Chanelle_Nitzsche
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La medianoche del 24 de septiembre del año pasado, el hijo de Sara Benet se topó con varias diminutas tortugas negruzcas en el jardín de su casa, un chalé separado de la playa de Pla de la Torre (Almassora) por tan solo una estrecha carretera. “Yo llevo aquí más de 45 años y nunca había visto nada igual”, describe Sara, que se quedó vigilando a los gatos mientras avisaban al 112. Eran neonatos de tortugas comunes o bobas (Caretta caretta) y se encaminaban hacia su muerte, tierra adentro, atraídos por la luz artificial de las farolas, que confundieron con la luminosidad del mar. Les salvó la casualidad. Este viernes, 22 de estos ejemplares ―21 machos y una hembra― volvían al mar bajo la atenta mirada de Sara y otros vecinos. Todas portan un microchip y dos un transmisor que permitirá seguir sus movimientos al equipo del Oceanogràfic de Valencia, donde han vivido este último año en grandes tanques, y obtener datos muy valiosos para su conservación.
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El viernes se liberaron 22 ejemplares de la especie, catalogada como vulnerable, en la playa valenciana donde se las rescató hace un año, cuando se perdieron atraídos por la luz de unas farolas
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