria nos impone lo que tiene que ser el cine indígena: un montón de elementos folclóricos, como si ya no estuviéramos insertados en la sociedad, y mucho documental que nos reduce a sujetos”, opina la cineasta mapuche Marilen Llancaqueo.
Llancaqueo, cocreadora de la serie educativa Mapuciencias, alienta a los creadores a apostar cada vez más por la ficción, “porque es un terreno de disputa política, una forma de descolonización e incluso de venganza para apropiarnos del relato”. De las 45 películas del IndiFest, 26 son ficción, entre ellas seis animaciones. Las historias que desbordan mayor imaginación son las que tienen que ver con las cosmovisiones precolombinas y su forma de relacionarse con el mundo: en la boliviana Inti, un niño de ocho años trasciende al plano espiritual y su madre lo llama de regreso con un cántico; en la brasileña Kwat e Jaí se cuenta cómo los hermanos gemelos Sol y Luna emprenden un viaje en busca de su madre, que fue tragada por una anaconda.
Son todos relatos que activan procesos de transformación social, como la empatía hacia sectores segregados, la conciencia medioambiental o el derecho de verse representados. Asegura Llancaqueo: “Como niña mapuche, nunca vi una historia donde estuviera reflejada como persona. El objetivo es morenizar las pantallas, llegar a un cine como soberanía visual”.
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“El cine es un arma poderosísima para otras formas de representación, más aún si se toma en cuenta que a día de hoy existen en México muchos personajes que se mofan de las comunidades”, dice la antropóloga y activista de la lengua mixe (139.760 hablantes) Tajëëw Díaz. Ella es una de las invitadas de esta decimoséptima edición del Festival de Cine Indígena de Barcelona, que hasta el 20 de octubre congrega 45 películas de una veintena de pueblos de América y Asia. El evento, organizado por la asociación catalana Alternativa y la Coordinadora Latinoamericana de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas (Clacpi), nació como una pequeña muestra de películas que se proyectaban en sedes cívicas y ahora, para esta edición, ha recibido 1.200 películas y tiene sedes en salas como la de los Cines Girona o la Filmoteca de Catalunya.
El cine es un arma poderosísima para otras formas de representación, más aún si se toma en cuenta que a día de hoy existen en México muchos personajes que se mofan de las comunidades
Tajëëw Díaz antropóloga y activista de la lengua mixe
“Hemos visto mil documentales del antropólogo de turno que venía a decir cómo era este pueblo y el otro, pero ellos también tienen derecho a explicarse. No hay una definición absoluta para el cine indígena, pero crean de una forma distinta, más comunitaria, y cada vez hay un mayor interés de la gente por saber cómo interpretan el mundo”, dice Ferrán Ventura de Alternativa. Los temas que atraviesan la selección de películas del IndiFest son los mismos que preocupan al cine indígena en general: la reivindicación por una autogestión de sus tierras, los relatos milenarios de tradición oral, la crítica a los proyectos extractivistas que invaden sus hogares o el aprovechamiento de la era digital para reafirmar su identidad. De este último grupo es, por ejemplo, Lima Pare (Cinco granos), en la que dos adolescentes del pueblo Baduy (Indonesia) suben a redes su cotidianidad, lo que provoca el desagrado de su aldea.
Lenguas segregadas
La brecha tecnológica sigue siendo amplia en cuanto al acceso y uso en comunidades alejadas, pero también difunde la lucha por sus demandas. “Hay un proceso muy fuerte de apropiación de las nuevas tecnologías. Estamos viendo mucha presencia de lenguas indígenas en redes digitales, aunque sigue siendo mínima si la comparamos con la cantidad de hablantes que tenemos. Puede ser una herramienta muy útil para la comunicación, pero también para fortalecer identidades locales”, afirma Díaz, quien, junto al colectivo Colmix, tradujo al mixe 1.100 libros digitales en cinco años, a través de la plataforma de código abierto StoryWeaver. El proyecto es uno de los más de 100 que están conectados en la Red de Activismo Digital de Lenguas Indígenas, donde se puede encontrar desde blogueros en aimara hasta dobladores en náhuatl.
El sistema y la vida institucional te van enseñando de manera violenta que tu idioma no es útil, y lo enseñan hasta con golpes en la escuela
Tajëëw Díaz
El problema es que son iniciativas ciudadanas, hechas como hobby, que, sin el apoyo institucional público, se pueden desmoronar. “Es una pena porque hay un desplazamiento de las lenguas indígenas muy acelerado. En la mayor parte de América, los Estados operan solo en español y ya te ponen una condición de que no puedes hablar tu idioma o tienes que ser bilingüe. El sistema y la vida institucional te van enseñando de manera violenta que tu idioma no es útil”, asegura Díaz. La amenaza más grande sigue siendo, sin embargo, la falta de autodeterminación sobre el territorio en el que viven. Un tema que aborda la película Algún día las raíces, que, frente a 250 personas, inauguró el IndiFest.
En Algún día las raíces se recrea la historia de Matías Catrileo, estudiante mapuche que tenía 23 años cuando fue asesinado en 2008 por el ejército chileno mientras ocupaba un exfundo, como protesta para la devolución de tierras. “El asesinato de activistas mapuches es algo sistemático en Chile; ahí están Camilo Catrillanca, Macarena Valdés o Pablo Marchant. De por medio hay complicidad de la industria forestal y proyectos extractivistas que son cofinanciados por el Estado chileno en los diferentes gobiernos de turno. Boric ha reforzado la militarización en la zona”, explica el director Alejandro Valdeavellano. El conflicto entre el Gobierno y los pueblos nativos por las tierras es un tema frecuente en el programa del festival, con ejemplos como Relatos de una guerra, sobre los ataques violentos de terratenientes y policías contra los kaiowá y guaraní de Mato Grosso do Sul (Brasil), o Huexca en resistencia, sobre el enfrentamiento entre la etnia nahua (México) y el plan energético hidroextractivista Plan Integral Morelos.
Independencia territorial
Países como Bolivia o Ecuador han añadido en sus nuevas constituciones del siglo XXI la autodeterminación y el autogobierno de las comunidades originarias. Mientras tanto, en México, López Obrador firmó el 30 de septiembre una reforma constitucional sobre los derechos de los pueblos indígenas y afromexicanos. Sin embargo, el mayor obstáculo han sido las implementaciones y que todavía una jerarquía mayor tenga que reconocer su independencia. Un caso simbólico fue el de la aldea Cherán, en el occidente mexicano; en 2011 establecieron su propio sistema de gobierno para defenderse del crimen organizado y la tala de árboles. Desde entonces, han sido regidos por un consejo de ancianos.
Independencia en la gestión de su entorno y en la construcción de sus relatos. Esa fue una de las principales conclusiones a las que llegó un taller organizado por IndiFest, en el que estaban representados cineastas mapuches, tupi guaraníes, induit, quechuas y los yanaconas, entre otros. Se debatieron las nuevas formas de producción, exhibición y financiación, y concluyeron que esta última es la piedra que no deja dar el siguiente paso de crecimiento al cine indígena. Catorce países de la región firmaron en 2019 un acuerdo sobre la promoción y valoración de las lenguas indígenas, en el que se comprometían a fomentar y fortalecer a realizadores originarios. No obstante, a pesar de algunos intentos iniciales, solo México (a través de la convocatoria de IMCINE) y Colombia (con la Comisión Nacional de Comunicación de los Pueblos Indígenas) han dispuesto líneas de financiamiento público.
Más ficción
Antes de caer en las cuestiones prácticas, los realizadores intentaron llegar a una definición de cine indígena. ¿Es un tipo de filmes producidos por comunidades nativas, o son más bien una serie de temáticas? “La voz de otros hablando de nosotros no nos gusta nada. Nos hemos perdido un montón de narrativas a causa de ello. El canon, la industria nos impone lo que tiene que ser el cine indígena: un montón de elementos folclóricos, como si ya no estuviéramos insertados en la sociedad, y mucho documental que nos reduce a sujetos”, opina la cineasta mapuche Marilen Llancaqueo.
Como niña mapuche, nunca vi una historia donde estuviera reflejada como persona. El objetivo es morenizar las pantallas, llegar a un cine como soberanía visual
Marilen Llancaqueo, cineasta
Llancaqueo, cocreadora de la serie educativa Mapuciencias, alienta a los creadores a apostar cada vez más por la ficción, “porque es un terreno de disputa política, una forma de descolonización e incluso de venganza para apropiarnos del relato”. De las 45 películas del IndiFest, 26 son ficción, entre ellas seis animaciones. Las historias que desbordan mayor imaginación son las que tienen que ver con las cosmovisiones precolombinas y su forma de relacionarse con el mundo: en la boliviana Inti, un niño de ocho años trasciende al plano espiritual y su madre lo llama de regreso con un cántico; en la brasileña Kwat e Jaí se cuenta cómo los hermanos gemelos Sol y Luna emprenden un viaje en busca de su madre, que fue tragada por una anaconda.
Son todos relatos que activan procesos de transformación social, como la empatía hacia sectores segregados, la conciencia medioambiental o el derecho de verse representados. Asegura Llancaqueo: “Como niña mapuche, nunca vi una historia donde estuviera reflejada como persona. El objetivo es morenizar las pantallas, llegar a un cine como soberanía visual”.
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