El ADN extraído de 15 cadáveres almacenados en un museo de París acaba de aportar una sorpresa monumental: los rapanui, habitantes de la isla de Pascua, el lugar más aislado de la Tierra, llegaron a América navegando dos siglos antes que las carabelas capitaneadas por Cristóbal Colón.
El estudio da una alucinante vuelta de tuerca a la historia de este pequeño territorio perdido en la inmensidad del Pacífico. Hacia el este, Pascua está a más de 3.500 kilómetros de Chile, país al que pertenece. En dirección opuesta, el lugar más cercano son las islas Pitcairn, a 1.900 kilómetros.
Los primeros pobladores de Pascua eran originarios de Polinesia, desde donde habrían llegado navegando en torno al año 1200. A partir de ese momento, y sin que nadie sepa muy bien cómo, los rapanui tallaron, transportaron y erigieron más de 900 moais, imponentes torsos humanos que alcanzan 10 metros de altura y 80 toneladas de peso. El análisis de ADN de rapanuis actuales muestra que son un 90% polinesios y un 10% americanos. Pero en 2017, el estudio de restos mortales de rapanuis que vivieron hace siglos no encontró ni rastro de ADN americano, aumentando el enigma.
Desde 2014, Víctor Moreno-Mayar, antropólogo evolutivo mexicano de 35 años, ha estudiado el origen y la historia de este pueblo. Es una tarea difícil, pues la comunidad isleña no permite que se analicen restos mortales de antepasados enterrados en la isla. El equipo encontró una oportunidad única en unas cajas que contenían huesos de supuestos rapanuis recolectados por navegantes franceses en el siglo XIX, y que ahora estaban almacenadas en el Museo Nacional de Historia Natural de Francia, en París.
Los resultados, que se publican este miércoles en Nature, referente de la mejor ciencia mundial, confirman que todos ellos eran originarios de la isla de Pascua, y que vivieron entre 1670 y 1900. Su perfil genético muestra un 90% de ADN polinesio y un 10% americano, lo que apoya un trabajo previo de menor envergadura del mismo equipo.
Cada vez que dos personas tienen hijos, su genoma se divide en porciones y se recombina, como quien baraja un taco de cartas. “Como conocemos este proceso biológico, podemos ver las longitudes de estos bloques de ADN americano y preguntar cuándo entraron a la población polinesia de Rapa Nui”, explica a este diario Moreno-Mayar, que actualmente trabaja en la Universidad de Copenhague, en Dinamarca. Además, esos bloques pueden indicar la fecha en la que los rapanui y los nativos americanos se encontraron y tuvieron hijos. “Cuanto más cortos, más antiguo es el evento de mestizaje” y viceversa, explica el genetista mexicano. Los cálculos de su equipo dicen que el cruce entre polinesios y nativos americanos sucedió en torno a 1300, aproximadamente dos siglos antes de que las tres carabelas enviadas por los reyes católicos y capitaneadas por Cristóbal Colón llegasen a las costas caribeñas de América en 1492, y cuatro siglos antes de que los europeos descubriesen la isla de Pascua, en 1722.
El ADN no aclara si fueron los rapanui los que llegaron a América o viceversa, pero lo más plausible es lo primero, razona el equipo de Moreno-Mayar, dada la conocida destreza de los pueblos polinesios para la navegación, a menudo hacia el este y en contra del viento. En menos de un siglo, los polinesios se las arreglaron para llegar a Pascua y desde ahí alcanzaron las costas de Suramérica, un logro asombroso que deja muchísimas preguntas abiertas.
El material genético rescatado en París no basta para saber cuántos rapanui llegaron a América, ni si hubo una o más llegadas a este continente. Ni por supuesto cómo eran sus embarcaciones. Los datos solo apuntan a que se cruzaron con habitantes del oeste de los Andes, es imposible concretar más.
Un experimento de navegación mostró que una embarcación parecida a la que pudieron usar los habitantes de Pascua navegando hacia América hubiera llegado a las costas cercanas a Guayaquil, en Ecuador, explica Moreno-Mayar. “No tenemos ADN de esta región, ni actual, ni mucho menos antiguo, porque esta molécula se degrada con el tiempo, y las peores condiciones para su preservación son el calor y la humedad”, detalla. Encontrar a la “población espejo” de los pioneros polinesios, descendientes de estos eventos de mestizaje, con un 90% de ADN americano y un 10% asiático, es una tarea muy difícil, debido en parte a que en Suramérica hay muchos menos datos genéticos poblacionales que en Europa o Estados Unidos.
El siguiente paso de la investigación es conseguir que el Gobierno de Francia conceda la repatriación de los restos mortales de los 15 rapanuis analizados, que fueron recolectados por el explorador y etnólogo Alphonse Pinart en torno a 1870. Hasta la realización del estudio, estos huesos estaban almacenados y etiquetados, pero sin mucha más información sobre su origen, explica Moreno-Mayar. Durante todo el trabajo, el equipo ha colaborado con la comunidad de Rapa Nui, que ha puesto en marcha un programa para la recuperación de sus ancestros almacenados en museos occidentales. Por ahora, el museo parisino no ha recibido ninguna solicitud sobre estos restos, según informa una portavoz de la institución, que recuerda que, según la ley francesa, debería ser el Gobierno de Chile el que solicite la recuperación y el francés el que decida si se concede.
El estudio publicado hoy también desbanca la idea de que la cultura Rapa Nui colapsó antes de la llegada de los europeos por la sobrexplotación de la isla, las guerras, las epidemias, incluso el canibalismo. Los primeros navegantes europeos que llegaron a Rapa Nui, primero el holandés Jacob Roggeveen el día de Pascua de 1722, de ahí el nombre occidental del lugar, y luego el capitán español Felipe González de Haedo en 1770, quien trazó su mapa detallado y localizó los moais, no daban crédito de cómo un pueblo que no conocía la rueda, los metales y con unos pocos miles habitantes podía haber creado aquellas esculturas colosales. Posteriormente, fue calando la idea de que Rapa Nui tuvo un pasado próspero alcanzando una población de unas 15.000 almas, que después quedó diezmada por la deforestación y el abuso de los recursos en torno al año 1600. La narración se asentó, a pesar de las escasas pruebas arqueológicas, defendida por influyentes figuras de la antropología como Jared Diamond, que le dedicó su libro Colapso, donde habló de “ecocidio”, como si estas sociedades fueran culpables de su propia aniquilación. Los rapanui se convirtieron en una “metáfora” perfecta de los peligrosos excesos del ser humano ante el cambio climático.
Los 15 cadáveres analizados por el equipo liderado por Moreno-Mayar abarcan justo la época directamente posterior al supuesto colapso. El ADN permite calcular el tamaño de la población. Los resultados muestran que esta era de unos pocos miles de personas, y que creció de forma estable dentro de los parámetros de una sociedad no industrializada, explica el genetista mexicano. “Es justo lo contrario de lo que pensábamos encontrar”, reconoce.
El crecimiento de la población en la isla solo se trunca a partir de 1870, cuando está documentada la llegada de barcos negreros de Perú que se llevaron a buena parte de la población para trabajar como esclavos en América. Ese contacto también trajo una epidemia de viruela. Según algunos estudios, la población de la isla cayó hasta los 110. En la actualidad hay unos 8.000 habitantes en la isla, según las proyecciones del Gobierno chileno.
Este trabajo “avanza mucho en la comprensión que tenemos de los habitantes de la isla y de sus ancestros”, resaltan Stephan Schiffels y Kathrin Nägele, especialistas en arqueología y genética del Instituto Max Planck (Alemania) en una opinión independiente publicada junto al estudio. Los expertos proponen darle la vuelta a la errónea metáfora del ecocidio. “Tal vez este estudio sea el último clavo en el ataúd de esta historia y se convierta en otra sobre la resiliencia de los humanos y su capacidad para usar los recursos de manera sostenible ante cambios en el medio ambiente”, destacan.
Iñigo Olalde, genetista de la Universidad del País Vasco, que no ha participado en el estudio, destaca su valía: “Es la primera vez que se secuencian genomas antiguos de la isla de Pascua con alta calidad”. El investigador señala que los datos “son bastante convincentes”, pero que el amplio margen de datación de los restos implica que casi con toda seguridad, los 15 individuos vivieron después de los primeros contactos con europeos, con lo que se abre la posibilidad de que el ADN americano llegase por esa vía. “La única forma absoluta e incontestable de demostrar estas tesis es analizar el genoma de un rapanui anterior al contacto europeo”, aventura.
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El estudio da una alucinante vuelta de tuerca a la historia de este pequeño territorio perdido en la inmensidad del Pacífico. Hacia el este, Pascua está a más de 3.500 kilómetros de Chile, país al que pertenece. En dirección opuesta, el lugar más cercano son las islas Pitcairn, a 1.900 kilómetros.
Los primeros pobladores de Pascua eran originarios de Polinesia, desde donde habrían llegado navegando en torno al año 1200. A partir de ese momento, y sin que nadie sepa muy bien cómo, los rapanui tallaron, transportaron y erigieron más de 900 moais, imponentes torsos humanos que alcanzan 10 metros de altura y 80 toneladas de peso. El análisis de ADN de rapanuis actuales muestra que son un 90% polinesios y un 10% americanos. Pero en 2017, el estudio de restos mortales de rapanuis que vivieron hace siglos no encontró ni rastro de ADN americano, aumentando el enigma.
Desde 2014, Víctor Moreno-Mayar, antropólogo evolutivo mexicano de 35 años, ha estudiado el origen y la historia de este pueblo. Es una tarea difícil, pues la comunidad isleña no permite que se analicen restos mortales de antepasados enterrados en la isla. El equipo encontró una oportunidad única en unas cajas que contenían huesos de supuestos rapanuis recolectados por navegantes franceses en el siglo XIX, y que ahora estaban almacenadas en el Museo Nacional de Historia Natural de Francia, en París.
Los resultados, que se publican este miércoles en Nature, referente de la mejor ciencia mundial, confirman que todos ellos eran originarios de la isla de Pascua, y que vivieron entre 1670 y 1900. Su perfil genético muestra un 90% de ADN polinesio y un 10% americano, lo que apoya un trabajo previo de menor envergadura del mismo equipo.
Cada vez que dos personas tienen hijos, su genoma se divide en porciones y se recombina, como quien baraja un taco de cartas. “Como conocemos este proceso biológico, podemos ver las longitudes de estos bloques de ADN americano y preguntar cuándo entraron a la población polinesia de Rapa Nui”, explica a este diario Moreno-Mayar, que actualmente trabaja en la Universidad de Copenhague, en Dinamarca. Además, esos bloques pueden indicar la fecha en la que los rapanui y los nativos americanos se encontraron y tuvieron hijos. “Cuanto más cortos, más antiguo es el evento de mestizaje” y viceversa, explica el genetista mexicano. Los cálculos de su equipo dicen que el cruce entre polinesios y nativos americanos sucedió en torno a 1300, aproximadamente dos siglos antes de que las tres carabelas enviadas por los reyes católicos y capitaneadas por Cristóbal Colón llegasen a las costas caribeñas de América en 1492, y cuatro siglos antes de que los europeos descubriesen la isla de Pascua, en 1722.
El ADN no aclara si fueron los rapanui los que llegaron a América o viceversa, pero lo más plausible es lo primero, razona el equipo de Moreno-Mayar, dada la conocida destreza de los pueblos polinesios para la navegación, a menudo hacia el este y en contra del viento. En menos de un siglo, los polinesios se las arreglaron para llegar a Pascua y desde ahí alcanzaron las costas de Suramérica, un logro asombroso que deja muchísimas preguntas abiertas.
El material genético rescatado en París no basta para saber cuántos rapanui llegaron a América, ni si hubo una o más llegadas a este continente. Ni por supuesto cómo eran sus embarcaciones. Los datos solo apuntan a que se cruzaron con habitantes del oeste de los Andes, es imposible concretar más.
Un experimento de navegación mostró que una embarcación parecida a la que pudieron usar los habitantes de Pascua navegando hacia América hubiera llegado a las costas cercanas a Guayaquil, en Ecuador, explica Moreno-Mayar. “No tenemos ADN de esta región, ni actual, ni mucho menos antiguo, porque esta molécula se degrada con el tiempo, y las peores condiciones para su preservación son el calor y la humedad”, detalla. Encontrar a la “población espejo” de los pioneros polinesios, descendientes de estos eventos de mestizaje, con un 90% de ADN americano y un 10% asiático, es una tarea muy difícil, debido en parte a que en Suramérica hay muchos menos datos genéticos poblacionales que en Europa o Estados Unidos.
El siguiente paso de la investigación es conseguir que el Gobierno de Francia conceda la repatriación de los restos mortales de los 15 rapanuis analizados, que fueron recolectados por el explorador y etnólogo Alphonse Pinart en torno a 1870. Hasta la realización del estudio, estos huesos estaban almacenados y etiquetados, pero sin mucha más información sobre su origen, explica Moreno-Mayar. Durante todo el trabajo, el equipo ha colaborado con la comunidad de Rapa Nui, que ha puesto en marcha un programa para la recuperación de sus ancestros almacenados en museos occidentales. Por ahora, el museo parisino no ha recibido ninguna solicitud sobre estos restos, según informa una portavoz de la institución, que recuerda que, según la ley francesa, debería ser el Gobierno de Chile el que solicite la recuperación y el francés el que decida si se concede.
El mito del colapso
El estudio publicado hoy también desbanca la idea de que la cultura Rapa Nui colapsó antes de la llegada de los europeos por la sobrexplotación de la isla, las guerras, las epidemias, incluso el canibalismo. Los primeros navegantes europeos que llegaron a Rapa Nui, primero el holandés Jacob Roggeveen el día de Pascua de 1722, de ahí el nombre occidental del lugar, y luego el capitán español Felipe González de Haedo en 1770, quien trazó su mapa detallado y localizó los moais, no daban crédito de cómo un pueblo que no conocía la rueda, los metales y con unos pocos miles habitantes podía haber creado aquellas esculturas colosales. Posteriormente, fue calando la idea de que Rapa Nui tuvo un pasado próspero alcanzando una población de unas 15.000 almas, que después quedó diezmada por la deforestación y el abuso de los recursos en torno al año 1600. La narración se asentó, a pesar de las escasas pruebas arqueológicas, defendida por influyentes figuras de la antropología como Jared Diamond, que le dedicó su libro Colapso, donde habló de “ecocidio”, como si estas sociedades fueran culpables de su propia aniquilación. Los rapanui se convirtieron en una “metáfora” perfecta de los peligrosos excesos del ser humano ante el cambio climático.
Los 15 cadáveres analizados por el equipo liderado por Moreno-Mayar abarcan justo la época directamente posterior al supuesto colapso. El ADN permite calcular el tamaño de la población. Los resultados muestran que esta era de unos pocos miles de personas, y que creció de forma estable dentro de los parámetros de una sociedad no industrializada, explica el genetista mexicano. “Es justo lo contrario de lo que pensábamos encontrar”, reconoce.
El crecimiento de la población en la isla solo se trunca a partir de 1870, cuando está documentada la llegada de barcos negreros de Perú que se llevaron a buena parte de la población para trabajar como esclavos en América. Ese contacto también trajo una epidemia de viruela. Según algunos estudios, la población de la isla cayó hasta los 110. En la actualidad hay unos 8.000 habitantes en la isla, según las proyecciones del Gobierno chileno.
Este trabajo “avanza mucho en la comprensión que tenemos de los habitantes de la isla y de sus ancestros”, resaltan Stephan Schiffels y Kathrin Nägele, especialistas en arqueología y genética del Instituto Max Planck (Alemania) en una opinión independiente publicada junto al estudio. Los expertos proponen darle la vuelta a la errónea metáfora del ecocidio. “Tal vez este estudio sea el último clavo en el ataúd de esta historia y se convierta en otra sobre la resiliencia de los humanos y su capacidad para usar los recursos de manera sostenible ante cambios en el medio ambiente”, destacan.
Iñigo Olalde, genetista de la Universidad del País Vasco, que no ha participado en el estudio, destaca su valía: “Es la primera vez que se secuencian genomas antiguos de la isla de Pascua con alta calidad”. El investigador señala que los datos “son bastante convincentes”, pero que el amplio margen de datación de los restos implica que casi con toda seguridad, los 15 individuos vivieron después de los primeros contactos con europeos, con lo que se abre la posibilidad de que el ADN americano llegase por esa vía. “La única forma absoluta e incontestable de demostrar estas tesis es analizar el genoma de un rapanui anterior al contacto europeo”, aventura.
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