edwin.cartwright
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En un poema de Robert Graves sobre la batalla de Maratón titulado ‘La versión persa’ se intentaba, a pesar de un clima adverso dominante en la tradición, conseguir que todas las armas se combinaran magníficamente juntas para hacer justicia a aquel pueblo amante de la verdad que fueron los persas aqueménidas. La historia de este pueblo no finalizó con la conquista de Alejandro Magno, sino que siguió la flecha del tiempo y desde el siglo III a.C. al siglo VII de nuestra era fue una amenaza para los romanos, primero, y para Bizancio, después. Los aqueménidas de la Grecia clásica mutaron su nombre en arsácidas hasta el siglo II, los temibles partos, y en sasánidas, de nuevo como persas, hasta la conquista árabe. Si los primeros tuvieron un papel destacado en la tradición, desde Los Persas de Esquilo hasta la bella aria ‘Ombra mai fu’ del Xerxes de Händel, los segundos protagonizaban también en el Barroco no pocas óperas serias, como el Siroe re di Persia de Vivaldi, o aparecían aquí y allá también para recordarnos qué cara se paga la arrogancia de un Craso. Los persas se trasfiguraron en árabes y en turcos en nuestra larga tradición de conflictos irresolubles entre Oriente y Occidente y las conjuras del harén y el orientalismo siguieron animando libretos como el del Rapto en el serrallo de Mozart o ensayos de relativismo cultural como las Cartas persas de Montesquieu, inspiradas todas ellas por un interés de la época en el exotismo que se percibía entonces en el Imperio otomano.
Adrian Goldsworthy no necesita presentación en nuestro país porque casi todas sus obras han sido traducidas al castellano. Su paso por las aulas de Oxford se nota en una didáctica y portentosa prosa que narra tanto historia (history) como historias (stories), combinando el rigor con la épica. Tanto da que nos acerque la vida de Julio César, la gracia y desgracia de Cleopatra o la caída de Cartago o del Imperio romano. Su don para la divulgación de altísima calidad no solo la despliega en documentales televisivos sobre la Roma clásica o en novelas históricas sobre la batalla de Waterloo o la de Normandía, sino también en libros ilustrados sobre el Muro de Adriano, el mismo destino de otro de sus personajes de ficción, Flavius Ferox.
En El águila y el león narra Goldsworthy el conflicto entre Roma y los persas, entre Oriente y Occidente en la frontera oriental del imperio romano, en el Éufrates, desde los primeros encuentros y desencuentros con los arsácidas en el siglo I antes de nuestra era con el desastre de Craso en Carras frente al parto Surena y la ominosa pérdida de las insignas de las legiones romanas en el año 53 a.C. hasta los emperadores bizantinos viendo la caída de la Persia sasánida en el año 651 bajo el impulso imparable de los árabes que conquistaron Asia Menor, Egipto, el norte de África e Hispania y finiquitaron el mundo antiguo.
Son muchas las cosas que se aprenden de este historiador oxoniense que ha hecho de la divulgación histórica imperativo y oficio: desde la obsesión de los emperadores romanos en ser un nuevo Alejandro, la imitatio Alexandri, y conquistar Oriente autodenominándose en su cursus honorum como Persicus o Parthicus, hasta cristianos refugiándose de las persecuciones romanas en Persia o seguidores de Zoroastro fijando por escrito el Avesta; desde mercaderes que satisfacían en la Ruta de la Seda su ánimo de lucro hasta monjes que finalmente introdujeron de contrabando desde China los preciados gusanos en el Imperio romano. Entre medio, la conquista de Jerusalén, la caída de Alejandría, conflictos interminables entre los dos imperios en Armenia, humillaciones de emperadores como Valeriano, capturado por Sapor I y su prisionero de por vida, reinas audaces como Zenobia de Palmira desafiando a los romanos o la muerte del Juliano el Apóstata como un nuevo Alejandro en el año 363. Una apasionante historia del conflicto entre el águila de las legiones romanas y el león que simbolizó siempre a la realeza persa de un historiador que reivindica que la divulgación histórica, aunque no esté de moda en los círculos académicos, actúa como elemento crítico cuando se trata de extraer lecciones del pasado, del largo conflicto entre Oriente y Occidente, para ayudarnos a comprender nuestro propio mundo, nuestro pasado presente.
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Adrian Goldsworthy no necesita presentación en nuestro país porque casi todas sus obras han sido traducidas al castellano. Su paso por las aulas de Oxford se nota en una didáctica y portentosa prosa que narra tanto historia (history) como historias (stories), combinando el rigor con la épica. Tanto da que nos acerque la vida de Julio César, la gracia y desgracia de Cleopatra o la caída de Cartago o del Imperio romano. Su don para la divulgación de altísima calidad no solo la despliega en documentales televisivos sobre la Roma clásica o en novelas históricas sobre la batalla de Waterloo o la de Normandía, sino también en libros ilustrados sobre el Muro de Adriano, el mismo destino de otro de sus personajes de ficción, Flavius Ferox.
En El águila y el león narra Goldsworthy el conflicto entre Roma y los persas, entre Oriente y Occidente en la frontera oriental del imperio romano, en el Éufrates, desde los primeros encuentros y desencuentros con los arsácidas en el siglo I antes de nuestra era con el desastre de Craso en Carras frente al parto Surena y la ominosa pérdida de las insignas de las legiones romanas en el año 53 a.C. hasta los emperadores bizantinos viendo la caída de la Persia sasánida en el año 651 bajo el impulso imparable de los árabes que conquistaron Asia Menor, Egipto, el norte de África e Hispania y finiquitaron el mundo antiguo.
Son muchas las cosas que se aprenden de este historiador oxoniense que ha hecho de la divulgación histórica imperativo y oficio: desde la obsesión de los emperadores romanos en ser un nuevo Alejandro, la imitatio Alexandri, y conquistar Oriente autodenominándose en su cursus honorum como Persicus o Parthicus, hasta cristianos refugiándose de las persecuciones romanas en Persia o seguidores de Zoroastro fijando por escrito el Avesta; desde mercaderes que satisfacían en la Ruta de la Seda su ánimo de lucro hasta monjes que finalmente introdujeron de contrabando desde China los preciados gusanos en el Imperio romano. Entre medio, la conquista de Jerusalén, la caída de Alejandría, conflictos interminables entre los dos imperios en Armenia, humillaciones de emperadores como Valeriano, capturado por Sapor I y su prisionero de por vida, reinas audaces como Zenobia de Palmira desafiando a los romanos o la muerte del Juliano el Apóstata como un nuevo Alejandro en el año 363. Una apasionante historia del conflicto entre el águila de las legiones romanas y el león que simbolizó siempre a la realeza persa de un historiador que reivindica que la divulgación histórica, aunque no esté de moda en los círculos académicos, actúa como elemento crítico cuando se trata de extraer lecciones del pasado, del largo conflicto entre Oriente y Occidente, para ayudarnos a comprender nuestro propio mundo, nuestro pasado presente.
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