De CCK a Palacio Libertad: el símbolo cultural del kirchnerismo pasa a ser un ariete de Milei

Aurelie_Littel

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Grandes referentes de la ultraderecha iberoamericana se han reunido esta semana en Buenos Aires. El Foro Madrid en el que han reafirmado su voluntad de dar “la batalla cultural sin cuartel por la defensa de Occidente frente al marxismo cultural destructivo y la ingeniería social totalitaria” se ha celebrado en un colosal edificio de inspiración neoclásica, reflejo de la época de esplendor de Argentina. El Gobierno de Javier Milei lo llama Palacio Libertad. En su fachada, en cambio, luce bien grande y alto el nombre con el que el kirchnerismo lo bautizó en 2015: Centro Cultural Kirchner (CCK). Para cambiar de forma oficial la denominación de este gigante de 100.000 metros cuadrados se requiere de una ley que el Gobierno aún no ha enviado al Congreso o, al menos, un decreto oficial. En su interior, en cambio, las huellas del kirchnerismo han sido borradas por completo.

Cuando la directora teatral Valeria Ambrosio fue designada al frente del CCK por Milei, a finales del año pasado, definió al mayor centro cultural de Argentina como un laberinto gigante. Lo había pisado muy pocas veces hasta entonces. Nueve meses después, se mueve en él como pez en el agua y su despacho está lleno de pizarras con ideas sobre la programación presente y futura. “El centro siempre fue un faro cultural, pero interpelaba sólo a un grupo, tenía una programación muy alineada a criterios ideológicos y no era un lugar abierto a todas las expresiones”, dice Ambrosio a EL PAÍS para explicar por qué no lo frecuentaba. Cercano a la Casa Rosada y con vistas privilegiadas a la ciudad y al Río de la Plata, el edificio funcionó como sede del Correo Central durante el siglo pasado. Al rediseñarlo a lo grande, el kirchnerismo lo imaginó como el símbolo cultural del renacer de Argentina tras la crisis de 2001-2002.

Argentina vuelve a estar en crisis y Milei quiere ser el artífice de su enésima resurrección. La cultura, bandera histórica de este país sudamericano, es hoy un campo de batalla. El sector ha sido víctima de la motosierra del Gobierno con la desfinanciación de políticas de promoción de cine, literatura y arte con décadas de antigüedad.

Javier Milei da un discurso en el Foro de Madrid, en el CCK, este 5 de septiembre.

La pelea es también por el sentido, porque Milei se propone poner fin al “marxismo cultural” y a lo que considera “una arquitectura cultural diseñada para sostener el modelo que beneficia a los políticos”. Temáticas como el feminismo, la diversidad sexual o críticas a la última dictadura, que formaron parte de la programación habitual del último gobierno, han desaparecido de la agenda oficial. Otras, impensables un año atrás, encuentran lugar, como la exposición del CCK dedicada a Mickey Mouse, el ratón más famoso de Walt Disney. Esta muestra convive con la programación de septiembre dedicada al tango, el género musical por excelencia de Buenos Aires, que atrae cada año a miles de turistas. El centro ofrece una sala inmersiva sobre el ritmo del 2x4, exhibiciones de baile y conciertos que van desde lo más nuevo hasta la recreación de un disco clásico tanguero, ¿Te acordás… polaco? que supuso la colaboración de dos estrellas: el compositor y bandoneonista Anibal Troilo y el cantante Roberto Goyeneche.

Ambrosio saca pecho de lo que considera una agenda desideologizada y defiende también la escasez de recursos de la que dispone por la situación crítica que atraviesa Argentina, con un 50% de su población en la pobreza. “Teníamos muy claro el concepto de la austeridad porque íbamos a manejarnos con un presupuesto muy acotado”, admite Ambrosio, quien está al frente de un equipo de casi mil personas. El presupuesto es parecido al de 2023, aunque la inflación el año pasado fue del 211,4%. “Para mí eso no es un problema porque estamos muy acostumbrados en la Argentina a arreglarnos con lo que tenemos y toda mi carrera fue un poco así. Es muy raro que te encuentres en una situación donde venga alguien y te diga, tenés toda la plata que querés para hacer lo que quieras. Los artistas estamos acostumbrados a que no sea así y de alguna manera eso te despierta la creatividad”, dice esta creadora procedente del teatro, que ha incorporado esta disciplina a la agenda del CCK. Sabe de lo que habla: las artes escénicas argentinas se reinventaron tras la crisis del corralito, en 2001. Sin embargo, más de dos décadas después, muchos espacios teatrales y culturales están con el agua al cuello por el aumento de las tarifas de luz, agua y gas aprobado por Milei.

Valeria Ambrosio en el Centro Cultural Kirchner, el 9 de agosto.

El alquiler del CCK para eventos, como el Foro de la ultraderecha celebrado esta semana, ayuda a sostener un espacio con entrada gratuita. Hasta junio habían recaudado por esta vía cerca de 500 millones de pesos (unos 510.000 dólares), aunque no los recibieron de forma directa sino que fueron a parar a Rentas generales, el centro burocrático desde el que se decide el destino de los recursos.

Bandera blanca​


La estatua del expresidente Néstor Kirchner que recibía a los visitantes fue trasladada en diciembre a la periferia sur de Buenos Aires, a una ciudad gobernada por el kirchnerismo. La sala dedicada a la memoria de Kirchner tuvo una vida incluso más efímera: el conservador Mauricio Macri se encargó de desmontarla en 2016.

La nueva gestión plantó pie en la entrada con un gran corazón creado por el artista plástico Alejandro Marmo. “Le dije ‘haceme un corazón gigante. Agarrá todo lo que tengas tirado en tu taller y armalo. Es un corazón recauchutado, como la necesidad de poner una bandera blanca y dar la bienvenida a lo nuevo”, describe sobre ese punto inicial que es imposible no leer como una metáfora de la Argentina, tantas veces dañada y reconstruida después.

“Febrero fue el mes del amor pero también sobre el replanteo del origen”, continúa la directora del CCK. “Me parece que había que hacerse una pregunta sobre nuestra identidad e invitamos a los artistas a rebuscar en sus orígenes, en esa abuela que les cantaba en italiano, el papá que les cantaba en ruso… Somos un pueblo donde el 60% de la población tiene una mezcla cultural. Siento que por eso somos tan caóticos, pero finalmente esa es nuestra identidad”, expone. En su caso, Ambrosio tiene sangre italiana en las venas por partida doble, una cultura que se mantiene viva en su casa, en la que ella forma parte de la primera generación de argentinos.

Esa mirada hacia atrás planteada por el CCK carece de la nostalgia de los letristas de tango y de los políticos que sueñan con reconstruir una Argentina rica que ya no existe. Es más bien retroceder unos pasos para tomar impulso y saltar lo más lejos que se pueda. “Nosotros vamos hacia la vanguardia, ese es nuestro eslogan. Vamos en busca de nuevos lenguajes, ofrecemos un espacio a los artistas para experimentar”, señala Ambrosio. Como ariete de la guerra cultural que libra Milei, el Gobierno quiere renombrarlo cuanto antes. Además de llamar al edificio Palacio Libertad, la propuesta es que el espacio sea conocido como Centro Cultural Sarmiento. Los múltiples frentes abiertos contra el oficialismo en el Congreso retrasan más de lo deseado ese objetivo.

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