collin70
Member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 53
A solo cinco kilos de los 600 el primero para rejoneo de Los Espartales. Grandón, una mole de carne, pero que dio un juego perfecto para el toreo a caballo. Son de calidad, entrega, incansable, cómodo también. Todo fueron virtudes en un toro que dejó a Diego Ventura estar a gusto y encontrar terreno abonado en cualquier sitio del ruedo. Las farpas al cambio, las banderillas al quiebro, las cortas sin solución de continuidad y un rejón de muerte certero, fulminante, resumen una actuación impecable. Este toro lo lidió Ventura a lomos de Guadalquivir, Nómada, Lío y Guadiana.
Sin tener el fuelle y la calidad del primero, el cuarto también desarrolló virtudes. Entregado al caballo, noble, sin apretar nunca, dejó a Ventura campar a sus anchas. Esta vez montó a Guadalquivir, Fabuloso, Hatillo y Guadiana, repartiendo tareas en los distintos tercios: farpas, banderillas y muerte. Tras una banderilla, el toro se derrumbó y pareció que la fiesta tocaba a su fin. Pero no. Se levantó el toro y mantuvo su vocación de embestir sin condiciones. A la hora de clavar o cuando jugaba con el caballo a eso que llaman templar a dos pistas, Ventura volvió a encantar al respetable. Tanto en un toro como en otro, la precisión a la hora de clavar fue un hecho. Y en este cuarto, otra rejonazo de efecto fulminante.
El primero de Fernando Adrián fue un toro de dos caras: de mansedumbre contrastada en varas y de entrega total en la muleta. Tuvo mucho aire en banderillas, alegre, y para la muleta fue toro de incansable embestida. De rodillas, sin calentamiento previo, lo recibió Adrián con un par de pases cambiados en el mismo platillo. Vistas las condiciones del toro, el madrileño le sacó todo el partido posible sobre el pitón derecho, el más franco y entregado. Un intento sobre la izquierda no salió como se esperaba y la muleta volvió a la diestra de Adrián. La faena volvió a crecer, siempre a través del toreo fundamental, en redondo sobre la derecha, hasta las manoletinas finales, de frente y logradas con limpieza. Un estoconazo con derrame fue el remate a una buena labor.
No tuvo una condición agradable el quinto, aunque sí cierto estilo en varas, empujó y a punto estuvo de descabalgar a José Antonio Barroso, que aguantó para mantener el equilibrio y salir airoso del apuro. Deslucido, punteando al aire a la salida del muletazo, el toro no se entregó nunca. Adrián abrió el abanico del valor seco, sin galería, sobrio y centrado, pero poco más. Una faena también seguida por la música sin que viniera a cuento; otra sinrazón. Se justificó Adrián. Una estocada hábil acabó con un capítulo incoloro.
Intentos sobre intentos, dudas sobre dudas y pocas ideas claras de Juan Ortega al tercero. Toro cumplidor en varas, al que le recetaron dos puyazos sin misericordia. Ortega, perdiendo pasos por costumbre, rectificando siempre, y detalles sin que nunca cuajaran de verdad. Espejismos que parte de la gente se tragó... pero no todo el mundo. El de Núñez del Cuvillo, sin gracia alguna. Y la música dale que te pego, sin que nadie la hubiera reclamado.
En el sexto llegó el escándalo, o medio escándalo. Un bonito toro de capa melocotón, que fue todo un ejemplo de toro manso y descastado. El primer tercio se convirtió en una capea, en la que ningún lidiador era capaz de sujetar un toro que campaba a su capricho. En varas se pasó de caballo en caballo, sin quedarse con ninguno, pero cuando el de turno o el de la puerta lo cogían de pleno, lo machacaban con la pica. Una lidia absurda, sin orden ni concierto. Ortega tomó la muleta para acabar pronto con escena tan desdichada. Por la cara, a la defensiva y desconfiado. Con la espada, lamentable. Un espectáculo para el olvido. O para tomar nota.
Seguir leyendo
Sin tener el fuelle y la calidad del primero, el cuarto también desarrolló virtudes. Entregado al caballo, noble, sin apretar nunca, dejó a Ventura campar a sus anchas. Esta vez montó a Guadalquivir, Fabuloso, Hatillo y Guadiana, repartiendo tareas en los distintos tercios: farpas, banderillas y muerte. Tras una banderilla, el toro se derrumbó y pareció que la fiesta tocaba a su fin. Pero no. Se levantó el toro y mantuvo su vocación de embestir sin condiciones. A la hora de clavar o cuando jugaba con el caballo a eso que llaman templar a dos pistas, Ventura volvió a encantar al respetable. Tanto en un toro como en otro, la precisión a la hora de clavar fue un hecho. Y en este cuarto, otra rejonazo de efecto fulminante.
El primero de Fernando Adrián fue un toro de dos caras: de mansedumbre contrastada en varas y de entrega total en la muleta. Tuvo mucho aire en banderillas, alegre, y para la muleta fue toro de incansable embestida. De rodillas, sin calentamiento previo, lo recibió Adrián con un par de pases cambiados en el mismo platillo. Vistas las condiciones del toro, el madrileño le sacó todo el partido posible sobre el pitón derecho, el más franco y entregado. Un intento sobre la izquierda no salió como se esperaba y la muleta volvió a la diestra de Adrián. La faena volvió a crecer, siempre a través del toreo fundamental, en redondo sobre la derecha, hasta las manoletinas finales, de frente y logradas con limpieza. Un estoconazo con derrame fue el remate a una buena labor.
No tuvo una condición agradable el quinto, aunque sí cierto estilo en varas, empujó y a punto estuvo de descabalgar a José Antonio Barroso, que aguantó para mantener el equilibrio y salir airoso del apuro. Deslucido, punteando al aire a la salida del muletazo, el toro no se entregó nunca. Adrián abrió el abanico del valor seco, sin galería, sobrio y centrado, pero poco más. Una faena también seguida por la música sin que viniera a cuento; otra sinrazón. Se justificó Adrián. Una estocada hábil acabó con un capítulo incoloro.
Intentos sobre intentos, dudas sobre dudas y pocas ideas claras de Juan Ortega al tercero. Toro cumplidor en varas, al que le recetaron dos puyazos sin misericordia. Ortega, perdiendo pasos por costumbre, rectificando siempre, y detalles sin que nunca cuajaran de verdad. Espejismos que parte de la gente se tragó... pero no todo el mundo. El de Núñez del Cuvillo, sin gracia alguna. Y la música dale que te pego, sin que nadie la hubiera reclamado.
En el sexto llegó el escándalo, o medio escándalo. Un bonito toro de capa melocotón, que fue todo un ejemplo de toro manso y descastado. El primer tercio se convirtió en una capea, en la que ningún lidiador era capaz de sujetar un toro que campaba a su capricho. En varas se pasó de caballo en caballo, sin quedarse con ninguno, pero cuando el de turno o el de la puerta lo cogían de pleno, lo machacaban con la pica. Una lidia absurda, sin orden ni concierto. Ortega tomó la muleta para acabar pronto con escena tan desdichada. Por la cara, a la defensiva y desconfiado. Con la espada, lamentable. Un espectáculo para el olvido. O para tomar nota.
Seguir leyendo
Diego Ventura y Fernando Adrián salvan a medias la tarde
Corrida descastada de Núñez del Cuvillo ante la que Juan Ortega se mostró como un torero sin alma
elpais.com