Phoebe_Franecki
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En Andalucía, horas antes de la catástrofe apocalíptica en Valencia, la gota fría había arrasado invernaderos en Almería y volcado la furia en Málaga con imágenes en el valle del Guadalhorce que siempre devuelven al terror de 1989. Tal vez hubiera más predisposición a tomar conciencia de la catástrofe. Era la semana de los presupuestos, la cita mayor en la agenda de un gobierno, pero se abrió paso el apagón político. En esas primeras horas se cometieron algunos errores en el Parlamento, pero después se ha respetado escrupulosamente el luto nacional, que después de los tres días oficiales perdurará durante tiempo como luto íntimo de una ciudadanía desolada ante el rescate infernal de centenares de muertos.Para la Historia Nacional de la Infamia sí quedará lo ocurrido en el Congreso, donde el Partido Socialista y sus socios decidieron seguir adelante con un pleno marcado por el juego sucio partidista para cambiar las reglas en la televisión pública nacional. Los senadores ya habían acordado parar todo, pero allí sólo suspendieron la sesión de control para ahorrarse incomodidades con la mujer del presidente y el fiscal general en el radar de la Justicia. Una frase de la representante de Sumar retrata la miseria moral del Frankenstein: «Los diputados no vamos a achicar agua». Patxi López, cuya catadura tampoco va a sorprender demasiado a nadie después de su metamorfosis como avalista de Bildu, permitió esto. Gabriel Rufián, que sigue desgranando su ingenio ruin en formato meme, transmitía su satisfacción si así se fastidiaba al PP. El PNV, sin duda bien entrenados para que las víctimas no les cambien sus planes, hizo lo mismo. Acostumbrados a la deslealtad con el Estado, y a convertir todos los escenarios en ventanas de oportunidad para el ventajismo nacionalista, consumaron la operación. Feijoo lo resumió en pocas palabras: «He visto [Hemos visto] muchas cosas en política y presenciado muchos momentos de bajeza moral, pero creo que ninguno como este».El viernes 1 de octubre, con la cifra de víctimas ya disparada, mientras miles de ciudadanos acudían al frente de la tragedia en una emocionante cadena humana de solidaridad para aportar sus manos y quizá una pala o un cepillo, el BOE oficializaba el asalto a RTVE. Cuando se haga la crónica histórica de estos días trágicos, esa será la imagen de la mayoría parlamentaria: con el país hundido en el dolor, ellos estaban aprovechando para colonizar otra institución o ente público. El nombre del monstruo no les quedará mal. A quienes sí les quedará mal es a Manos Limpias que activaba una denuncia impresentable contra Aemet. En las horas previas, los dirigentes políticos habían exhibido impúdicamente su tacticismo buscando el relato del culpable contra los otros. Primero, una nota del Gobierno, firmada por el ministro del Interior; luego la respuesta de Feijoo, reventando la celeridad elogiable con la que había acudido… Lo que el filósofo Javier Gomá llama 'ley de oro de la vulgaridad moral': correr a lavarse las manos. En definitiva, unos y otros parecían no asumir –y eso les perseguirá siempre– la dimensión de la catástrofe ante la que el Estado estaba fracasando.El mismo día de la infamia del Congreso, horas después, cuando la certidumbre del desastre calamitoso ya se había abierto paso y llegaban imágenes brutales, desde Letur o Paiporta, desde Alfafar o Catarroja, se nos anunciaba un pacto entre el PSOE y el PNV, liderado por María Jesús Montero, para que las haciendas forales vascas puedan gestionar y bonificar a su antojo el impuesto sobre la banca. A la indignidad de lo pactado —cuesta imaginar cómo volverá a Andalucía alguna vez María Jesús Montero cuando empiecen a pasar factura las consecuencias de los privilegios que están concediendo a Cataluña, con la ruptura de la caja única y la condonación de la deuda con un récord añadido de fondos europeos, o a País Vasco, con privilegios fiscales que en Andalucía ella misma sí boicotea y desacredita como 'regalos a los ricos'— se unía la indignidad de hacerlo con la cifra de muertos en ascenso. Sin duda actuaron persuadidos de que así pasaría más inadvertida la enésima operación de mercadeo parlamentario.Incluso después del luto se hace difícil regresar a la crónica política. De los presupuestos andaluces habrá tiempo para los análisis. En Valencia hay todavía mucho por hacer —centenares de desaparecidos para angustia de los suyos cinco días después; personas mayores aisladas en situación crítica; muchos puntos adonde la ayuda aún no ha llegado desesperantemente— tras el fracaso del Estado en los primeros días cruciales entre sospechas de oportunismo político. La emocionante solidaridad de los vecinos ha desnudado, con crudeza, ese vacío. Mientras el reloj descontaba esas horas trascendentales, arraigaba la percepción de que el Gobierno central dejó al Gobierno valenciano estrellarse con una gestión incompetente. En Moncloa se ha visto convocar comités de crisis por noticias más o menos anecdóticas, pero con insoportable lentitud ante esta calamidad abrumadora. La comparecencia del sábado de Pedro Sánchez, buscando el efecto pandemia, dejó la frase mezquina de «si necesitan más recursos, que los pidan». El Gobierno, parecía decir, no es responsable de nada. Por momentos parecían más preocupados por el relato que por el desastre. Los medios afines ya llevaban 48 horas tratando de construir un relato tipo Prestige, para desacreditar a una administración presidida por sus rivales políticos.Y entre tanto dolor, en algunos partidos siguen cayendo en la tentación de la rentabilidad del drama. El PSOE andaba en sus territorios, seguramente alentado desde Ferraz, haciendo campaña propagandística con los recursos anunciados por el presidente del Gobierno. El propio PSOE andaluz lo hacía con los efectivos enviados, las detenciones… con esa absurda impronta partidista que también afloraba en las consignas sobre el cambio climático, obviando que, más allá de las evidencias científicas, riadas en Valencia ha habido siempre. Ahí está el cuadro 'Amor de madre' (1913) de Muñoz Degrain, pintor valenciano inseparable de la Academia de Bellas Artes de Málaga, con los campos inundados por el lodazal donde una mujer se ahoga con los brazos levantados para sostener a salvo a su hija. Esa imagen se ha repetido un siglo largo después, con madres que porfiaban para salvar a sus hijos, por desgracia no siempre con éxito. Y entretanto quedaba demasiado en evidencia que muchos dirigentes políticos preferían bajar al barro del oportunismo político antes que al barro de la catástrofe.
Teodoro León Gross: El barrizal de la política entre el dolor
Con el país hundido en el dolor, ellos estaban aprovechando para colonizar RTVE
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