jamel.oreilly
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Hace un mes, en plena borrasca Berenice, tuve la infeliz idea de utilizar el Metrocentro para regresar de Nervión a la Plaza Nueva. Pura novelería (muy característica de quien suscribe) para probar el nuevo juguete que ahora llega hasta casi la esquina de Eduardo Dato. Caía agua a espuertas y miré la motillo de alquiler que tanto me trabajo, con ese ruedín que parece una bicicleta que se pone a 80 kilómetros por hora, y preferí seguir con vida. Entonces, tuve un dilema: coger el metro hasta la Puerta de Jerez o estrenar el tranvía que tanto han tardado en ampliar por avenidas rectas y que me deja más cerca de casa. La parada estaba desierta. Allí no había nadie pese a que el horario, en torno a las ocho de la tarde de un día entre semana, era propicio para que hubiera multitud de trabajadores, estudiantes de Empresariales y Derecho o sevillanos de compras de regreso por el camino más corto ante el aguacero. Tardó cinco minutos en llegar y otros tantos en arrancar porque allí el maquinista se cambia de cabina al llegar a la última estación, ya que no sólo no llega aún a Santa Justa sino que tampoco lo hace a Luis Montoto pese a que la obra está acabada.El vehículo empezó la marcha y tuve la sensación de que no eran sólo los coches los que nos adelantaban, sino los peatones. La curva en descenso hacia el túnel la cogió más lenta que una vuelta de tornillo de Antonio Santiago con el paso de la Mortaja. Me dieron ganas de aplaudir al chófer cuando arrancó de frente camino de Viapol. Quedaba más de la mitad del trayecto y en el cronómetro que había puesto en marcha en el reloj marcaba ya los 13 minutos desde que llegé a la parada de San Francisco Javier. El Cerro tarda menos en cruzar la Enramadilla que este 'metro ligero', al que parece que le han puesto el nombre para cachondearse de los sevillanos. Porque ni circula ni se ha construido rápido. Es que para no ser, ni siquiera es un metro. Es un tren que además va por el mismo trazado que el metro de verdad. Un medio de transporte absolutamente ridículo que nos han colado con el mantra de que no se pueden hacer túneles bajo el casco histórico y que resulta una auténtica molestia para el tráfico privado y para los peatones de la Avenida de la Constitución. El tranvía, que no es más que la evolución 2.0 del que está expuesto en San Martín de Porres como una reliquia, llegó a la Plaza Nueva cuando el cronómetro marcaba 28 minutos desde que saqué el billete en San Francisco Javier. Casi media hora en recorrer un trazado que no llega ni a los dos kilómetros, más incluso de lo que se tarda en la línea 3 desde Nervión hasta la Puerta de Jerez y luego andando hasta el Ayuntamiento. Este invento socialista que ha costado decenas de millones es una suerte de tren de la playa al que la gente saluda. O el mismísimo tren de la bruja de la Feria al que sólo le falta la escoba. Y esto no se queda aquí, ya mismo llega el tranvibús, que es la involución progre de lo que vendieron como Metrocentro para no construir el metro de verdad.
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