De feria en feria siguiendo los pasos de Rosa Montero

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La idea de no volver a verla es tan ridícula para muchos, que rastrean sus movimientos como perros de presa. Raúl se acercó a ella por primera vez en Madrid, en 2006, y le extendió el libro para que se lo firmara: Historia del Rey Transparente. El hombre ha viajado de nuevo desde Pachuca (Hidalgo) hasta Guadalajara (Jalisco) para que Rosa Montero le firme otro título. Si una lectura te saca las lágrimas bien merece atravesar tres Estados. La pluma de la española también hizo llorar a Carlos, y ahí está, haciendo cola en la FIL con su libro bajo el brazo para que Montero le dedique unas letras y las selle estampando una pegatina infantil, como acostumbra. Aldo lleva una hora y pico esperando a que esa mujer que recorre el duelo en sus páginas haga unos garabatos sobre las primeras en blanco de uno de esos libros que le sirven para sus pacientes de psiquiatría. Claudia ha pasado tres horas con la misma idea en la cabeza que los demás, acercarse a Montero para que le firme el primer libro que va a leer de ella: “Me la han recomendado mucho”. De modo que la autora tiene seguidores en la cantera.

La madrileña sale del hotel con energía mañanera y son las seis de la tarde. Le va a hacer falta. Cruza la carretera entre los coches semidetenidos pendiente del fotógrafo que la sigue, de la persona que se atraviesa, pendiente siempre. A la hora convenida está sentada en su pupitre como si el día no hubiera tenido reloj hasta ese momento. El espacio dispuesto es blanco y aséptico, casi un consultorio médico. Que pase el siguiente. Y la fila que da la vuelta al ring donde han colocado a la autora se tiene que doblar sobre sí misma para no interferir el tránsito en los pasillos de la feria. México ama a Rosa Montero y ella devuelve besos, sonrisas y caras para la foto, las que quieran. Y otra pegatina alegre sobre sus palabras. No crean que todos los que firman libros despliegan para la ocasión tan buen carácter. Les pasa a los cantantes en los conciertos, unos tan simpáticos y otros que no abandonan la cara de pepino.

La Feria Internacional del Libro tiene por momentos aires, efectivamente, de concierto de rock. De repente se oyen en cualquier lado del gran zócalo los gritos de fans emocionados que enarbolan sus libros como celulares encendidos. Uno sabe que ha llegado la estrella, la siguen, piden selfies, se amontonan. ¿Quién es?, preguntan los que ignoran el acontecimiento. Un día es Irene Vallejo, otro, Marian Rojas y otro, Rosa Montero, que llega con su vestimenta de colores hippies, cazadora de cuero verde y un tatuaje en la pierna que dice así: el arte es una herida hecha luz. Y Claudia se emociona porque sus tres horas de espera han llegado a su fin, que es el principio de la firma. Ella será la primera. Sale contenta esta maestra, más adolescente hoy que sus alumnos, emocionada con las palabras que la pluma de Montero ha dejado sobre su libro. Si ella tiene un objetivo, es inculcar a sus alumnos el placer por la lectura, primera obligación de cualquier maestro. “Y más ahora, que no quieren leer, es una responsabilidad enorme la que tenemos”, dice entusiasmada. Y Raúl, el que conoció a Rosa en Madrid, asegura: “Rosa habla como mujer, pero los hombres la entendemos, es sensible”. O Carlos, que lloró con La ridícula idea de no volver a verte.

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