Ocie_Strosin
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Se supone que una profesión tan macabra como la de asesino a sueldo goza de mucho atractivo para los espectadores, en la certeza ellos de que en la vida real nadie ha puesto precio a su cabeza, que esos asesinatos solo están ocurriendo en la pantalla. Hay centenares de películas dedicadas a profesión tan siniestra como bien pagada. Y me cuentan los que frecuentan series en las plataformas que hay cantidad de mercenarios y mercenarias cuyo trepidante y divertido trabajo consiste en eliminar al prójimo. Jean-Pierre Melville, aquel sublime estilista del cine francés, encabezaba el arranque de El silencio de un hombre con esta frase de un texto sagrado japonés: “No hay soledad más terrible que la que del samurái. Salvo, tal vez, la del tigre en la selva“. Es la película más memorable que he visto sobre el tema.
David Fincher, uno de los directores más inteligentes que le quedan al cine estadounidense, o al cine en general, siempre había sentido debilidad por introducir en su cine a los asesinos, selectivos o en serie. No cobraban dinero al cargarse a sus víctimas. Lo hacían por placer, para cebarse en gente que representaban los pecados capitales. Eran psicópatas, enfermizos sociópatas. También sádicos hasta límites impensables, fanáticos, terroríficos. Daban mucho miedo y angustia dos obras maestras tituladas Seven y Zodiac. En El asesino cambia de registro. El tipo que la protagoniza no es un loco ni un iluminado, no se ceba con los pecadores ni pretende acojonar a la opinión pública. Mata porque es lo que le exigen sus contratos, fríamente, sin motivos personales.
La voz en off del protagonista nos va contando en plan psicoanalista la metodología física y emocional para hacer bien su trabajo, su capacidad de concentración, las largas y tensas esperas planificando sus crímenes, la negación en nombre de la profesionalidad a sentir la menor empatía hacia las víctimas. Durante un rato puede deslumbrarte escuchar el monólogo interior de ese hombre que desconoce el sentido de culpa, que funciona como una máquina perfecta, calculando al milímetro todas las posibilidades para que su trabajo salga perfecto. Y ves su rostro pétreo que no transmite ninguna emoción, que no pestañea jamás. Y es difícil apartar de él la mirada. El actor Michael Fassbender, además de poseer una presencia notable, también está dotado de magnetismo. Aunque hay un momento en el que estás deseando que ocurran cosas palpables.
Se supone que un personaje como este debe de ser invulnerable, no estar atado a nada que pueda afectar a su trabajo. Pero comete el imperdonable error de tener un refugio junto al mar en República Dominicana, donde se relaja de su problemático oficio y también una mujer que le espera y que le quiere. Sabe que no puede permitirse un fallo en su labor, y que si esto ocurre sus antiguos empleadores van a lanzar una jauría de criminales siguiéndole la pista con la misión de exterminarle. David Fincher, como siempre, es un virtuoso rodando. Nada que reprochar a su identificable y potente narrativa visual. Sin embargo, la introversión permanente del personaje hay veces que me fatiga. Fincher controla magistralmente las secuencias de acción y se inventa a una asesina muy inquietante, que interpreta en un papel tan breve como solvente Tilda Swinton. El asesino tiene una factura y un ritmo impecables, pero estoy deseando todo el rato que me apasione. Y eso no ocurre.
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David Fincher, uno de los directores más inteligentes que le quedan al cine estadounidense, o al cine en general, siempre había sentido debilidad por introducir en su cine a los asesinos, selectivos o en serie. No cobraban dinero al cargarse a sus víctimas. Lo hacían por placer, para cebarse en gente que representaban los pecados capitales. Eran psicópatas, enfermizos sociópatas. También sádicos hasta límites impensables, fanáticos, terroríficos. Daban mucho miedo y angustia dos obras maestras tituladas Seven y Zodiac. En El asesino cambia de registro. El tipo que la protagoniza no es un loco ni un iluminado, no se ceba con los pecadores ni pretende acojonar a la opinión pública. Mata porque es lo que le exigen sus contratos, fríamente, sin motivos personales.
La voz en off del protagonista nos va contando en plan psicoanalista la metodología física y emocional para hacer bien su trabajo, su capacidad de concentración, las largas y tensas esperas planificando sus crímenes, la negación en nombre de la profesionalidad a sentir la menor empatía hacia las víctimas. Durante un rato puede deslumbrarte escuchar el monólogo interior de ese hombre que desconoce el sentido de culpa, que funciona como una máquina perfecta, calculando al milímetro todas las posibilidades para que su trabajo salga perfecto. Y ves su rostro pétreo que no transmite ninguna emoción, que no pestañea jamás. Y es difícil apartar de él la mirada. El actor Michael Fassbender, además de poseer una presencia notable, también está dotado de magnetismo. Aunque hay un momento en el que estás deseando que ocurran cosas palpables.
Se supone que un personaje como este debe de ser invulnerable, no estar atado a nada que pueda afectar a su trabajo. Pero comete el imperdonable error de tener un refugio junto al mar en República Dominicana, donde se relaja de su problemático oficio y también una mujer que le espera y que le quiere. Sabe que no puede permitirse un fallo en su labor, y que si esto ocurre sus antiguos empleadores van a lanzar una jauría de criminales siguiéndole la pista con la misión de exterminarle. David Fincher, como siempre, es un virtuoso rodando. Nada que reprochar a su identificable y potente narrativa visual. Sin embargo, la introversión permanente del personaje hay veces que me fatiga. Fincher controla magistralmente las secuencias de acción y se inventa a una asesina muy inquietante, que interpreta en un papel tan breve como solvente Tilda Swinton. El asesino tiene una factura y un ritmo impecables, pero estoy deseando todo el rato que me apasione. Y eso no ocurre.
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‘El asesino’: metodología y psicoanálisis de un ‘killer’ profesional según David Fincher
La nueva película del director de ‘Seven’ y ‘Zodiac’ tiene una factura y un ritmo impecables, pero estoy deseando todo el rato que me apasione. Y eso no ocurre
elpais.com