Rory_Hermiston
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HACE unos días reflexionaba sobre cómo en mi juventud diferenciaba la forma en la que mis padres se referían a los suyos y como yo me refería a los míos. Ellos decían madre y padre y cuando les dirigían la palabra usaban usted, mientras que yo a los míos los llamaba mamá y papá y además los tuteaba.Esto me ha llevado a pensar en el pueblo judío. Leyendo el Antiguo Testamento, vemos cómo los israelitas ni siquiera se atreven a mencionar el nombre de Dios. En el siglo VIII-VII a. C. ya usan el tetragrama sagrado YWHW, que es impronunciable al no contener vocal alguna, con el objeto de ni siquiera poder mencionar el nombre de Dios. Más de cinco mil veces aparece este tetragrama en toda la Biblia, de manera especial en el Pentateuco, aunque no solo, también se cita en otros libros. Del tetragrama sagrado se pasa, mediante la inclusión en el mismo de dos vocales, al término YaHWeH (Yahvé), que ha llegado a nuestros días como la forma que tenía el pueblo hebreo de referirse a Dios. Más adelante, con la influencia griega y en los siglos II-I a.C. cuando quieren hablar de YWHW lo citan como Adonai, Señor, o Elohim, Dios, de manera que aluden a él, pero sin nombrarlo. Los griegos y romanos no entendían la deidad como lo hacía el pueblo israelita -Dios único y creador de todo-, razón por la cual los judíos adoptan esta forma grecorromana de nombrar la deidad, pero señalando a su Dios, no como uno entre otros dioses, sino como Dios único, fuera del cual no hay otro.En el Nuevo Testamento no aparece el término Yahvé, siendo sustituido por Kyrios, que el pueblo entiende como maestro y dueño, y señor, tanto de vivos como de muertos: «Para eso murió y resucitó Cristo, para ser Señor de vivos y muertos». (Cf. Rom 14,9) Con la llegada de Jesús de Nazaret, a quien el pueblo judío reconoce como maestro al oír sus enseñanzas y ver sus milagros, esto cambia radicalmente; lo vemos especialmente en el evangelio de Mateo, cuando el Maestro recomienda dirigirse al Padre de la siguiente manera: «Vosotros orad así: Padre nuestro, que estás en el cielo…» (Cf. Mt 6, 9) Sin embargo, las sectas judías: fariseos, esenios, saduceos y zelotes no reconocen a Jesús como Mesías y, en consecuencia, no admiten su filiación divina, por lo cual, la manera de Jesús de llamar a Dios, la consideran una blasfemia, ya que no solo lo nombra, sino que habla de él con familiaridad, con confianza. Lo llama Abba, que es la manera en la que cualquier niño judío de la época, se dirigía a su padre. Equivale a nuestro actual papá. No ya padre, sino papá. Seguramente, como otros muchos niños, que usarían Abba e Imma, para llamar en la intimidad familiar a su padre y a su madre. Casi con seguridad Jesús llamaría de esta manera a María y a José. Además de acusarlo de blasfemo, cada una de estas sectas tiene contra Jesús otras razones para no verlo, digamos, como «santo de su devoción»: los fariseos han oído como los llama hipócritas, por imponer sus leyes a los demás sin cumplirlas ellos: «Jesús se dio cuenta de su mala intención y les dijo: ¿Por qué me ponéis a prueba, hipócritas?» (Cf. Mt 22,18); los saduceos, siguen la Torá de manera literal sin creer en la resurrección del cuerpo ni en la inmortalidad del alma y, en consecuencia, buscan perder al Maestro: «Los fariseos y saduceos se acercaron a Jesús con la intención de tenderle una trampa…» (Cf. Mt 16,1); los esenios, no viven en sociedad, son sectarios y místicos; los zelotes, son violentos y solo buscan rebelar al pueblo contra los romanos. A todos ellos Jesús les corrige sus erróneas doctrinas y los invita a convertirse. Y resucitado Jesús, sus seguidores los Apóstoles, también son perseguidos heredando la saña de los dirigentes judíos: «Entonces, el sumo sacerdote y todos los de su partido, es decir, el grupo de los saduceos, llenos de rabia prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública». (Cf. Hch 5,17)Ante una sociedad, la judía, así constituida, quisiera poder imaginarme a los que le escuchaban, preguntándose por este cambio radical en la visión del judaísmo. Igual lo interpretaban como una osadía, una salida de tono. Un atrevimiento que lo alejaba del judaísmo ortodoxo. Sin embargo, a mí, como cristiano y con la perspectiva del evangelio vivido desde mi niñez, me parece una delicia. Una ternura radiante de amor filial. Hay que saberse muy «hijo» para llamar así al «padre». Poder saborear de esta manera el amor filial de Dios es una auténtica gozada. Y ya solo me queda dar gracias. Gracias Jesús por tus palabras y por tus obras. Gracias por mostrarnos al Padre, como lo has hecho, como papá.SOBRE EL AUTOR Antonio miquel Licenciado en Ciencias Religiosas de la Universidad Pontificia de Comillas
Antonio Miquel: Dios y Padre
Hay que saberse muy «hijo» para llamar así al «padre». Poder saborear de esta manera el amor filial de Dios es una auténtica gozada
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