La venganza musical de Shakira contra Piqué, perpetrada con toda alevosía y mala baba en los estudios del productor argentino BZRP (o Bizarrap), puede ser ingeniosa, divertida, malévola, polémica o desdichada, pero no innovadora. Los ídolos de la música popular llevan muchos años sirviendo envenenados platos fríos contra sus antiguos amores. Lo resumía mejor que nadie un viejo éxito soul de los Persuaders, Thin Line Between Love and Hate (1971), que 12 años más tarde sonaba aún más doliente en los labios de Chryssie Hynde, la líder de The Pretenders.
Lo que sigue es una selección de 10 paradigmas del despecho transformado en éxito musical tarareable. El empeño tiene vocación representativa, no exhaustiva; y el orden es solo cronológico: el desamor escuece mucho, pero difícilmente se puede cuantificar. Entre los infinitos descartes de última hora en el listado figura –perdón por destripar una parte del misterio– el ubicuo Despechá. Más que nada, porque no nos salía muy clara la traducción de versos como “Bajé con un flow nuevo de caja, baby, hackeá” en el diccionario Rosalía/Español.
Cuando el amor ha saltado por los aires, lo mejor es poner tierra de por medio. La rumba catalana sirvió como imbatible hilo conductor para esta idea en pleno auge del sonido Caño Roto, el cine quinqui y demás expresiones de cultura del extrarradio. Los hermanos José y Delfín Amaya, gitanos de A Coruña y Oviedo, debían de estar muy escocidos con la destinataria de esta sucesión de puyas: “Me has hecho daño”, “estás vacía”, “disuélvete como espuma”… Por eso no solo no querían “verte con tus mentiras”, sino que, en un alarde semántico que probablemente no precisaría de diccionario de sinónimos, la vituperaban como “engañadora, paquetera y embustera”. Lo pintoresco es que el sonido originalmente más suburbial del dúo se dulcificó y alcanzó al gran público gracias a la producción de Tony Ronald. Sí, sí, el holandés de Help (Ayúdame).
Algunas cosas no pueden ser porque, además, son imposibles. La protagonista de esta historia acababa descubriendo con toda crudeza la veracidad del saber popular con un memorable giro de guion. Ella quería al bello y rubísimo Lucas “casi con locura”. Pero Lucas ―o Luca, en la versión original en italiano― tenía otras prioridades… “Una tarde, desde mi ventana / le vi abrazado a un desconocido. / No sé quién era, tal vez un viejo amigo / desde ese día nunca más le he vuelto a ver”. El clamoroso guiño a la condición homosexual del anhelado novio no podía pasarle inadvertido a nadie, por más que la Carrà adoptase un tono de cierta candidez en la interpretación. La RAI reaccionó censurando la canción (de aquella, no lo olvidemos, las relaciones entre personas del mismo sexo eran perseguidas judicialmente en medio mundo) y la comunidad LGTBI, aunque todavía no se llamaba así, abrazó a Raffaella como icono ya irrenunciable y perenne.
Ninguna canción de la chipionera hizo tanto para apuntalar su apelativo de La más grande como este misil teledirigido contra un tiparraco que recibe la mayor salva de epítetos de la historia de la música popular en español (al menos, hasta Paquita la del Barrio, como veremos luego): “Es un gran necio, un estúpido engreído, egoísta y caprichoso. / Un payaso vanidoso, inconsciente y presumido. / Falso, enano, rencoroso, que no tiene corazón”. El mérito en el arte de cantar las cuarenta recae en el fértil Manuel Alejandro, compositor de la inmensa mayoría de éxitos de la Jurado. En teoría, tenía en mente al marido de la tonadillera, Pedro Carrasco, cuando concibió esa catarata de exabruptos (aunque la pareja no se separaría hasta una década después de esta grabación). Por supuesto, al no existir un destinatario explícito, cualquiera puede hacer suyos esos versos. La hija de la cantante, Rocío Carrasco, sin ir más lejos, se los dedicó en la tele a su ex, Antonio David. Y José Manuel Soto, en tiempos cantautor y en la actualidad tuitero, los anotó en su adorada red social para referirse, siempre tan sutil, a Pedro Sánchez.
El mítico y recién jubilado autor siempre fue visto como el paradigma del esposo perfecto: sensible, aseado, recatadito, adorable. Pero las llagas del desamor también le hacían mella, al menos cuando se enfundaba el traje de cronista sentimental de las clases medias. Es imposible no aguantar la respiración ante esa rabia contenida que se acumula en aquel estribillo para la posteridad: “¿En qué lugar se enamoró de ti? / ¿De dónde es? / ¿A qué dedica el tiempo libre? Pregúntale, ¿por qué ha robado un trozo de mi vida? / Es un ladrón, que me ha robado todo”. Algunos quisieron buscar una interpretación alternativa y leer ¿Y cómo es él? en clave paternofilial: un padre que aborrece al futuro yerno cuando su adorable hijita anuncia que emprende el camino de la emancipación. Pero no, la canción iba de lo que iba. Perales reconoció hace poco que la escribió pensando en ofrecérsela a Julio Iglesias e imaginando los sentimientos que el cantante pudiera albergar después de que su primera mujer, Isabel Preysler, le dejase y contrajera matrimonio en segundas nupcias con Carlos Falcó. Ojo con el beatífico cantautor conquense: en otros clasicazos suyos, desde Me llamas a Por qué te vas (para Jeanette) hay mucho rencor reconcentrado.
Que nadie se líe con los jueguecitos gráficos que acostumbraba a introducir en sus títulos el añorado Príncipe de Mineápolis. Eye Hate U se pronuncia exactamente igual que I hate you: en resumidas cuentas, y sin circunloquios, “te odio”. En el mismo álbum en que Prince sublimaba el amor romántico con la célebre The Most Beautiful Girl in the World (“La chica más hermosa del mundo”), se abonaba a las teorías del ying y el yang, o del haz y el envés, despachándose con toda la artillería contra alguien que le había dejado con un palmo de narices. El desdén es indisimulado desde las primeras líneas: “Después de todo lo que habíamos pasado juntos / le diste tu cuerpo a otro en nombre de la diversión / Espero que hayáis tenido un bebé / y si no… a lloriquear”. El problema, el mismo de todas las rupturas no bidireccionales, afloraba con toda su crudeza en el estribillo: “Te odio porque tú eras todo lo que tenía en mi cabeza…”. Cómo diría Raffaella, qué dolor.
Aunque hayas odiado con toda tu alma a alguna persona, es probable que aún te queden unos cuantos pueblos para alcanzar los niveles de iracundia de Francisca Viveros Barranda, la intérprete de rancheras a las que todos conocemos como Paquita la del Barrio. La retahíla de descalificaciones de Rata de dos patas (el título ya promete, en efecto) sigue pareciendo hoy, incluso con Shakira de por medio, un listón sencillamente inalcanzable: “Rata inmunda, animal rastrero. / Escoria de la vida, adefesio mal hecho” y una inagotable sarta de insultos con hallazgos tan gloriosos como “culebra ponzoñosa”, “maldita sabandija” o —el mejor de todos— “espectro del infierno”. Pero el mérito en la exteriorización de la inquina hay que atribuírselo a un hombre, Manuel Eduardo Toscano. A Paquita, cada interpretación de su mayor éxito le sirve para vengarse de su marido, Alfonso Martínez, tras descubrir que la llevaba engañando durante 15 de sus 25 años de matrimonio. Pero Toscano, que no tenía el gusto (o disgusto) de conocer a ese buen (o mal) hombre, hubo de buscar otra fuente de inspiración para idear sus exabruptos. Y esa no fue otra que el expresidente mexicano Carlos Salinas de Gortari, “un señor peloncito con orejas grandotas”.
A finales del siglo pasado, cuando Shakira andaba inmersa en su álbum de consagración (¿Dónde están los ladrones?) y Gery Piqué era solo un tierno y anónimo querubín rubicundo de 11 añitos, la diva barranquillera demostraba que no le dolían prendas a la hora de despellejar a algún antiguo amor ingrato. El destinatario de Si te vas sería algún amor juvenil con bastante menos pedigrí que el magnate de Kosmos, pero Shaki no le perdonó que cambiase de preferencias. “Toda escoba nueva siempre barre bien / luego vas a ver desgastadas las cerdas / cuando las arrugas le corten la piel / y la celulitis invada sus piernas”, clamaba una furibunda Shakira Mebarak, que un cuarto de siglo antes de grabar con Bizarrap ya sabía primar la ira frente al lirismo. Eso sí, nunca comprenderemos por qué añorar a un tipo que “no tiene más que un par de dedos de frente” y, aún más aterrador, “no se lava bien los dientes”. Buena gana.
El dolor y la amargura por la pérdida de alguien querido es un sentimiento tan universal que puede acabar conmoviendo a oyentes de cualquier punto del planeta. Adele Laurie Blue Adkins apenas había cumplido 22 años cuando conquistó lo más alto de las listas de éxitos a ambos lados del Atlántico con esta balada intimísima (piano y voz, para que los borbotones del corazón desangrado sean más perceptibles) sobre lo que habíamos anhelado y no llegó a ser. “Me he enterado de que sentaste la cabeza / encontraste una chica y ahora estás casado / Supe que se habían cumplido tus sueños / Supongo que ella te dio cosas que yo no te daría”, rezongaba Adele, que escribió Someone Like You con un compositor profesional, Dan Wilson, a quien no conocía de antes y que al frente de su banda, Semisonic, solo había obtenido un éxito muy menor con la canción Chemistry. Por cierto, la canción fue premonitoria con efectos muy retardados: Adele conoció a su pareja, Simon Konecki, en ese mismo 2011, y tuvieron a su hijo, Angelo, un año más tarde, pero acabarían separándose a finales de la década.
Era el verano de 2020, recién salidos del confinamiento por la pandemia y sin demasiada perspectiva de vacaciones paradisíacas, cuando Maluma nos hacía evocar Hawai con su canción homónima que en cinco horas superó un millón de visionados en YouTube (ahora supera ya los 952 millones de reproducciones). Pero no era el cantante de Medellín el que disfrutaba de ese archipiélago del Pacífico, sino su exnovia Natalia Barulich, a quien reprochaba la vida de ensueño que había emprendido de la mano de Neymar Jr. (sí, sí, el futbolista bolsonarista: está visto que los reyes del balón propician muchos disgustos). Y pese a los posados de la nueva pareja en Instagram, Maluma seguía convencido de que ella no le olvidaba: “Se ve que él te trata bien, que es todo un caballero, pero eso no cambiará que yo llegué primero”.
A la albaceteña le divertía la idea de interpretar este famosísimo chotis de 1931 para su disco Matriz, consagrado a versiones de música popular, pero le repelía el “disparate machista” de la letra original, consagrada a ensalzar a ese madrileñísima “chulo que castiga” que presume de “flagelador” y, tras beneficiarse a las amigas, se lo gasta todo en “vicios”. Por eso pidió ayuda al poeta Benjamín Prado para rehacer el texto e imprimirle un giro radical respecto al que conocíamos de la zarzuela Las Leandras. El mozuelo pasa a ser ahora un tipo “con andar de pistolero, que te mira y ve un florero”; un burdo “macho de telecomedia y español de la Edad Media”. Así que el desenlace se torna jocosamente predecible: “Anda y que te ondulen, anda y que te den / que yo sola vivo muy requetebién”. Prado ya había rectificado de cabo a rabo un original cuando reescribió para Travis Birds el 19 días y 500 noches de Sabina desde la perspectiva de la protagonista femenina. Con Pichi, la materialización jurídica de esta especie de customización fue bastante más peliaguda: hubo que obtener el permiso de los herederos de los ¡tres! autores originales (Francisco Alonso, Emilio González del Castillo y José Muñoz Román) y negociar con ellos el reparto de derechos de autor.
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Lo que sigue es una selección de 10 paradigmas del despecho transformado en éxito musical tarareable. El empeño tiene vocación representativa, no exhaustiva; y el orden es solo cronológico: el desamor escuece mucho, pero difícilmente se puede cuantificar. Entre los infinitos descartes de última hora en el listado figura –perdón por destripar una parte del misterio– el ubicuo Despechá. Más que nada, porque no nos salía muy clara la traducción de versos como “Bajé con un flow nuevo de caja, baby, hackeá” en el diccionario Rosalía/Español.
Los Amaya: Vete (1978)
Cuando el amor ha saltado por los aires, lo mejor es poner tierra de por medio. La rumba catalana sirvió como imbatible hilo conductor para esta idea en pleno auge del sonido Caño Roto, el cine quinqui y demás expresiones de cultura del extrarradio. Los hermanos José y Delfín Amaya, gitanos de A Coruña y Oviedo, debían de estar muy escocidos con la destinataria de esta sucesión de puyas: “Me has hecho daño”, “estás vacía”, “disuélvete como espuma”… Por eso no solo no querían “verte con tus mentiras”, sino que, en un alarde semántico que probablemente no precisaría de diccionario de sinónimos, la vituperaban como “engañadora, paquetera y embustera”. Lo pintoresco es que el sonido originalmente más suburbial del dúo se dulcificó y alcanzó al gran público gracias a la producción de Tony Ronald. Sí, sí, el holandés de Help (Ayúdame).
Raffaella Carrà: Lucas (1978)
Algunas cosas no pueden ser porque, además, son imposibles. La protagonista de esta historia acababa descubriendo con toda crudeza la veracidad del saber popular con un memorable giro de guion. Ella quería al bello y rubísimo Lucas “casi con locura”. Pero Lucas ―o Luca, en la versión original en italiano― tenía otras prioridades… “Una tarde, desde mi ventana / le vi abrazado a un desconocido. / No sé quién era, tal vez un viejo amigo / desde ese día nunca más le he vuelto a ver”. El clamoroso guiño a la condición homosexual del anhelado novio no podía pasarle inadvertido a nadie, por más que la Carrà adoptase un tono de cierta candidez en la interpretación. La RAI reaccionó censurando la canción (de aquella, no lo olvidemos, las relaciones entre personas del mismo sexo eran perseguidas judicialmente en medio mundo) y la comunidad LGTBI, aunque todavía no se llamaba así, abrazó a Raffaella como icono ya irrenunciable y perenne.
Rocío Jurado: Ese hombre (1979)
Ninguna canción de la chipionera hizo tanto para apuntalar su apelativo de La más grande como este misil teledirigido contra un tiparraco que recibe la mayor salva de epítetos de la historia de la música popular en español (al menos, hasta Paquita la del Barrio, como veremos luego): “Es un gran necio, un estúpido engreído, egoísta y caprichoso. / Un payaso vanidoso, inconsciente y presumido. / Falso, enano, rencoroso, que no tiene corazón”. El mérito en el arte de cantar las cuarenta recae en el fértil Manuel Alejandro, compositor de la inmensa mayoría de éxitos de la Jurado. En teoría, tenía en mente al marido de la tonadillera, Pedro Carrasco, cuando concibió esa catarata de exabruptos (aunque la pareja no se separaría hasta una década después de esta grabación). Por supuesto, al no existir un destinatario explícito, cualquiera puede hacer suyos esos versos. La hija de la cantante, Rocío Carrasco, sin ir más lejos, se los dedicó en la tele a su ex, Antonio David. Y José Manuel Soto, en tiempos cantautor y en la actualidad tuitero, los anotó en su adorada red social para referirse, siempre tan sutil, a Pedro Sánchez.
José Luis Perales: Y cómo es él (1982)
El mítico y recién jubilado autor siempre fue visto como el paradigma del esposo perfecto: sensible, aseado, recatadito, adorable. Pero las llagas del desamor también le hacían mella, al menos cuando se enfundaba el traje de cronista sentimental de las clases medias. Es imposible no aguantar la respiración ante esa rabia contenida que se acumula en aquel estribillo para la posteridad: “¿En qué lugar se enamoró de ti? / ¿De dónde es? / ¿A qué dedica el tiempo libre? Pregúntale, ¿por qué ha robado un trozo de mi vida? / Es un ladrón, que me ha robado todo”. Algunos quisieron buscar una interpretación alternativa y leer ¿Y cómo es él? en clave paternofilial: un padre que aborrece al futuro yerno cuando su adorable hijita anuncia que emprende el camino de la emancipación. Pero no, la canción iba de lo que iba. Perales reconoció hace poco que la escribió pensando en ofrecérsela a Julio Iglesias e imaginando los sentimientos que el cantante pudiera albergar después de que su primera mujer, Isabel Preysler, le dejase y contrajera matrimonio en segundas nupcias con Carlos Falcó. Ojo con el beatífico cantautor conquense: en otros clasicazos suyos, desde Me llamas a Por qué te vas (para Jeanette) hay mucho rencor reconcentrado.
Prince: Eye hate U (1994)
Que nadie se líe con los jueguecitos gráficos que acostumbraba a introducir en sus títulos el añorado Príncipe de Mineápolis. Eye Hate U se pronuncia exactamente igual que I hate you: en resumidas cuentas, y sin circunloquios, “te odio”. En el mismo álbum en que Prince sublimaba el amor romántico con la célebre The Most Beautiful Girl in the World (“La chica más hermosa del mundo”), se abonaba a las teorías del ying y el yang, o del haz y el envés, despachándose con toda la artillería contra alguien que le había dejado con un palmo de narices. El desdén es indisimulado desde las primeras líneas: “Después de todo lo que habíamos pasado juntos / le diste tu cuerpo a otro en nombre de la diversión / Espero que hayáis tenido un bebé / y si no… a lloriquear”. El problema, el mismo de todas las rupturas no bidireccionales, afloraba con toda su crudeza en el estribillo: “Te odio porque tú eras todo lo que tenía en mi cabeza…”. Cómo diría Raffaella, qué dolor.
Paquita la del Barrio: Rata de dos patas’(2004)
Aunque hayas odiado con toda tu alma a alguna persona, es probable que aún te queden unos cuantos pueblos para alcanzar los niveles de iracundia de Francisca Viveros Barranda, la intérprete de rancheras a las que todos conocemos como Paquita la del Barrio. La retahíla de descalificaciones de Rata de dos patas (el título ya promete, en efecto) sigue pareciendo hoy, incluso con Shakira de por medio, un listón sencillamente inalcanzable: “Rata inmunda, animal rastrero. / Escoria de la vida, adefesio mal hecho” y una inagotable sarta de insultos con hallazgos tan gloriosos como “culebra ponzoñosa”, “maldita sabandija” o —el mejor de todos— “espectro del infierno”. Pero el mérito en la exteriorización de la inquina hay que atribuírselo a un hombre, Manuel Eduardo Toscano. A Paquita, cada interpretación de su mayor éxito le sirve para vengarse de su marido, Alfonso Martínez, tras descubrir que la llevaba engañando durante 15 de sus 25 años de matrimonio. Pero Toscano, que no tenía el gusto (o disgusto) de conocer a ese buen (o mal) hombre, hubo de buscar otra fuente de inspiración para idear sus exabruptos. Y esa no fue otra que el expresidente mexicano Carlos Salinas de Gortari, “un señor peloncito con orejas grandotas”.
Shakira: Si te vas (1998)
A finales del siglo pasado, cuando Shakira andaba inmersa en su álbum de consagración (¿Dónde están los ladrones?) y Gery Piqué era solo un tierno y anónimo querubín rubicundo de 11 añitos, la diva barranquillera demostraba que no le dolían prendas a la hora de despellejar a algún antiguo amor ingrato. El destinatario de Si te vas sería algún amor juvenil con bastante menos pedigrí que el magnate de Kosmos, pero Shaki no le perdonó que cambiase de preferencias. “Toda escoba nueva siempre barre bien / luego vas a ver desgastadas las cerdas / cuando las arrugas le corten la piel / y la celulitis invada sus piernas”, clamaba una furibunda Shakira Mebarak, que un cuarto de siglo antes de grabar con Bizarrap ya sabía primar la ira frente al lirismo. Eso sí, nunca comprenderemos por qué añorar a un tipo que “no tiene más que un par de dedos de frente” y, aún más aterrador, “no se lava bien los dientes”. Buena gana.
Adele: Someone Like You (2011)
El dolor y la amargura por la pérdida de alguien querido es un sentimiento tan universal que puede acabar conmoviendo a oyentes de cualquier punto del planeta. Adele Laurie Blue Adkins apenas había cumplido 22 años cuando conquistó lo más alto de las listas de éxitos a ambos lados del Atlántico con esta balada intimísima (piano y voz, para que los borbotones del corazón desangrado sean más perceptibles) sobre lo que habíamos anhelado y no llegó a ser. “Me he enterado de que sentaste la cabeza / encontraste una chica y ahora estás casado / Supe que se habían cumplido tus sueños / Supongo que ella te dio cosas que yo no te daría”, rezongaba Adele, que escribió Someone Like You con un compositor profesional, Dan Wilson, a quien no conocía de antes y que al frente de su banda, Semisonic, solo había obtenido un éxito muy menor con la canción Chemistry. Por cierto, la canción fue premonitoria con efectos muy retardados: Adele conoció a su pareja, Simon Konecki, en ese mismo 2011, y tuvieron a su hijo, Angelo, un año más tarde, pero acabarían separándose a finales de la década.
Maluma: Hawai (2020)
Era el verano de 2020, recién salidos del confinamiento por la pandemia y sin demasiada perspectiva de vacaciones paradisíacas, cuando Maluma nos hacía evocar Hawai con su canción homónima que en cinco horas superó un millón de visionados en YouTube (ahora supera ya los 952 millones de reproducciones). Pero no era el cantante de Medellín el que disfrutaba de ese archipiélago del Pacífico, sino su exnovia Natalia Barulich, a quien reprochaba la vida de ensueño que había emprendido de la mano de Neymar Jr. (sí, sí, el futbolista bolsonarista: está visto que los reyes del balón propician muchos disgustos). Y pese a los posados de la nueva pareja en Instagram, Maluma seguía convencido de que ella no le olvidaba: “Se ve que él te trata bien, que es todo un caballero, pero eso no cambiará que yo llegué primero”.
Rozalén: Pichi 2.0 (2022)
A la albaceteña le divertía la idea de interpretar este famosísimo chotis de 1931 para su disco Matriz, consagrado a versiones de música popular, pero le repelía el “disparate machista” de la letra original, consagrada a ensalzar a ese madrileñísima “chulo que castiga” que presume de “flagelador” y, tras beneficiarse a las amigas, se lo gasta todo en “vicios”. Por eso pidió ayuda al poeta Benjamín Prado para rehacer el texto e imprimirle un giro radical respecto al que conocíamos de la zarzuela Las Leandras. El mozuelo pasa a ser ahora un tipo “con andar de pistolero, que te mira y ve un florero”; un burdo “macho de telecomedia y español de la Edad Media”. Así que el desenlace se torna jocosamente predecible: “Anda y que te ondulen, anda y que te den / que yo sola vivo muy requetebién”. Prado ya había rectificado de cabo a rabo un original cuando reescribió para Travis Birds el 19 días y 500 noches de Sabina desde la perspectiva de la protagonista femenina. Con Pichi, la materialización jurídica de esta especie de customización fue bastante más peliaguda: hubo que obtener el permiso de los herederos de los ¡tres! autores originales (Francisco Alonso, Emilio González del Castillo y José Muñoz Román) y negociar con ellos el reparto de derechos de autor.
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