kessler.brooks
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Nos quieren vender Dejar el mundo atrás como la película apocalíptica del año. Pero hace no tantos meses, la menos aparatosa y mucho mejor narrada —aunque políticamente más ambigua— Llaman a la puerta ya anunciaba el fin, según M. Night Shyamalan. Está claro que el asunto preocupa a un país, Estados Unidos, abonado a la paranoia, en cada época la suya. Aunque ahora, con una nación tan fracturada, la amenaza viene del vecino de la puerta de al lado. Esta misma semana, la compañía A24 anunciaba la nueva película de Alex Garland para la primavera. El título resume el estado de las cosas: Civil War (Guerra civil).
Si la última película de Shyamalan adaptaba la novela de 2018 La cabaña del fin del mundo, del autor de misterio Paul Tremblay, Dejar el mundo atrás hace lo propio con la novela de Rumaan Alam. La adaptación inaugura la rama de ficción de la productora de Barack y Michelle Obama en Netflix con una novela que el expresidente incluyó en su lista de libros favoritos para el verano de 2021. A esa carta de presentación hay que añadir un reparto estelar encabezado por Julia Roberts junto a Mahershala Ali, Ethan Hawke y Kevin Bacon.
Roberts interpreta a una mujer que vive con su familia en una estupenda casa de Brooklyn y que una mañana decide alquilar para el fin de semana una casa igual de estupenda en los Hamptons. Se trata de una ejecutiva desdeñosa, de rictus antipático, casada con un profesor universitario (Hawke) y que se presenta al espectador pronunciando una frase incómoda: “Odio a la gente”.
Dirigida por Sam Esmail, conocido por crear la serie Mr. Robot, Dejar el mundo atrás ocurre en esa casa fuera de la ciudad a la que esta familia se escapa a desconectar. Allí regresan por sorpresa los dueños del lugar, un abogado afroamericano y su hija, que anuncian una serie de acontecimientos inverosímiles que les han obligado a volver. Filmada con un catálogo de encuadres trillados o banales, la película se desparrama entre piruetas sin atrapar del todo la tensión hasta su tramo final. Hasta entonces, Dejar el mundo atrás funciona a golpe de efectos: ya sea la secuencia de un gigantesco barco carguero que encalla en una playa, una caravana de coches autónomos Tesla estrellados unos contra otros o el inquietante comportamiento de una manada de ciervos. Los tres componen los mejores momentos de una película que presume de haber pasado por el filtro “realista” del exinquilino de la Casa Blanca.
Sin duda, lo más perturbador de esta distopía se encierra en su mensaje, con guiño incluido a la serie Friends. En un mundo desconectado y ciberasediado, afloran los prejuicios sociales y el malestar latente de un país polarizado y enfermo. La amenaza tecnológica deja desnudos a los personajes y pone sobre la mesa tensiones de raza y de clase. El odio a la humanidad de la madre que interpreta Roberts ya no es una opción: aceptar al otro es un asunto de pura supervivencia.
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Si la última película de Shyamalan adaptaba la novela de 2018 La cabaña del fin del mundo, del autor de misterio Paul Tremblay, Dejar el mundo atrás hace lo propio con la novela de Rumaan Alam. La adaptación inaugura la rama de ficción de la productora de Barack y Michelle Obama en Netflix con una novela que el expresidente incluyó en su lista de libros favoritos para el verano de 2021. A esa carta de presentación hay que añadir un reparto estelar encabezado por Julia Roberts junto a Mahershala Ali, Ethan Hawke y Kevin Bacon.
Roberts interpreta a una mujer que vive con su familia en una estupenda casa de Brooklyn y que una mañana decide alquilar para el fin de semana una casa igual de estupenda en los Hamptons. Se trata de una ejecutiva desdeñosa, de rictus antipático, casada con un profesor universitario (Hawke) y que se presenta al espectador pronunciando una frase incómoda: “Odio a la gente”.
Dirigida por Sam Esmail, conocido por crear la serie Mr. Robot, Dejar el mundo atrás ocurre en esa casa fuera de la ciudad a la que esta familia se escapa a desconectar. Allí regresan por sorpresa los dueños del lugar, un abogado afroamericano y su hija, que anuncian una serie de acontecimientos inverosímiles que les han obligado a volver. Filmada con un catálogo de encuadres trillados o banales, la película se desparrama entre piruetas sin atrapar del todo la tensión hasta su tramo final. Hasta entonces, Dejar el mundo atrás funciona a golpe de efectos: ya sea la secuencia de un gigantesco barco carguero que encalla en una playa, una caravana de coches autónomos Tesla estrellados unos contra otros o el inquietante comportamiento de una manada de ciervos. Los tres componen los mejores momentos de una película que presume de haber pasado por el filtro “realista” del exinquilino de la Casa Blanca.
Sin duda, lo más perturbador de esta distopía se encierra en su mensaje, con guiño incluido a la serie Friends. En un mundo desconectado y ciberasediado, afloran los prejuicios sociales y el malestar latente de un país polarizado y enfermo. La amenaza tecnológica deja desnudos a los personajes y pone sobre la mesa tensiones de raza y de clase. El odio a la humanidad de la madre que interpreta Roberts ya no es una opción: aceptar al otro es un asunto de pura supervivencia.
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‘Dejar el mundo atrás’: el apocalipsis según los Obama (y en Netflix)
La productora del matrimonio expresidencial se estrena en la ficción con una distopía política sobre un Estados Unidos al borde del colapso tras un ciberataque
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