Del ‘Mesias’ de Händel al ‘Oratorio’ de Bach: el triunfo del Barroco en la música para la Navidad

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Desde sus orígenes, la Navidad ha sido un tiempo de júbilo. La conmemoración del nacimiento de Jesucristo, coincidiendo con el final de un ciclo y el advenimiento de un nuevo año, ha originado grandes celebraciones. Y la música —popular en forma de villancicos y aguinaldos o culta adornando los ceremoniales religiosos— se ha hecho imprescindible. Todas las corrientes del cristianismo, católicos, luteranos, ortodoxos y las iglesias orientales, buscaron enriquecer y ornamentar con músicas y cantos los ritos que servían para rememorar el misterio del nacimiento de Cristo.

Entre el organum a cuatro voces, Viderunt omnes, compuesto por Perotín (diminutivo de Pierre, es decir Pedrín) para enriquecer la misa de Navidad en Notre Dame de París el 25 de diciembre de 1198 y el Oratorio de Navidad de Bach interpretado en Leipzig en las Navidades de 1734, hay un largo camino lleno de magníficas obras para la Navidad que han ido enriqueciendo el bagaje musical de nuestra historia.

Ya entre los romanos, antes del advenimiento del cristianismo, se celebraban profusamente estos días al conmemorar el final de un periodo y la apertura de otro nuevo, es decir, la llegada del solsticio de invierno y el comienzo de un nuevo ciclo anual que se abría con el mes consagrado a Jano, el dios de los dos rostros, enero, Januarius. Las fiestas romanas de las saturnales movían a grandes celebraciones y banquetes que concluían el 25 de diciembre con la salida del Sol Invictus, el sol del solsticio invernal que triunfa sobre la oscuridad. Como en tantas otras cuestiones, el cristianismo buscó asimilar estas festividades paganas transformándolas en cristianas, por lo que la Navidad, el nacimiento de Jesús, vino a coincidir con estas mismas fechas. A partir de entonces, y desde tiempos remotos, la música sirvió para acrecentar el esplendor de estas celebraciones.

Por ejemplo, con la canción medieval inglesa Lullay, Lullay. Als I lay on yoolis night en forma de canción de cuna que María entona para su hijo. O en los motetes y misas evocando los sucesos de la Navidad de autores como Morales, Palestrina, Praetorius o Monteverdi.

El Barroco fue quizá el periodo en el que se compusieron las obras más importantes para la Navidad. Y muchas de ellas surgieron en Roma, una ciudad en la que el papado, la nobleza y los cardenales competían entre sí por verse rodeados de los más excelentes músicos, poetas, pintores, escultores y arquitectos de toda Italia.

Una ciudad en la que alcanzó enorme reputación Arcangelo Corelli, protegido por Cristina de Suecia y por los cardenales Pamphili y Ottoboni, sucesivamente.

Una vista de la Basílica de San Pedro durante la misa de 'la Noche de Navidad' celebrada por el Papa Francisco.

Para este último mecenas, Corelli compuso numerosas obras. Una de ellas la convirtió en su célebre Concerto grosso op.6 n.º 8 Fatto per la notte di Natale. Un concierto que bien pudo ser el interpretado en una de las celebraciones con las que el Papa homenajeaba a sus cardenales en el Vaticano durante la Nochebuena. Se conserva el relato de uno de estos ágapes en el Palazzo Apostolico en el que, primero, se escuchó un concierto, probablemente el de Corelli y tras ello comenzó una espléndida cena ofrecida por el Pontífice. El cronista, que estaba junto a los cardenales Acquaviva y Tencin, relataba cómo este último, “… mientras devoraba un esturión con toda humildad y bebía como un templario…” recriminaba en tono tierno e hipócrita a otro invitado su falta de apetito. “Terminada la cena —concluye el cronista— los cardenales volvieron a ponerse sus hábitos eclesiásticos y se fueron a la Capilla Sixtina”.

La última gran composición dedicada a la Navidad en tiempos del Barroco fue el Oratorio de Navidad de Johann Sebastian Bach. En realidad, se trata de la unión de seis cantatas que Bach escribió para ser interpretadas durante las Navidades de 1734 en Leipzig a lo largo de seis días. Las tres primeras en los tres días de Navidad (25, 26 y 27), la cuarta el día de Año Nuevo, la quinta en el primer domingo del año, y la última y sexta estaba destinada a la festividad de la Epifanía, el día de Reyes.

Toda la obra en general discurre en la tonalidad de Re mayor, tonalidad brillante y festiva que además está vinculada a la realeza. Para reforzar aún más el carácter solemne y grandioso, Bach, en la primera, tercera y última cantata, refuerza la orquesta con timbales y tres trompetas, contrastando con la sinfonía inicial en estilo pastoral y ritmo de siciliana de la cantata dedicada a la anunciación a los pastores. La última cantata llena de energía, recrea la adoración de los Reyes Magos y concluye con un coral reforzado con toda la orquesta. Concluye así llena de júbilo la mayor contribución de Bach a la música para la Navidad.


Aunque resulte paradójico, la composición que más se interpreta en los días navideños no es una obra escrita para este periodo. De hecho, su estreno tuvo lugar en Dublín en primavera, el 13 de abril de 1742. Se trata de El Mesías de Georg Friedrich Händel. Una obra que relata la anunciación por parte de los profetas de la llegada del Mesías; el nacimiento, pasión y muerte de Jesucristo; su resurrección y ascensión a los cielos y la redención de la Humanidad por su sacrificio. Es decir, que excede en mucho el tema puramente navideño. Sin embargo, es la obra que más presencia tiene en la Navidad.

De hecho, puede que sea la composición más veces interpretada de todas cuantas se han creado. Desde su estreno hasta nuestros días se ha podido escuchar cada año en Londres y en muchos otros lugares. Además, El Mesías se convirtió en una obra recreada por los grandes maestros como Mozart, quien recuperó la partitura y realizó una interpretación en la línea que ya iba surgiendo, es decir, la de engrosar las partes con numerosos efectivos, reuniendo un coro formado por 275 cantantes y una orquesta de casi 250 instrumentistas.

Esta práctica iniciada por Mozart fue en aumento hasta niveles increíbles. Por ejemplo, con ocasión del centenario de la muerte de Händel, en 1859, en el gran festival conmemorativo, se interpretó El Mesías con un coro de 2.765 voces y 460 instrumentistas. Y el colmo fue el Aleluya que se pudo escuchar en Nueva York a finales del siglo XIX con 10.000 voces y una orquesta de 500 músicos.

Una de las más grandes creaciones de Händel que sin duda volverá a sonar en estos días por todo el planeta.

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