‘Deadpool y Lobezno’: el mono de feria que revitaliza Marvel con la autoparodia

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27 Sep 2024
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Si alrededor del año 2015 les hubiesen dicho a los especialistas y a los admiradores del mundo del cómic que el Universo Cinematográfico de Marvel iba a entrar en una peligrosa deriva de hartazgo, tanto por la baja calidad de algunas de sus últimas propuestas como por la hiperinflación de títulos, que la saga de los X-Men, entonces comandada por Fox, estaría hundida en la miseria tras varias producciones fallidas y un descalabro artístico total como el de Fénix oscura, y que el encargado de sacar a todos ellos del atolladero iba a ser un personaje de Marvel esquinado entre los esquinados llamado Deadpool, se hubieran muerto de la risa. O quizá del susto.

Pero así es. Tras un periodo de letargo con menos estrenos, Marvel regresa con el cargamento de autoparodia del superhéroe más bocazas del universo, ese Deadpool triunfador con sus dos entregas de los años 2016 y 2018 (782 y 785 millones de dólares de recaudación, respectivamente), intentando dar nuevo brillo a su tono de comedia de acción de autoconciencia paródica, resumida en una de las grandes frases de la primera entrega: “¿A quién se ha follado este Deadpool para tener película propia?”. Ocho años después, conceptuándose a sí mismo como un simple “mono de feria”, no solo tiene película propia sino franquicia propia, esta vez de la mano de Shawn Levy, especialista en cine juvenil efervescente y dionisiaco desde la saga de Noche en el museo, y acompañado de uno de los grandes nombres de la Patrulla X: Lobezno, al que las películas ya habían matado en la crepuscular Logan, y al que ahora resucitan porque la casa del cómic y de las cintas de superhéroes todo lo puede.

De hecho, fiel a ese espíritu flagelador consigo misma de Marvel en la vertiente Deadpool, esta tercera entrega, Deadpool y Lobezno, se inicia con una retahíla de bromas acerca de la compleja situación creativa. Una línea que continúa a lo largo de toda la película, sobre todo en una primera mitad muy entretenida que da paso a una segunda bastante más grave y desigual, aunque sin llegar a la vacua grandilocuencia, que va aglutinando todo tipo de chistes metalingüísticos con los que alimentar a los fanáticos: metanarrativos (“no, si al final me va a matar un figurante…”; “¡calla, tío, tú no tienes ni frase!, ante un amago de réplica); empresariales (”¡jódete, Fox!”, y las ruinas del logo de la histórica 20th Century Fox, absorbida por Disney, en medio de una secuencia de acción); psicológico-sociales, acerca de los habituales dramas de la generación Z; o ajenos a la historia en sí pero en torno a sus creadores e intérpretes (guiños explícitos para Kevin Feige, el jefazo de todo esto, para James Mangold, director de Logan, y para la “carrera en los musicales” de Hugh Jackman), entre muchos otros.

Deadpool y Lobezno, no obstante, tiene un peligro: puede que a los fans de las películas que no son lectores de cómics no les importe, pero es probable que a cierto círculo de entendidos de los tebeos las gracietas del autoproclamado como “Jesucristo de Marvel” les parezcan un puñal en el centro de su formación sentimental en torno a las viñetas. Tanto para los que están convencidos de que el universo de Marvel está solo un escalón por debajo del shakesperiano, como para los amantes de lo refrescante que saben diferenciar artes, pero a los que no les gusta que les importunen con chistecillos acerca de sus mitos y con la falta de lógica interna.

Ryan Reynolds como Deadpool y Dogpool.

Y es posible que incluso tengan buena parte de razón, porque en ese territorio presuntamente desmitificador Deadpool y Lobezno está al borde de lo cargante. Película para entendidos, que de todos modos son legión, tiene pinta de éxito abrumador y, desde luego, también atesora el valor de ir a por todas, incluso con la comedia negra. Para muestra, este último botón en forma de diálogo:

—Voy a enseñarte algo. Algo grande.

—Eso decía también mi monitor de los scout.

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