De robar libros a escribirlos: historia de un niño FIL

Delta_Medhurst

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Lleva unas gafas de sol de aviador, una gorra negra, una camiseta de metal: Antonio Ortuño (Guadalajara, México, 1976) habla a toda velocidad, como si quisiera atrapar al niño que fue mientras recuerda: «Yo he venido a todas las ferias; cuando comenzó yo estaba en cuarto de educación primaria [once años], y en mi escuela había mucho interés por los eventos externos, metían a los niños en los concursos de matemáticas de la zona, en concursos de conocimiento, en cualquier lado, así que nos llevaron a la primera FIL. Muy poco tiempo después uno de mis hermanos entró a trabajar a la universidad y en un área en el que colaboraban con la organización de la feria del libro, entonces estas cositas [las acreditaciones] yo las tengo colgando al cuello como desde los doce años», cuenta. Luego hará una confesión: «En la adolescencia formé parte de una pequeña banda que robó bastantes libros en la feria. No tengo empacho en decirlo, porque la feria me lo ha hecho pagar con mucho trabajo a lo largo del tiempo». Y rerirá.—¿Qué libros robaba?—Muchos libros de Anagrama, que entonces no tenía gran distribución en México: había muchos títulos solo los veía uno en la feria. Libros de Kurt Vonnegut, por ejemplo, libros de Kathy Acker, el primero de Martin Amis que publicó Anagrama, 'El libro de Rachel', uno de Patricia Highsmith, no recuerdo cuál, también libros de Cioran de Tusquets… Eran libros costosos para mí y para mis amigos. Yo no era el que se guardaba los libros, me encargaba de hacer preguntas para distraer a los de los estands. Y luego a la salida nos los repartíamos, claro, éramos una especie de banda.Noticia Relacionada Crónicas de ida y vuelta estandar Si España no pide perdón, pero da las gracias a México en la FIL de Guadalajara Bruno Pardo Porto | ENVIADO ESPECIAL A GUADALAJARA (MÉXICO) La inauguración de la feria más importante del libro en español fue una celebración de la fraternidadLa historia de Antonio Ortuño es la de un niño FIL, esto es, alguien que fue descubriendo la literatura como una fiesta anual: primero en las actividades infantiles, luego como periodista, finalmente como escritor y padre. «Yo no era de una familia que tuviera muchas posibilidades económicas, así que cuando veníamos con mi madre ella nos decía: recorran la feria y elijan un libro, solo uno. Cuando ya tuve hijos les dije: ustedes hacen su recorrido y les compro todos los libros que quieran. Mi hija [también tiene un hijo] estudia arquitectura, así que el chiste me sale bastante caro [y sonríe], pero lo he mantenido todavía: siempre se lleva todos los libros que quiere. Los dos son muy lectores. Nacieron prácticamente con el gafete de la FIL colgado al cuello».La memoria de Ortuño es, también, la memoria de la FIL, la crónica de un festival pequeñito que se convirtió en referente mundial. «Al principio el piso era de tierra apisonada, y de ahí pasó a ser de cemento y después ya a tener el alfombrado que conocemos ahora. Yo he visto crecer todo esto. Los primeros salones estaban divididos por cuerdas –acá los llamamos mecates– y mantas, y las primeras estanterías eran metálicas. Los editores más que asomarse, mandaban libros como en consignación, y los propios organizadores los exhibían en aquellas estanterías que parecían de boticas. Pero la FIL se consolidó muy rápidamente, porque tuvo el acierto de no ser solo una feria de libros, sino que es un gran festival cultural. Pasamos de que vinieran unas pocas decenas de autores, pues al maremagnum que hay ahora de autores de todo tipo, a que viniera gente de la política, del espectáculo, los influencers… Es peculiar haberlo visto crecer de esa manera».—¿Ha marcado su vida como lector esta feria?—Absolutamente. Mis dos fuentes básicas para sortearme libros eran las librerías de segunda mano de Guadalajara y la FIL, además de los libros heredados: yo heredé un mar de libros de mis abuelos, de mis padres, de tíos abuelos, de todo el mundo en mi casa. Hay muchas editoriales que en Guadalajara, en México, si no las ves en la FIL no las ves el resto del año en ningún sitio. Y ya como autor [su última novela es 'Armada invencible' (Seix Barral)] fue importantísimo. A mí me cambió la vida el poder entrevistar aquí a Rubén Fonseca, a Martin Amis, que eran así de mis ídolos literarios en la juventud. Y platicar con Angélica Gorodischer, con Juan Villoro, con con Enrique Vila-Matas, con Lobo Antunes o con Juan Marsé, con esos escritores grandísimos de los que he aprendido tantas cosas sobre literatura y sobre casi cualquier tema concebible. Todo eso no habría ocurrido sin la FIL.Aquella deuda que contrajo por robar libros la ha ido pagando participando en cualquier actividad imaginable, desde organizar mesas a hablar de robótica: «A mí me falta que me den el premio y morirme en la feria nada más [a carcajadas]. Me han cobrado como 800 veces cada libro que me llevé». Y se despide con un último recuerdo, que se le acaba de iluminar: «Ah, muchos años después de aquello Jorge Herralde me felicitó por robar libros de Anagrama».

 

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