El celibato no hace pederastas

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Si hay alguien que encabeza el cambio cultural en la Iglesia respecto a la pederastia es el cardenal Seán Patrick O'Malley, arzobispo de Boston y presidente de la Pontificia Comisión para la Protección de los Menores. Esta semana, en la presentación del primer informe anual sobre la protección de menores, dejó claro que «el celibato no es la causa de la pederastia. Nunca he visto ningún estudio serio que haya indicado que el celibato y el abuso sexual estén relacionados». También reconoció, con una evidente lógica basada en un análisis certero de la realidad, que «hay muchas personas que somos conscientes del increíble daño que la pederastia ha hecho a la credibilidad de la Iglesia y a nuestra capacidad de tener una voz profética en la sociedad». Con esa rotundidad, el cardenal O´Malley cierra toda posibilidad a que se utilice la pederastia en la Iglesia como argumento añadido para quienes quieren acabar con la disciplina del celibato eclesiástico. El Informe sobre protección de menores incluye una serie de interesantes recomendaciones que en gran media ya ha cumplido la Conferencia Episcopal Española. La insistencia en la necesidad de un proceso simplificado, cuando esté justificado, para la dimisión o destitución de un líder de la Iglesia apunta muy alto. Cuando en las conclusiones se habla de la necesidad de que «las políticas de daños y compensaciones que promuevan un manejo riguroso de las reparaciones», estaba pensando en lo que le oí al autor católico, Fabrice Hadjhad, el pasado fin de semana en Madrid. Decía este intelectual, de origen judío, converso, que las indemnizaciones no son suficientes para salvar a las víctimas. Las entregas de dinero son obligadas soluciones en el plano civil, con garantías, que no completan la conversión espiritual necesaria para que quien ha sufrido el abuso pueda curarse. Afrontar el abuso sexual sólo desde la sociología, la política, incluso la economía, y no desde la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia, lleva sus riegos. San Agustín distinguía entre la veritas lucens y la veritas red arguens; es decir, la verdad que ilumina y la verdad que acusa.

 

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