Del Loco al Mundo: el reverso cultural del tarot, mucho más que videntes y adivinación

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27 Sep 2024
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Es posible acercarse al tarot de muchas maneras. Por ejemplo, de tres. Hay quien acude a los tarotistas, en persona o con nocturnidad televisiva, para preguntarles por su futuro en la salud, el dinero y el amor. Hay quien utiliza la baraja como un modo de autoconocimiento o de creatividad, pasando la ambigüedad de la simbología por el filtro de la propia psique, no tanto para adivinar el futuro como para entender el presente. Y hay quien simplemente se acerca atraído por el bagaje estético, histórico o incluso científico que envuelve a estas cartas legendarias. Algunos productos culturales recientes ahondan en algunas de estas formas de fascinación tarotística: en el misterio y la belleza del Loco, del Diablo, del Colgado o del Arcano XIII, ese esqueleto sin nombre y con guadaña al que algunos llaman La Muerte.

El tarot se creó al norte de la Italia renacentista. “El imaginario procede de unos desfiles de carrozas, rodeadas de músicos y escenografías, que portaban lo que se llamaba triunfos, que eran representaciones alegóricas de las virtudes”, dice Pilar Soler, comisaria de la muestra La torre invertida. El tarot como forma y símbolo, en La Casa Encendida de Madrid, que explora sus relaciones con el arte contemporáneo. De hecho, en sus inicios era llamado baraja de triunfos, y de ahí vienen las cartas de la Templanza, la Justicia o la Fortaleza. A estas virtudes se unieron otros elementos, como las autoridades de la época, el Papa, la Papisa, el Rey o el Emperador, también arquetipos como el Loco, el Mago o el Mundo y abundante simbología astrológica y neoplatónica.

El tarot puede entenderse como un viaje del héroe: narra la peripecia de la primera carta, El Loco, para llegar a la última, El Mundo. Puede interpretarse como un camino de iniciación, como un periplo vital, como la ascensión del alma hasta fundirse con el Uno (una visión puramente neoplatónica), etcétera. A diferencia del viaje del héroe que estableció el mitólogo Joseph Campbell (el que realizan Gilgamesh, Ulises o Luke Skywalker), El Loco no regresa a casa, aunque en ambos casos es un proceso de autoconocimiento y transformación, alegoría de la peripecia humana.

Baraja del tarot de Marsella, la versión que se considera canónica en la actualidad.

No está del todo claro para qué se usaba el tarot en sus inicios: podía servir para el juego, también como regalo de dote. Es el caso de uno de los más antiguos, el de Visconti-Sforza, del siglo XV italiano, creado para honrar a las influyentes familias que le dan nombre y que se unían en enlace matrimonial, hermosamente ilustrado por artistas como Bonifacio Bembo. En su reciente libro Tarot. Significado e historia (Kairós, con prólogo de Guillermo Solana, director del museo Thyssen), el experto Pedro Ortega Ventureira hace un repaso desde aquel tarot hasta la actualidad, pasando por algunos notables como el Mantegna, el Sola-Busca, el Rider-Waite-Smith o el de Thoth, desarrollado por el escandaloso mago Aleister Crowley (considerado por algunos como el padre del satanismo moderno), cada uno con sus particularidades artísticas y simbólicas. El tarot de Marsella se convertiría en el canon, el que nos viene a la cabeza cuando hablamos de tarot: su primera versión es de 1672, aunque su consolidación llegó con una reedición en el París de 1930 por la casa Grimaud.

“La baraja del tarot es un objeto colosal, cuyo estudio abarca numerosas disciplinas, tanto esotéricas como exotéricas”, señala Ortega. El uso esotérico nace en el siglo XVIII, se embarca en el auge posterior del ocultismo y, ya en el siglo XX, en sociedades como la Sociedad Teosófica de Madame Blavatsky o la Orden Hermética de la Aurora Dorada. “Es época de egiptomanía y se empieza a especular, sin evidencia documental, con el origen del tarot en el Antiguo Egipto, desde donde estaría ligado a sabidurías místicas y arquetípicas”, dice Ortega. La baraja se convirtió así en una herramienta para el ocultismo a manos de magos e iniciados como Gébelin, Eliphas Lévi o Papus, que lo mezclaron con la alquimia o el hermetismo.

El tarot ahora​


En la actualidad el tarot es utilizado profusamente no solo para la adivinación, sino también como herramienta de autoconocimiento. Uno de los grandes tarotistas de la actualidad es el polifacético Alejandro Jodorowsky. “Es el gran tarotólogo hispano”, afirma Ortega, “llega por influencia de la pintora surrealista Leonora Carrington, que también realizó su propio tarot, y lo utiliza en sus prácticas de psicomagia”. El chileno adoptó el tarot de Marsella influido por el pope del surrealismo André Breton, y lo restauró en colaboración con el maestro naipero Philipe Camoin, respetando los colores tradicionales, en busca de la baraja verdadera.

El relato de Ortega termina recogiendo algunos de los tarots que se han desarrollaron más recientemente como el de Salvador Dalí o el de H.R. Giger, el tarot vasco y el catalán, el erótico de Milo Manara o el Tarot Stardust, con efigies de David Bowie, el Tarot Satánico o el de Arthur Conan Doyle, autor de Sherlock Holmes. Se ofrecen muchísimos tarots, muchos de ellos remedos del de Marsella con mera finalidad comercial: de las hadas, de El Señor de los Anillos, del universo de DC Cómics o del de Star Wars. El tarot también es un negocio.

Una obra de Johanna Dumet en la exposición 'La torre invertida'.

En el corazón del siglo XX el tarot atrae la atención de las vanguardias artísticas hasta desembocar en las corrientes contraculturales y underground de la segunda mitad de la centuria. Ahí es donde entra en harina la citada exposición La torre invertida, que recoge obras inspiradas en la baraja desde los tiempos de Agnès Varda, Andy Warhol, Betye Saar, Dorothy Iannone o Niki de Saint Phalle. “El tarot es un juego que es como un libro laberíntico donde el azar interviene, con un montón de posibilidades de relato, que se debe de leer desde la imagen a la palabra”, explica la comisaria Pilar Soler. “A los artistas les da un recurso para recuperar el símbolo, pero además es cercano al público, porque está en el imaginario”, añade.

En la muestra los 12 artistas se aproximan de diferentes maneras a la baraja, pero sobre todo reinterpretándola, como hace Aldo Urbano, que integra sus obsesiones interiores; Susanne Treister, que lo llena de referencias contraculturales como Aldous Huxley y Timothy Leary o tendencias liminales como el transhumanismo o la cibernética; o King Khan y Michael Earon que se inventan una baraja con los grandes artistas de la música negra: el Black Power Tarot. Entre los arcanos mayores se cuentan Nina Simone, Howlin’ Wolf, Tupac o Curtis Mayfield.

Una asistente a la Paris Fashion Week viste una cazadora de cuero con una imagen del tarot a la espalda, La Fuerza, el 27 de febrero de 2019.

Como forma de autoconocimiento, pero, sobre todo, de fomento de la creatividad, utiliza el tarot la escritora Jessa Crispin, según relata en El tarot creativo. Una guía moderna para una vida inspirada (Alpha Decay). Ahí explica el uso de la baraja para iniciarse en la pintura o la escritura, para retomar un proyecto bloqueado, para presentarlo al mundo o para encaminarse por nuevas sendas y conseguir crear algo que se salga de la norma: autores como Italo Calvino, John Cage o el citado Jodorowsky han utilizado los naipes para vehicular su creatividad. Con el uso frecuente de la baraja, asegura Crispin, cada vez más cosas circundantes parecen relacionarse con ella. “Estarás leyendo un libro o viendo una película y empezarán a aparecerte los arquetipos. Desde un punto de vista creativo, el tarot es un recurso ilimitado, una fuente que nunca se agota”.

Una relación inopinada es la del tarot y la ciencia, propuesta por el bioingeniero Guglielmo Foffani. Un día, en un retiro chamánico, tuvo un “momento epifánico”: “Me di cuenta de que las cartas del tarot se corresponden, de manera muy natural, con los diferentes pasos del método científico”. Lo cuenta en Tarot y ciencia. Un improbable paralelismo mitológico. En este caso el viaje de El Loco hasta El Mundo es el viaje arquetípico que realiza un científico en su investigación cotidiana, un paralelismo que el propio autor considera “improbable”, pero que es una hermosa “analogía creativa”. Así el Arcano XIII representa la destrucción de dogmas, El Mago encarna las técnicas instrumentales, El Colgado la duda y El Diablo la pasión del que indaga en la naturaleza. El Loco, por supuesto, es el científico y El Mundo el logro definitivo de la investigación. “El tarot representa la mitología del método científico”, concluye el autor. Y como, según Carl Gustav Jung, toda mitología plasma el inconsciente colectivo de una cultura, el tarot representa el inconsciente colectivo de la cultura científica.

Más acá de la ciencia, el tarot y otras disciplinas similares viven un momento de popularidad. La juventud vive un renovado interés por las mancias y el horóscopo, y según un estudio del instituto Springtide, un 51% de los miembros de la Generación Z tiene interés en el tarot y la videncia. Una de las explicaciones del auge de disciplinas como la astrología, además de un acercamiento lúdico e incluso irónico, es la abolición del futuro: como el futuro no se ve, necesitamos que nos lean el porvenir. “Creo que hay personas que tienen capacidad para leer el tarot y ver cosas que no vemos los demás, accediendo al conocimiento de forma intuitiva. Pero hay una gran cantidad de personas que lo utiliza para sacar el dinero a la gente que tiene problemas”, agrega Pedro Ortega. “Esos son los que manchan el nombre del tarot”.

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