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Manuel Jabois
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No hay antirracistas ni racistas en el Metropolitano, dijo Enrique Cerezo, el presidente del Atlético de Madrid, en la víspera, sino que hay una afición ordenada, así que una minoría (la misma minoría sórdida que en todas las aficiones, pero esta más acomodada y más justificada, cuando no mimada, por los dirigentes de su club con luminosas adversativas y frases como las de Cerezo) se puso a ordenar la basura en el césped: mecheros, botellas, hasta una bolsa con restos que parecían de forraje. Y fue una lástima porque el ambiente del partido era extraordinario, el griterío ensordecedor, el tifo inicial todo un espectáculo, con récord de asistencia y una hostilidad vibrante, competitiva, hermosa, de cuchillo entre los dientes, contra el Real Madrid. Los ingredientes de un derbi en su esplendor moderno, la altísima tensión de una rivalidad histórica que hasta respetó, aleccionado por su entrenador y sus compañeros, Vinicius.
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Descomposición moral
Que los capitanes del Atleti fuesen a amansar a los encapuchados y los jugadores se dirigiesen a esa grada para agradecer su apoyo dice mucho del estado en el que se encuentra la relación del club con sus ultras bien ordenados.
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