Despedidas y despidos en TVE

sconroy

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La televisión son los autores. Los que se ven, pero también los que no se ven. Pero se sienten. Porque la televisión es como una gran fábrica en la que cada uno pone una pieza. Y dependiendo de la creatividad con la que se encajen las piezas se transmitirá más. O menos.

Televisión Española ha sido el motor de nuestra televisión. Por primera, por pública, por estatal. Nació en una dictadura, pero desde sus entrañas empezó la revolución cultural a través de la manera de contar historias. Algunas veces con descaro, otras con inconsciencia. Muchas, entre líneas. Cada generación ha quedado radiografiada en TVE por las miradas que han trabajado o han aparecido en TVE, tan plurales como la sociedad misma.

Sin embargo, no suelen trascender sus nombres. Con lo importante que es el contexto de los nombres propios para entender mejor cómo hemos llegado hasta aquí. En estos meses, se han jubilado de RTVE realizadores como Miguel Rosillo, José Miguel Aguado o Marisa Paniagua al frente del control de tantos grandes programas, donde inevitablemente siempre destaca Un, dos, tres... responda otra vez. Chicho Ibáñez Serrador confió en ella. Y, para eso, había que ser Marisa Paniagua. Su forma de realizar modernizó la veteranía del gran maestro de la televisión.

Porque somos fruto del intercambio generacional. Sin memoria del bagaje de los que nos permitieron llegar hasta aquí estamos perdidos y repetimos mismos errores que debían estar superados. También estamos extraviados sin capacidad de entender a los jóvenes, que vienen con nuevas formas de hacer y nuevas sensibilidades de tratar.

Los grandes creadores de los medios de comunicación suelen ser genios por cabezotas y, a la vez, por su aptitud para escuchar la vida. En el equilibrio está el porvenir. Los años que más bandazos ha pegado TVE han sido justo cuando no ha logrado leer lo nuevo ni lo que históricamente la hizo única. O cuando tampoco se ha defendido aquello que atesora en casa. Tal vez porque son currantes que no gritan mucho en Twitter, no protagonizan portadas de revista o no han sido un fichaje millonario con la libertad para poder berrear cómo y cuándo quiera.

Hay un talento que no se puede medir en un examen de oposición con preguntas aleatorias de quiz show. Se trata de la experiencia del arte de contar la vida con la sensibilidad que conecta con la audiencia sin necesidad de hacer ruido. Así hemos visto estas semanas como, tras veinte años en TVE, han sido finiquitados los contratos de Paz Sufrategui y Sergio Catá. No son presentadores y no son conocidos en el estruendo de la viralidad -sí en reputación profesional del sector-, pero son el alma que ha sustentado la belleza y el prestigio de Versión Española. Más que un debate sobre cine, un esencial punto de encuentro de reflexiones que con el paso de los años cobran valor como documentación de nuestro cine, de nuestra cultura y, por tanto, de cómo somos como sociedad compartida.

Para realizar una estabilización laboral que obliga la Unión Europea, a veces se puede arrasar con la estabilidad intelectual demostrada durante años. Pero no se debería admitir como normal que los trabajadores sean simples números intercambiables. La televisión pública necesita conocer más sus nombres propios a cuidar y evitar convertirse en un centro emisor de programas que el espectador no sabe desde donde se emiten porque podrían emitirse desde cualquier cadena. Al final, los fichajes estelares siempre se irán allá donde haya más negocio, mientras que los trabajadores que se mantuvieron sacando brillo a la casa sin demasiada egolatría probablemente siempre acudan allá donde exista una historia que merece ser contada. Ser contada como solo una televisión con artesanos de la conciencia social sabe narrar.

 

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