De la droga y el barro a los pisos de piscina y pádel: el cambio en el extrarradio más conflictivo de Madrid

General_Keeling

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«Era la herpe , la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y la miseria», así describía Pío Baroja el barrio de Las Injurias, ribera del Manzanares, que hoy altivo discurre altivo y sequillo. Ya nadie se baña allí, hoy la gente pasea en esas orillas que huelen a químico, y ver una sábana blanca con lamparones de miseria es un imposible para el paseante, el fotógrafo, y el reportero mismo. Los ochenta y los noventa volvieron a ser duros en Madrid: la lacra de la droga. Casi se puede 'chinchetear' en un mapa los lugares donde el tráfico era continuo: Pitis, La Rosilla, Los Focos, La Celsa... La expansión es lo que tiene, que de 30 o 20 años acá, las urbanizaciones han ido colonizando ese páramo que es donde, pese a excepciones, se asienta Madrid. Pitis, la zona de Montecarmelo, la misma boca del metro, era uno de esos lugares. En el bar de la estación, sabiendo que cada cafetería es un puesto de Información y Turismo, nadie sabía en principio. Luego sí. Y es en ese luego cuando irrumpen los anónimos, que dan los datos. Noticia Relacionada estandar Si «No es una moda, llevamos un mes con destrozos en los coches» Enia Gómez Desde hace varias semanas, Usera está viviendo actos vandálicos: decenas de turismos pintados y con la luna rota. Los vecinos piden más seguridad en la zona: «A altas horas, nadie suele venir por aquí. No está vigilada ni iluminada»Hay pisos que superan ampliamente el millón de euros, y los del barrio, los de siempre, se conocen. Se conocen y saben que los moradores de la última colonia chabolista, donde había jaleo de drogas este verano, pasando el puente bajo la M-40, han sido realojados, con sus «gentes honradas, que las hay», cien metros monte arriba, lindando, físicamente, con la reserva del Pardo.madrid_dia_0703Es verdad que esta situación, como todo realojo, lleva sus pros y sus contras. Antes, entrando en la finca Montearroyo, un mendigo arrastra un carro y un cartel: «No tengo con qué comer». Y ya, en la cafetería de la estación de Pitis, Andrés viene de coger setas en esa extensión, enorme, por la que tiene que pasar, no hay otra, por delante de las «chabolas». Desempleado, gasta el día donde Madrid va haciéndose sierra. Carlos y José Joaquín, del barrio, haciendo alarde de las distancias, recuerdan los tiempos duros. «Enfrente del Colegio de La Salle», donde ubican un restaurante de postín.Antes Después La Rosilla a finales de los noventa y en la actualidad JAVIER PRIETO // JOSÉ RAMÓN LADRA No hablan mucho, y, antes de que el reportero abandone el lugar, hacen los parroquianos memoria de un sitio que llamaban La Alameda, donde se «bañaban en verano» (se ve que ha cambiado el régimen de precipitaciones en la ciudad) y que se pobló de chabolismo y delincuencia. No confundir una cosa con otra. Y sí, «hubo yonquis, camellos, pero en esa zona que te decimos. Esto ha cambiado mucho». Hay otra versión, y es la de la Asociación de Vecinos Arroyo del Fresno. «Ahora es menos visible el tráfico de drogas, pero se ven a los yonquis cruzar la vía del tren». Son, dicen desde la asociación, «parcelas privadas» donde la miseria ha ido subiendo a esa zona que es conocida como «Colonia Montecarmelo». Piden la actuación del «legítimo propietario del suelo». Los vecinos, a escasos 300 metros de su residencia, alegan encontrarse en una «zona muy sui géneris: hay residencias caninas, chalés de fin de semana a los que se les ha trasladado el problema». Los chalés, blancos, están en calles evocadoras con nombres como el de Carmen Chacón o Gloria Fuertes, y van en ese plan el callejero municipal. Para ir a los restos del chabolismo ya citado, se atraviesa un túnel oscuro como boca de lobo. Hay jóvenes haciendo footing, baja algún 'clío' tuneado y derrapando. Saluda un grupo de estudiantes de Educación Física y hay un caballo árabe dando a las Cinco Torres en perspectiva. Jesús imparte o regaña, con ternura, sus clases de «psicoequitación», y cuenta que en las chabolas contiguas a su vivienda, en todo el núcleo, hay «mucho respeto»: incluso más que al otro lado del puente. Acaso porque, reivindica Jesús, los payos y los calés tienen sus normas y se unen, como cuando la nevada, y «cerca de doscientas familias» tuvieron que costearse el quitanieves que allí le llamaron «la pala», que recuerda Jesús, como un milagro vecinal, a pesar de todo. Se vanagloria Jesús de quitar traumas con los equinos, algo que confirma su educanda. Él siente que donde vive hay las mismas normas que en cualquier urbanización del centro.Un coche de alta gama de alguien con pinta de notario le saluda, y a Jesús se le deja con su clase de «psicoequitación». Bajando una rampa empinadísima, un suelo blanco y un coche quemado evidencian lo inevitable y próximo en el tiempo. El realojo de la miseria que tiene algo de nomadismo.Pasando el túnel de Pitis bajo la M-40, el reportaje tiene que ir a La Rosilla, donde el alcalde entregó las llaves de edificios que se ven saludables hace unos días. Es verdad que el sur de Madrid, por mera geografía, tiene aún solares donde sólo entra el viento y según los geógrafos «suelos yesíferos». Pero en esos solares hubo no sólo desolación; también la delincuencia más degradada. El doctor José Cabrera, que hasta 2001 fue director de la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid, rememora para estas páginas que ni con la Policía se «podía entrar» y que había que pactar con «los patriarcas». Y La Rosilla fue lo que fue. Un sitio de no retorno que se ha vuelto una zona dormitorio de buena vida. Cabrera, hiperactivo, en un receso entre consultas, comenta el problema y la psicología social de estos enclaves, su cambio: «Es algo nuclear». Incide en que el chabolista no quiere vivir así, si se le proporciona una vivienda, se le aumenta el autoestima». Y en cuanto al ciudadano, una premisa: «Si se urbaniza, cambia el escenario: se cambia de la inseguridad a la seguridad». La «falta de miedo», concluye, «revaloriza el suelo».Un chatarrerro pasea su carretilla por las nuevas zonas de La Rosilla JOSÉ RAMÓN LADRAQuien ha vivido entre lugares de extrarradio («en mi vida he salido de Orcasitas»), es Félix López Rey, concejal de Más Madrid y el único «miembro vivo de los fundadores de la Asociación de Vecinos de Orcasitas». Él, con la experiencia de regentar un despacho de Loterías, recuerda que los drogadictos vendían estampitas de santos al grito de «más vale pedir que robar» y, el problema lo resume en «que la droga no se vea»A otoño del presente en La Rosilla, Pedro, que trabaja de repartidor, «con una novia en Vallecas de toda la vida» se pone a recordar: «Es un lujo vivir aquí», y «bien que me conozco lo que fue esto. Mira, cuando trabajaba cerca, sellábamos las tapas del material para que nadie se metiera a vivir, imagina». Pasea Pedro al perro y, junto a los edificios, hay dos sin techo. Debajo del subsahariano, un bote de helados de crema con nata. Duerme. Del otro sólo están sus bártulos. Se le pide un mote para un edificio como rompedor en la calle de Batalla de Baler, pero Pedro mira a su perro, al solar, y no quiere foto. Tampoco da nombre de un edificio en particular. Lo que sí, el recuerdo y el ahora. Y él, repartidor, que sabe lo que es y lo que fue. Pero se le escapa la palabra «paraíso» de la boca. Y él viene de la sierra.En esa misma zona, se pasa del asfalto al solar vallado en un momento. Manuel es de Plasencia, y también arrastra otro carro. «Aún no se me ha pinchado la rueda. Llevo cuatro años aquí buscando chatarra». Duerme en una «roulotte ahí atrás». No detiene su andar. Otra estampa de los contrastes.

 

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