Rachel_Emmerich
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MAÑANA se cumplen diez años del fallecimiento de una de las personalidades más preclaras y conspicuas que haya conocido Sevilla en el siglo XX: María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y de Silva. La popular duquesa de Alba para los españoles, en Sevilla, sin embargo, era simplemente doña Cayetana. Albergando más títulos nobiliarios que nadie, entre otros el ser catorce veces Grande de España, se ufanaba por encima de todos del título de «sevillana». Su gran pasión era Sevilla, ciudad que amaba hasta el extremo, ciudad que le robó el corazón para siempre. Soñaba con la Giralda aun sin correr por su sangre las aguas del Guadalquivir. En Sevilla, la insigne noble llegó a entender la verdadera libertad, aquí era ella. Se convirtió en un auténtico verso suelto que, a su aire y por libre, entonando sin desentonar dentro de las refinadas formas sociales, antepuso su personalidad a la alcurnia más solemne de sus apellidos. Una mujer que lo fio todo a Sevilla, su amor primero y último, el alfa y omega de su existencia. A Sevilla entregó su alma, vida y corazón, implicándose en destacadas obras sociales y solidarias. Los jardines de su palacio fueron testigos en primera persona de las formas de vida de una mujer desatada de nudos nobiliarios y convencionalismo protocolarios dignos de su alto estatus. Entre este y su corazón, doña Cayetana eligió lo segundo, abrazando completamente y desde sus sentimientos más profundos, las costumbres, fiestas, tradiciones y ritos hispalenses con la naturalidad más cercana y espontánea de su innata personalidad. En las Dueñas y entre machadianos rumores de fuentes, la duquesa de Alba se impregnó de días azules, huertos claros y limoneros. Allí descubrió que verdaderamente Sevilla tenía un color especial. Allí conoció la luz deslumbrante, la luz acrisolada, la luz anhelada… esa luz que al llegar la primavera venía cada año pidiendo la venia para abrirle paso a la gran procesión de la fe. En las Dueñas y antes su querida Hermandad de Los Gitanos, doña Cayetana asistía cada Madrugá a la sublimación más bella de la fiesta de la Resurrección. Allí asistía embelesada, al igual que hacía cada Jueves Santo ante el paso de palio de Nuestra Señora del Rosario de la Hermandad de Montesión, a la singular explosión de arte y devoción de la Tierra de María Santísima. En las Dueñas comprendió que en Sevilla lo infinito se convierte en finito. Hermana de la Hermandad del Gran Poder y Camarera de Honor de la Esperanza Macarena, en Sevilla entendió que al llegar Semana Santa, el ser y el parecer vienen a parecer lo mismo, llegando por momentos a confundirse.Trascendiendo los propios límites de su vida cotidiana, la egregia aristócrata era habitual en las manifestaciones populares más importantes de la ciudad, de forma especial la Semana Santa y la Feria de Abril, siendo igualmente destacable su especial relación con la devoción a la Santísima Virgen del Rocío. Al mismo tiempo, mantuvo notables vínculos tanto con el mundo del flamenco, como con la tauromaquia. A ambos estuvo estrechamente apegada habida cuenta de los profundos lazos de amistad que mantuvo con reconocidos artistas e importantes toreros. Su presencia en el graderío de la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, impecablemente vestida de mantilla, no solo fue constante y habitual, sino que sirvió para respaldar institucionalmente una fiesta popular enraizada, como manifestación artística, tanto en la historia de España en general, como en el acervo cultural del pueblo andaluz en particular. Hace ahora diez años que Sevilla perdió a una de sus grandes anfitrionas, probablemente su principal embajadora, aquella que hizo bandera por el mundo entero de la ciudad a la que amaba. Pese a ello, en el imaginario colectivo hispalense permanece intacto su recuerdo, como patrimonio inmaterial de la ciudad. Hoy día, Sevilla honra y perpetúa monumentalmente su indeleble memoria con la escultura que, ejecutada por Sebastián Santos Calero en el año 2011, erigió el Ayuntamiento de Sevilla en los Jardines de Cristina frente al Palacio de San Telmo. Diez años ya sin la duquesa que visitaba los Sagrarios. Diez años sin la mujer que poseyó más títulos que ningún otro noble en el mundo, y que pese a ello se paseaba a caballo por el Real de la Feria, se arrancaba por sevillanas y vestía de gitana con mantones de manila. Diez años ya sin una noble que no eligió donde nacer, pero sí donde morir. Diez años sin doña Cayetana.SOBRE EL AUTOR PABLO BORRALLO Doctor en Historia
Pablo Borrallo: Diez años sin doña Cayetana
Hace ahora diez años que Sevilla perdió a una de sus grandes anfitrionas, probablemente su principal embajadora, aquella que hizo bandera por el mundo entero de la ciudad a la que amaba
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