lonnie18
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Las plantas se han convertido en las protagonistas de un nuevo fenómeno editorial. Ensayos, novelas y poemarios ponen en el debate cultural la importancia de la vegetación. La podríamos llamar una especie de literatura vegetal. Efrén Giraldo (Medellín, 49 años) se ha unido a este fenómeno con un ensayo que ahonda en el papel de las plantas en nuestras vidas y su poder de resiliencia: Sumario de plantas oficiosas (Elefanta Editorial), que ha ganado el Premio de No Ficción Latinoamérica independiente y estos días presenta en México en una gira por varias ciudades. Es, también, un compendio de memorias, porque el autor parte de la nostalgia que le generan las historias de su abuela, sus padres, sobre las plantas, incluyendo frutos de la infancia que han desaparecido. El libro está lleno de referencias a estudios científicos, botánicos e históricos. Habla de la relación de la pintura y la cultura popular con las plantas y cómo la literatura se ha “apropiado” de la naturaleza, “porque las plantas nos aportan los mejores elementos simbólicos para entender muchas cosas de nosotros mismos”. Giraldo propone una nueva relación con la naturaleza, aprendiendo de la capacidad de los plantas de resistir y adaptarse.
Pregunta. “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo”, escribió el poeta. Usted afirma en su libro que quizá toda planta habla un lenguaje que no entendemos. ¿Hemos despreciado los humanos el mundo vegetal?
Respuesta. Sí. Hay un desprecio que vemos en la actitud antropocéntrica que tenemos y parece que hacia las plantas y hacia los hongos se expresara de una manera más fuerte. Creo que hemos pensado que estamos más cerca de los animales y la ceguera hacia lo vegetal es más grande.
P. ¿Cuáles son la razones de ese desprecio?
R. Puede ser la perspectiva esa popular de que las plantas no se mueven. El paradigma antropocéntrico y zoocéntrico valora la idea convencional de movimiento, de desplazamiento. Parecería que estar atado a un lugar, como aparentemente están las plantas, significa tener una especie de minoría de edad.
P. Habla también de resiliencia. Los árboles sobrevivientes al horror de Hiroshima, por ejemplo. Aquí en México hay un árbol de Tule que tiene más de 4.000 años de existencia. Es fascinante pensar todo lo que ha visto pasar ese árbol. ¿Qué nos enseñan las plantas?
R. Lo primero que hay que asumir es que realmente ese árbol ha visto. Tiene unos elementos perceptivos muy fuertes y una gran sensibilidad y es probable, sin que lo sepamos todavía, que tengan algún tipo de posibilidad de conservación de muchas de las cosas que han visto. Las plantas nos enseñan a resistir, a permanecer, a habitar la tierra mejorándola, a vivir en ella sin arrasarla. Además de muchas otras cosas que nos enseñaron, porque las inventaron, como la respiración, la reproducción sexual, inventan la belleza. Las plantas marcan un camino existencial, definen cuál podría ser una ruta para el futuro. Hay que verlas y seguirlas, porque ellas saben probablemente a dónde hay que ir.
P. Está también la violencia. Hemos demonizado plantas como la amapola. Esto en su país ha dejado una historia de horror y muerte. Es una muestra de cómo los humanos podemos transformar algo hermoso en una pesadilla.
R. Lo que veo en el caso de algunas plantas es que vienen a potenciar, de buena y mala manera, muchas de las capacidades que tenemos lo humanos. Me interesa en particular la simbología que negativiza lo vegetal. La idea de plantas malas, la idea de maleza, de cultivo ilícito, me parece muy interesante para entender esa relación problemática que podemos tener con el entorno. Hay plantas que en Colombia se han considerado malditas, que están demonizadas y que exponen muy bien nuestra incapacidad para hacer nos daño nosotros mismos de muchas maneras.
P. Este libro habla sobre trasplantes. Plantas para nosotros exóticas han venido a América a saber bajo qué viaje de locura y otras nuestras han sido trasladas a Europa. Menciona la historia de la piña, que deslumbró a Fernández de Oviedo. Puede ser también una metáfora de nuestro mundo actual, un mundo de migración y al mismo tiempo de asombro y temor al otro.
R. Esa condición de movilidad que tienen las plantas es muy interesante. Lo que intenta hacer el libro es explicar que las plantas usan a la cultura, usan las relaciones humanas, los procesos de representación para moverse. En particular me interesan mucho las plantas que migran por razones estéticas. Plantas que se llevan porque son muy bellas, como las decorativas, que llegan a otro sistema y que se convierten en plantas invasoras. La migración parece estar unida a una idea de precariedad y así vemos las plantas, precarias, débiles, pero creo que detrás de la idea de poder migrar, permanecer, residir en otro lugar hay una señal de esa capacidad de instalación que tienen, porque las plantas son sumamente adaptables, son flexibles y eso es lo que ha permitido a la investigación neurobiológica discutir la posibilidad de que tengan algún tipo de conciencia, de subjetividad, y que sean capaces de sentir.
P. Cuenta en el libro esta historia preciosa del herbario de una Emily Dickinson. Y hace referencia a una obra que señala que por lo menos un tercio de los poemas de la escritora están relacionados con el misterio de las flores. Destruimos la naturaleza y al mismo tiempo nos ha apasionado.
R. Hay una idea que no es muy cómoda: Al igual que la industria, el arte y la literatura se han comportado frente a la naturaleza de manera extractiva, porque las plantas nos aportan los mejores elementos simbólicos para entender muchas cosas de nosotros mismos. Piensa cuántos autores clásicos de la Filosofía han usado la metáfora del árbol, del florecimiento, de la raíz. Pero pese a esa presencia simbólica no hemos aceptado el lugar que tienen a nuestro lado. Hay obras que han ido mucho más allá de esa idea de que las plantas son un símbolo o que hacen parte del decorado, como lo ha hecho Emily Dickinson. En el ensayo y la poesía es donde más se ha desarrollado la posibilidad de que el ser humano sea como una planta o camine en compañía de las plantas.
P. ¿Cómo debe ser nuestra relación con las plantas?
R. Necesitamos deponer todos los prejuicios que tenemos con ellas. Debemos estudiarlas, conocerlas y caminar con ellas, aprender de sus ritmos, entender que sus dinámicas son mucho más útiles para comprender lo que deberíamos hacer. Debemos aprender de ellas un modelo de relación con lo existente.
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Pregunta. “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo”, escribió el poeta. Usted afirma en su libro que quizá toda planta habla un lenguaje que no entendemos. ¿Hemos despreciado los humanos el mundo vegetal?
Respuesta. Sí. Hay un desprecio que vemos en la actitud antropocéntrica que tenemos y parece que hacia las plantas y hacia los hongos se expresara de una manera más fuerte. Creo que hemos pensado que estamos más cerca de los animales y la ceguera hacia lo vegetal es más grande.
P. ¿Cuáles son la razones de ese desprecio?
R. Puede ser la perspectiva esa popular de que las plantas no se mueven. El paradigma antropocéntrico y zoocéntrico valora la idea convencional de movimiento, de desplazamiento. Parecería que estar atado a un lugar, como aparentemente están las plantas, significa tener una especie de minoría de edad.
P. Habla también de resiliencia. Los árboles sobrevivientes al horror de Hiroshima, por ejemplo. Aquí en México hay un árbol de Tule que tiene más de 4.000 años de existencia. Es fascinante pensar todo lo que ha visto pasar ese árbol. ¿Qué nos enseñan las plantas?
R. Lo primero que hay que asumir es que realmente ese árbol ha visto. Tiene unos elementos perceptivos muy fuertes y una gran sensibilidad y es probable, sin que lo sepamos todavía, que tengan algún tipo de posibilidad de conservación de muchas de las cosas que han visto. Las plantas nos enseñan a resistir, a permanecer, a habitar la tierra mejorándola, a vivir en ella sin arrasarla. Además de muchas otras cosas que nos enseñaron, porque las inventaron, como la respiración, la reproducción sexual, inventan la belleza. Las plantas marcan un camino existencial, definen cuál podría ser una ruta para el futuro. Hay que verlas y seguirlas, porque ellas saben probablemente a dónde hay que ir.
P. Está también la violencia. Hemos demonizado plantas como la amapola. Esto en su país ha dejado una historia de horror y muerte. Es una muestra de cómo los humanos podemos transformar algo hermoso en una pesadilla.
R. Lo que veo en el caso de algunas plantas es que vienen a potenciar, de buena y mala manera, muchas de las capacidades que tenemos lo humanos. Me interesa en particular la simbología que negativiza lo vegetal. La idea de plantas malas, la idea de maleza, de cultivo ilícito, me parece muy interesante para entender esa relación problemática que podemos tener con el entorno. Hay plantas que en Colombia se han considerado malditas, que están demonizadas y que exponen muy bien nuestra incapacidad para hacer nos daño nosotros mismos de muchas maneras.
P. Este libro habla sobre trasplantes. Plantas para nosotros exóticas han venido a América a saber bajo qué viaje de locura y otras nuestras han sido trasladas a Europa. Menciona la historia de la piña, que deslumbró a Fernández de Oviedo. Puede ser también una metáfora de nuestro mundo actual, un mundo de migración y al mismo tiempo de asombro y temor al otro.
R. Esa condición de movilidad que tienen las plantas es muy interesante. Lo que intenta hacer el libro es explicar que las plantas usan a la cultura, usan las relaciones humanas, los procesos de representación para moverse. En particular me interesan mucho las plantas que migran por razones estéticas. Plantas que se llevan porque son muy bellas, como las decorativas, que llegan a otro sistema y que se convierten en plantas invasoras. La migración parece estar unida a una idea de precariedad y así vemos las plantas, precarias, débiles, pero creo que detrás de la idea de poder migrar, permanecer, residir en otro lugar hay una señal de esa capacidad de instalación que tienen, porque las plantas son sumamente adaptables, son flexibles y eso es lo que ha permitido a la investigación neurobiológica discutir la posibilidad de que tengan algún tipo de conciencia, de subjetividad, y que sean capaces de sentir.
P. Cuenta en el libro esta historia preciosa del herbario de una Emily Dickinson. Y hace referencia a una obra que señala que por lo menos un tercio de los poemas de la escritora están relacionados con el misterio de las flores. Destruimos la naturaleza y al mismo tiempo nos ha apasionado.
R. Hay una idea que no es muy cómoda: Al igual que la industria, el arte y la literatura se han comportado frente a la naturaleza de manera extractiva, porque las plantas nos aportan los mejores elementos simbólicos para entender muchas cosas de nosotros mismos. Piensa cuántos autores clásicos de la Filosofía han usado la metáfora del árbol, del florecimiento, de la raíz. Pero pese a esa presencia simbólica no hemos aceptado el lugar que tienen a nuestro lado. Hay obras que han ido mucho más allá de esa idea de que las plantas son un símbolo o que hacen parte del decorado, como lo ha hecho Emily Dickinson. En el ensayo y la poesía es donde más se ha desarrollado la posibilidad de que el ser humano sea como una planta o camine en compañía de las plantas.
P. ¿Cómo debe ser nuestra relación con las plantas?
R. Necesitamos deponer todos los prejuicios que tenemos con ellas. Debemos estudiarlas, conocerlas y caminar con ellas, aprender de sus ritmos, entender que sus dinámicas son mucho más útiles para comprender lo que deberíamos hacer. Debemos aprender de ellas un modelo de relación con lo existente.
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