Es sabido que las promesas electorales no comprometen a quienes las formulan. Antes que nosotros lo creyó así el profesor Tierno Galván, que al menos tuvo la decencia de proclamarlo negro sobre blanco. Aceptado ese principio, nadie se debe extrañar de que los representantes del BNG en el Concello de Lugo -cogobernantes más atentos a las fotografías que a las claridades contables-, que hicieron de la bajada de impuestos el eje de su campaña a los comicios de mayo de 1923, se hayan decantado ahora por apoyar su incremento, perfectamente prescindible si los fondos municipales se administrasen con más rectitud y menos desvergüenza. El sablazo vigente desde este mismo mes no es la consecuencia inevitable de la inflación y la carestía generales, sino el corolario de una gestión insensata y de una disparatada escala de prioridades. Para este gobierno municipal (fraccionado, por cierto, en dos grupos que se profesan franca antipatía) la administración del bien común va siempre detrás del dispendio caprichoso, ya sea éste el levantamiento en obras de todo el casco histórico (estamos a la espera de que alguien tenga la decencia de explicar cantidades y procedimientos adjudicatarios), ya los emolumentos dedicados a la red de asesores, confidentes y comisarios políticos (de todo partido y toda sigla) que pululan por pasillos y covachuelas, todos ellos sin más méritos que el carné de afiliación y sin otra aspiración que la de convertirse en funcionarios fijos, es decir atornillados a la sinecura. Cuando Lara Méndez decidió pasar de no hacer nada en su despacho en la Praza Maior de Lugo a estar de vacaciones en el Pazo do Hórreo, algunos abrigamos la creencia de que la incompetencia edilicia había tocado fondo y, por consiguiente, en adelante sería imposible que fueran peor las cosas. Ingenuos de nosotros. Bajo el suelo está el subsuelo. 'Fomos coma vós e seredes coma nós', aprendimos en Taboada Chivite. Era un sabio.
Cargando…
www.abc.es