leonor.padberg
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Qué nostalgia produce leer las columnas viejas de los grandes articulistas y sentir de pronto, no sin sorpresa, que sus preocupaciones eran nimias comparadas con las que nuestro presente impone. Estábamos en los primeros años de este siglo y vivíamos el auge de los 'reality shows' y del famoseo , y nos escandalizaba que la parrilla televisiva hubiera sido tomada por programas que satisfacían los impulsos más primarios, los gustos más ramplones. La amenaza era esa, la banalidad pura, sin aditivos, encarnada en personajillos desechables, carne de cámara que caducaba mas rápido que los lácteos, cuya indocta espontaneidad y éxito injustificado parecían poner en riesgo los valores que habían forjado la alta cultura. Había alarmismo. ¿La banalidad acabaría con el arte y la literatura? ¿Debilitaría el sentido crítico de la civilización occidental? ¿Atrofiaría para siempre el gusto de las nuevas generaciones? El rumor de que Nacho Vidal entraría a 'Gran Hermano' le pareció a Gistau, por allá en 2005, un punto de no retorno, las culminación de la ruina televisiva.Qué nostalgia leer estas columnas, insisto, y advertir que en aquel mundo había algo de orden. Puede que hubiéramos empezado a consumir productos cada vez más decadentes y adictivos, pero la banalidad quedaba circunscrita a la cultura. La política seguía al margen del exhibicionismo impúdico y de la payasada inane, y hasta la crispación y la acritud tenían algo anticlimático. Eran la antítesis del espectáculo, que lejos de fanatizar al público lo alejaban de la política. Ese era el problema entonces, el desinterés de los jóvenes por los asuntos públicos. ¿Cómo imaginar que la extravagancia de los 'realities' no tardarían en convertir la política en un espectáculo más adictivo que 'Gran Hermano'?Podemos referirnos Trump, que dio un salto mortal del 'reality' a la presidencia, pero no es sólo eso. Es la decadencia de los debates parlamentarios, la incapacidad de los congresistas para oír y responder al debate, el recurso desesperado de frases efectistas y vacuas, de cartelitos y desplantes, de acusaciones irrelevantes o que no vienen al caso. Es la generalizada incapacidad para debatir con argumentos e ideas propias, sin leer respuestas preparadas. Es ver cómo los legisladores actúan como calamares, escupiendo algo peor que tinta para ensuciar al oponente mientras rehúyen sus preguntas.La política es ahora la fuente misma de banalidad y de escándalo rosa. Sabemos el nivel de cursilería sentimental al que pueden llegar sus protagonistas, las casas en las que viven, los chismes sobre sus noviazgos, matrimonios o vidas de soltero. Y además de eso está la producción 'cultural' de los mismos partidos, sus campañas y vídeos que suelen ser una industria de tonterías altamente competitiva en TikTok y otros escaparates de chorradas. Si hoy se anunciara que Nacho Vidal quiere entrar al Congreso, puede que hasta el mismo Gistau aceptara el hecho con más resignación que cuando se anunció su entrada al 'prime time' español.
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