Despiporre cabalgatero

Mary_Lemke

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El alcalde tuvo una magnífica oportunidad el año pasado para acabar con el despiporre cabalgatero que, como tantas cosas últimamente, se le ha ido a Sevilla de las manos. Que cada barrio organice sus cabalgatas de reyes, con el apoyo del distrito municipal correspondiente, o que se preste cobertura municipal a decenas de cortejos de heraldos y a otros tantos carteros reales de asociaciones, cofradías, empresas, comunidades y fraternidades durante la Navidad describe muy bien el alma de la ciudad desorbitada, descompensada, desmedida, desordenada, desmadrada, atomizada. Alguien debería poner un poco de cordura a esta inflación de cortejos vinculados a la fiesta de la Epifanía, que hicimos fiesta mayor de la ciudad y cuyo adjetivo hemos malentendido. Bastante tenemos con la competencia de las modas importadas que nos quieren meter a Papa Noel por la chimenea que no tenemos, como para pervertir lo que significa la llegada de los Reyes Magos y convertirlo en una vulgar mascarada adulta y adulterada. Dirán que se hace por los niños, por los que viven en barrios alejados del centro, con la mejor intención, pero hay una veleidad común a todas estas convocatorias: Feliz vanidad. Desde los promotores al político de turno. En realidad, es propio de esta ciudad narcisista vivir de ilusiones y disfrutar de las vísperas más que de la celebraciones que preceden. En la sencillez de los años sepia sólo había una cabalgata. Sin móviles, con una tele en blanco y negro, los niños –y nuestros padres– lo teníamos más fácil. Ni siquiera existía el Heraldo, un invento del Ateneo que triunfó –como todo lo que lleva cornetas y tambores– y ahora se ha multiplicado hasta el aborrecimiento. El Corte Inglés nos traía el Cartero Real y los pajes se buscaban la vida en las esquinas de los principales comercios ofreciendo una foto a los niños mellados que echaban sus cartas al buzón de cartón dorado como parte del negocio. ¿De dónde sacaron aquellos reyes tantas monedas de oro que nos hicieron felices? Cómo sería si todo el esfuerzo personal y económico de esa Sevilla pequeñita se volcara en la Cabalgata única de Sevilla, una de las más antiguas, para engrandecerla y asegurarle un futuro en el que Ateneo esté siempre bien acompañado. Pero preferimos esa Sevilla de los reinos diminutos. Con tanto carbón como recibimos todo el año, para este 2025 que hoy recibimos deberíamos pedir una Sevilla unida para emprender grandes proyectos, una Sevilla unida decidida a que las ilusiones prosperen más allá del espacio de los deseos. No sé si es pedir mucho, pero vista nuestra cruda realidad contemporánea, me temo que una carta con tal propósito solo puede tener hoy como destinatario a los Reyes Magos. Los de toda la vida, capaces de hacer milagros en la adversidad.

 

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