‘Dialogando con la vida’: la pandemia que resquebrajó la intensidad adolescente

Dario_Pfeffer

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Una parte de la adolescencia demasiado amplia se está ahogando en su propia herida en un mundo pospandémico. Durante un tiempo clave de su existencia, la intensidad consustancial a la edad no pudo desplegarse hacia fuera y se desbordó hacia dentro. Las consecuencias están ahí y son incalculables: el extravío; con sus mentes, con sus cuerpos.

Christophe Honoré, reputado director francés de 53 años, con películas mejores y peores, pero siempre vibrantes en su dolor (recuperen Vivir deprisa, amar despacio), ha querido recordar en Dialogando con la vida su propia adolescencia, un momento clave de su vida familiar, emocional, sentimental y sexual, en el que además vio morir a su padre. Sin embargo, no por casualidad, la ha ambientado en los largos meses de salida de la pandemia, cuando esos chavales encerrados durante meses, pero aún con mascarillas y restricciones (por ejemplo, en el internado y en el instituto donde vive y recibe clase el protagonista), comenzaron a tomar viento fresco. Y ahí, el mortal accidente del padre, al que interpreta el propio Honoré, agudiza su estado de excitación: el natural, por la edad; y el provocado, tanto por la pandemia (aunque nunca se cite expresamente) como por la tragedia familiar.

Sus ideas le dan miedo y lo que piensa le parece una amenaza. Angustia juvenil. Augurios de muerte. Explosiones de dolor y de rabia. Y Honoré lo muestra desde una doble vertiente: la realista y la poética. Siguiendo una línea que parte de Ingmar Bergman, sobre todo en Los comulgantes, y desemboca en François Truffaut, principalmente en Las dos inglesas y el amor, Honoré coloca delante de la cámara a su criatura protagonista, de 17 años, con un fondo anodino de estudio fotográfico. El chico mira al objetivo y teoriza, explica y expulsa lo que le ocurre con sucesivos parlamentos de elaborada escritura. Un diario hablado y mirado que podría ser el de toda una generación. Y al lado del chaval, en una incompresible vida que se desborda, una madre afligida que lo trata como el niño que ya no es, y un complicado hermano mayor que lo trata como el hombre que aún no es.

Película que experimenta con las formas, con la narración y con el tono (que va de un extremo al otro, del éxtasis al hundimiento, con singularidad adolescente), Dialogando con la vida está lejos del piloto automático de cierto cine social europeo, reiterativo y autocomplaciente con sus métodos de cotidianidad realista a machamartillo. Honoré juega con las músicas, con la banda sonora de Yoshihiro Hanno, envolvente, afilada, a veces disonante, y con una canción de Orchestral Manoeuvres in the Dark (Electricity), clave por su entusiasmo. Y es ambiciosa como pocas, pues añade un toque político con una conversación en torno a François Hollande, Éric Zemmour y la ultraderecha, y un par de secuencias de atrevido sexo explícito homosexual, que encajan a la perfección en un conjunto muy de su tiempo, el nuestro.

El proceso de autodestrucción del joven, con dudas espirituales y citas de sexo rápido y furtivo, es el vivo retrato de la confusión. El suyo y el de tantos otros. Obra amarga sobre un tiempo sombrío, en el que la intensidad y el miedo van de la mano, Dialogando con la vida es atroz, pero, al mismo tiempo, esperanzadora. ¿Desconcertante? Por supuesto, cómo no va a ser desconcertante un relato lacerante sobre la desorientación juvenil.

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