kiera.veum
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Sus deditos diminutos no sabían cómo agarrar el lapicero con la firmeza suficiente para hacer un trazo medianamente recto. Llevaba semanas intentándolo a solas. Al llegar a casa después del colegio, se cogía el bocata que le habían dejado hecho y que siempre le daba la bienvenida en la mesa de la cocina. Tras reponer fuerzas, abría su mochila y se sentaba en la mesa delante de la plana del día. Con una tenacidad inusual en alguien tan pequeño, Lucía no se daba por rendida y cada día se enfrentaba a una fila nueva de letras. Esta vez tocaban la f, la g, y la h, todas ellas encajonadas en unos reglones de los que costaba un mundo no salirse. Sus padres ni siquiera se habían percatado de los titánicos esfuerzos de su benjamina por escalar un peldaño más en la escalera interminable del aprendizaje. Atrapados entre pantallas, apenas dedicaban tiempo a otros menesteres que no fueran los inherentes al trabajo y a la organización diaria. Sabían desplegar los recursos necesarios para no olvidarse de las fechas de los cumpleaños, aniversarios o citas médicas, pero no había tiempo para detenerse a observar y simplemente hablar en familia. Y en ese despiste continuo, se perdieron el instante preciso en el que aquella niña escribía orgullosa sus primeras letras en soledad.Despistes imperdonables que vamos acumulando en nuestro día a día y que a veces pueden tener una factura de coste extremo. En estos últimos días se han producido varias noticias con un ingrediente en común: la falta de atención en lo verdaderamente importante. Aquel camionero que dijo no haber visto el control dispuestos en la autovía y acabó llevándose por delante seis vidas. No había alcohol en su sangre, pero sí un móvil reproduciendo una serie de TV que no debía acompañar en ningún caso a un conductor al volante. También un despiste parece que pudo estar detrás del trágico accidente vivido en la Ruta de la Plata este pasado fin de semana. Y hasta prefiero calificar de despiste, en lugar de temeraria ineptitud –hoy me siento bondadosa–, la conducta de ese presidente que en lugar de estar al frente de una emergencia nacional, vivía las primeras horas de una catástrofe a resguardo en el reservado de un restaurante, departiendo sobre sus cositas.Los despistes son errores fatales, al fin y al cabo, porque apenas dejan margen a la rectificación. Aquellos padres nunca podrán ser testigos de un momento único en la vida de su hija a pesar de haber estado a escasos metros de ella; esos conductores no pueden devolver las vidas que sus acciones destruyeron. Y aquel presidente despistado tiene imposible ganarse la confianza de las miles de personas que salieron a protestar a la calle y sólo le queda el camino de dignificarse; vamos, marcharse.
Silvia Tubio: Despistes imperdonables
Son errores fatales, al fin y al cabo, porque apenas dejan margen a la rectificación
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