ekilback
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Quizás por ser padre de familia, la definición de Educación que más me gusta es la del filósofo Tomás de Aquino, porque describe aquella como la tarea de los padres y madres respecto a su prole: educar es conducir y promocionar a la prole hacia el estado perfecto del ser humano en cuanto ser humano, que es el estado de virtud. En nuestra sociedad muchas personas siguen a Santo Tomás sin saberlo. Son las que piensan que la enseñanza y la formación son tareas fundamentalmente de la escuela; y la educación –tal como se ha descrito arriba-, en el mismo grado, misión fundamental de la familia. También hay muchos docentes que siguen a nuestro filósofo. Son los que entienden que la escuela está principalmente para enseñar y formar al alumnado en las competencias necesarias que les abra el camino hacia una profesión, en aras de su autonomía económica y de poder servir a la sociedad. Formación que necesariamente debe basarse en las normas básicas de la convivencia, el respeto mutuo y, en general, las obligaciones y valores cívicos. Pero, ¿qué podemos entender por «estado de virtud»? Santo Tomás afirmaba que el obrar sigue al ser; es decir, que, en este caso, solo una persona educada (cualidad del ser), está en condiciones de educar como se debe (cualidad del obrar) a otras personas. Lo cual comporta en el educador la necesidad de estar en camino hacia la plenitud humana a la que está llamado todo ser humano por el hecho de serlo; y eso es algo que, cuando se consigue en mayor o menor medida, crea un «estado» en la persona: el estado de virtud al que se refiere la definición que venimos considerando.Y eso ¿cómo se logra? En primer lugar, entendiendo que la plenitud humana es el propósito de la vida, lo que se desprende de conocer qué somos y quiénes somos. Conocimiento que tiene que ver con el «secreto» que aparece en nuestro título. A ello nos ayuda el psicoterapeuta K. G. Jung que distingue entre el 'yo' –el centro interior del ser humano, al que corresponde ser auténticamente y estar en el centro, por su naturaleza espiritual (lo que nos hace seres humanos)-; y el 'ego' –el núcleo de la persona que tiende a presentarse, brillar hacia fuera, vivir sus propias necesidades y situarse en el centro- (obsérvese la diferencia que existe entre estar y situarse en el centro), y está en buena parte constituido por el conjunto de papeles que nos ha tocado representar en «el gran teatro del mundo». Por eso debemos tener cuidado para no suplantar a nuestro yo con el papel que estamos desempeñando o cualquier otro disfraz o título. Ser humano es ser para los demás por su condición de ser social, como ya dijo Aristóteles. Por tanto, seremos más humanos, aunque no se haya conseguido plenamente, cuanto más seamos para los demás; y eso se nota en el porte de la persona y en su forma de comunicarse con los demás. Por todo lo dicho, una vez considerada la convergencia entre el concepto de educación que hemos expuesto al principio y la familia, hay que tener en cuenta que nadie da lo que no tiene y, por tanto, que la tarea de los progenitores está relacionada con el más antiguo mandato bíblico: crecer; ponerse en camino de ser lo más plenamente humanos posible para poder realizar adecuadamente la tarea que como tales, les compete. Este es el secreto del arte de educar. Si quieres que alguno de tus hijos/as mejore en un determinado aspecto de su conducta, mejora tú en ese aspecto, sin alardes; ellos nos observan. No existe, en mi opinión, mejor fórmula. SOBRE EL AUTOR Ignacio Gallego Cubiles Doctor en Ciencias de la Educación
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