Egidio, la nota al Cuadrado que necesitaba el vallenato

Jackie_Johnson

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Hay días en que no me siento en capacidad de escuchar vallenato: para mí, el género está sustentado en un trabajo enorme de memoria antes de convertirse en música. Y hay canciones que me llevan a momentos, recuerdos y sentimientos que a veces simplemente no quiero volver a sentir, ni mucho menos volver a vivir. Con el vallenato recuerdo a mis familiares que ya no están, a los amigos que hacen su vida lejos, a esa vida que va pasando y pasando hasta que llegue el llamado de la eternidad.

Los juglares —aquellos héroes de carne y hueso que llevaban las razones, la vida misma, a lomo de mula por esos caminos polvorientos— acudían a la remembranza para llevar esos recados de un punto a otro. Sabemos que la muerte es inevitable. El estar tan aferrados a la existencia misma no nos hace conscientes que este paso por tierra firme es efímero, y debemos hacer lo posible por hacerlo amable, feliz y tratar de dejar una huella. Esa huella que dejaron los juglares. La huella que marcaron precursores como Chico Bolaño, Moralito, Emilianito. La que dio a conocer Jorge Oñate, Diomedes, Los Zuleta. Y la que luchó, defendió y cultivó Egidio Cuadrado.

Cuando el vallenato demandaba ya otro sonido, llegó en los años noventa una revolución encabezada por Carlos Vives y su disco Clásicos de La Provincia. El primer gran paso fue la inclusión de la gaita. El homenaje a nuestro instrumento musical por antonomasia fue uno de los grandes aciertos. Pero, el mejor, fue sin duda Egidio Cuadrado. Hijo de Villanueva, Guajira, fue Rey Aficionado del Festival de la Leyenda Vallenata en 1973, y Rey Profesional del mismo festival en 1985. Siempre generoso, bondadoso y buen tipo, Cuadrado le apostó al proyecto de Vives para que el vallenato, a pesar de estar compuesto por cuatro aires, buscara uno nuevo, más fresco, sin perder su esencia, y que, a partir de esa piedra angular, se tomara el mundo.

Con un sonido moderno, con un acordeón perfectamente ejecutado, Egidio fue la esencia de La Provincia. Hicieron un homenaje tan impecable a los grandes clásicos que muchos creíamos que Matilde Lina, La gota fría o Pedazo de Acordeón eran temas originales de ellos.

Su sombrero ‘vueltiao’ y una mochila inconfundible fueron el sello de Egidio. Orgulloso de su música, creó su propia juglaría, y aunque no andaba en los caminos de herradura como sus antecesores, su acordeón lo llevó por el mundo, siendo ese el bastión que necesitaba el vallenato para internacionalizarse.

Egidio, tal vez, sufrió los ataques de aquellos acérrimos críticos del vallenato. Sin embargo, él siguió adelante. Sabía que esa era su huella, su legado. Estaba destinado a ser la cara del vallenato frente al desafío de convertirlo en un fenómeno mundial, sonriendo bajo su sombrero, sin olvidar su Villanueva natal.

En épocas en que las parejas vallenatas no importan, Egidio y Carlos dieron una muestra de fidelidad, de creatividad y de diversidad. Eran fuertes, eran uno solo. Egidio siempre fue el polo a tierra vallenato que necesitaba Vives, y Vives fue la pareja perfecta para Egidio. Finalizó como un matrimonio, hasta que la muerte los separó.

Por eso no quería escuchar sus notas, maestro. Cuando me enteré de su muerte, solo maldecía. ¿Cuántas muertes debemos soportar en un año para entender que la vida es ese ratico? ¿Por qué se posa esa sensación de que este año el vallenato aumenta su agonía con su partida, la de Omar Geles y la de Luis Egurrola?

¿Está tan enfadado el diablo por ese duelo que perdió con Francisco El Hombre, que solo nos queda el desconsuelo de saber que tiene a la muerte de su lado?

No lo sé, pero de algo estoy seguro: si la más negra de las almas lo llega a escuchar, y sobre todo a sentir, seguramente se conmoverá, y decretará más vida para un vallenato que lo necesita de manera urgente.

Espero que sus notas sean eternas, que muchos se acerquen a su historia y reciba todos los honores posibles, como un hombre de su grandeza lo merece. Le damos gracias por ser abanderado de una música que amamos y sentimos. La sentimos tanto que ahora la parranda será triste, pero con el pasar de los días, y como suele suceder con el vallenato, lo recordaremos con alegría, con volumen a todo taco, y con la certeza de saber que usted lo dejó todo por el folclore que más identifica al país.

Gracias por responderme aquel chat, maestro. Hago este homenaje con el dolor de saber que no logramos hacer esa entrevista. No nos conocimos en persona, pero esa corta y a su vez entusiasta respuesta me hizo sentir afortunado. Por eso despido estas líneas con esa frase que me escribió entonces:

“Hola compadre Gustavo. Con mucho gusto quedamos pendientes”.

Y así es maestro, quedamos pendientes.



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