Despolitizar España

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27 Sep 2024
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Últimamente ha adquirido mucho prestigio la noción de que «todo es político», de que todas las decisiones, incluso las personales, son políticas, y, si no lo son, están faltas de compromiso cívico. Esa es una idea fuertemente arraigada en el pensamiento de bastante gente, que además tolera muy mal que otros opinemos de manera diferente. Más de un disgusto me ha costado defender que no me siento especialmente identificado por lo político y que desde luego ni soy ni quiero ser un hombre político las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana.«La disposición y obligación con respecto a lo social es una de nuestras disposiciones y obligaciones, importante, pero no la única, ni la máxima», escribió Hermann Hesse, que añadió lo siguiente: «Yo tengo amigos que en política profesan ideas contrarias a las mías; y entre los que piensan como yo, hay bastantes a los que no puedo tomar en serio». A mí me pasa lo mismo. Me siento muchas veces más cercano de personas con convicciones muy distantes a las mías que de otras más afines ideológicamente.En realidad, quienes me producen mayor rechazo son aquellos que ponen su adscripción política por encima de todo lo demás. Cuando hablo con ellos, me doy cuenta de que han perdido literalmente la capacidad de juicio, pues no juzgan por los hechos, sino que prejuzgan por sus ideas inamovibles. Pero lo peor de este tipo de personas es que rechazan que la ideología pueda resultarnos a otros algo relativamente secundario. Creen que lo político es lo que nos define esencialmente y, aunque no lo confiesan abiertamente, asumen la perspectiva de que nuestras ideas sobre lo público nos hacen, per se, culpables o inocentes. Sin embargo, nuestras opiniones políticas no son el cien por cien de lo que somos ni siquiera tienen por qué representar lo mejor (o lo peor) de nuestra condición. Lo mejor (y lo peor) de lo que somos viene dado por nuestras acciones concretas en nuestro entorno inmediato. De modo que podemos tener unos ideales maravillosos y ser unos perfectos indeseables, y al revés. Es el comportamiento, y no nuestras utopías sociales, lo que nos salva o nos condena. La vida pública se empieza a mejorar desde la privada. Eso ni lo entienden ni lo asumen los sempiternamente politizados, que miran por encima del hombro a los tibios, aunque en realidad suelen acumular motivos, no para perdonar la vida, sino para hacérsela perdonar. Con las reacciones a la tragedia valenciana se ha vuelto a poner de manifiesto. La gente más valiosa socialmente es la más despolitizada, mientras que la más prescindible e indigna es aquella que, aunque se caiga el mundo, no conoce otra respuesta que envolverse en su bandera. Ojalá esta trágica experiencia nos sirva al menos para darnos cuenta de eso. Para comprender que necesitamos buena gente y buenas obras, y no sectarios encerrados en la burbuja de sus convicciones políticas. Despolitizar España es higiénico y comienza a ser urgente.

 

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